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Ayer disfruté de la Feria del Libro de Madrid gracias a La Verdad y a su «Tren de la Cultura». Durante unas horas charlé con ... editores, autores, lectores, etc. acerca de las grandes novedades del año. Como en años anteriores regresé a Murcia cargado de buen número de libros de diferentes temáticas (policiacos, científicos, históricos, de aventuras…) pero, volviendo en el «Tren de la Cultura», me di cuenta de que todos tenían algo en común: la química de los materiales con los que estaban elaborados.
Una manía que tengo desde que era pequeño es oler los libros antes de empezar a leerlos. El aroma de un libro, que es una parte integral del placer sensorial de la lectura física, proporciona mucha información, ya que dicho olor depende de la edad del libro, los materiales utilizados en su fabricación y las condiciones ambientales de almacenamiento.
Debido a la tinta de impresión, los libros nuevos suelen tener un aroma distintivo a tinta fresca, resultado de los compuestos volátiles que se liberan durante el proceso de impresión. También los tratamientos químicos que se les da al papel pueden desprender aromas muy característicos. Además, el olor del papel recién cortado y los adhesivos utilizados en la encuadernación contribuyen al aroma de los libros nuevos. Estos olores pueden ser ligeramente químicos o frescos, dependiendo de los materiales utilizados. Los principales compuestos responsables del aroma de los libros nuevos son acetatos, xileno, aceites, peróxido de hidrógeno o el agente de encolado superficial AKD (Alkyl Ketene Dimer), un producto que se emplea como agente para mejorar la resistencia, suavidad y resistencia al agua del papel.
Con el paso del tiempo los materiales orgánicos que se utilizan en la elaboración de los libros se descomponen y liberan compuestos volátiles, que contribuyen al característico olor de los libros viejos. Entre ellos destacan la vainillina (aroma a vainilla), el tolueno y el etil benceno (aroma dulce), el 2-etil hexanol (aroma ligeramente floral), el benzaldehído y el furfural (aroma a almendras). Si los libros se han almacenado en condiciones húmedas, pueden desarrollar un olor a moho o humedad debido a la proliferación de hongos y bacterias. Además, algunos libros pueden tener olores adicionales dependiendo del tipo de tinta y los acabados utilizados, como el laminado o los barnices. Incluso la tela, el cuero y otros materiales utilizados en las cubiertas pueden agregar sus propios aromas al libro. Finalmente, el lugar donde se almacenan los libros también influye en su olor. Por ejemplo, los libros guardados en una biblioteca con ambientadores o en una casa con chimenea pueden absorber estos olores.
Una vez que he olido un libro me fijo detenidamente en los diferentes materiales que forman parte de su portada. Su elección depende del tipo de libro, el público objetivo, el presupuesto y la durabilidad deseada.
El material más común para las portadas de libros de tapa dura es el cartón. Este puede ser gris (proporciona una estructura sólida) o de fibra reciclada (más sostenible). Un papel de alta calidad con recubrimiento mate o brillante, utilizado comúnmente para las portadas de libros de tapa blanda y libros ilustrados, es el papel couché, que proporciona una buena superficie para la impresión en color. Cuando no se requiere un acabado brillante se suele emplear el papel offset, muy utilizado en libros de tapa blanda. Para aumentar la durabilidad de los libros y proporcionar un acabado brillante o mate se usa el laminado. Para portadas especiales (como las que se usan en libros de cocina) también se emplea el vinilo, ya que ofrece mayor resistencia al agua. Las ediciones de lujo suelen emplear la tela o el cuero y para las portadas de libros infantiles, que requieren una resistencia adicional al desgaste y la humedad, se emplea el plástico. Incluso algunas portadas de libros infantiles están hechas de espuma para hacerlas más suaves y seguras para los niños pequeños.
Tras deleitarme con el aroma del libro y observar los materiales de su portada, llega el momento de abrirlo y estudiar la composición de sus hojas. Los principales compuestos químicos presentes en el papel de un libro son la celulosa (un homopolisacárido estructural formado por largas cadenas de moléculas de glucosa); la hemicelulosa (un heteropolisacárido compuesto fundamentalmente de xilosa, arabinosa, galactosa, manosa glucosa y ácido glucurónico que forman una cadena lineal ramificada y contribuye a las propiedades físicas del papel); la lignina (una clase de polímeros orgánicos complejos que forman materiales estructurales importantes en los tejidos de soporte de plantas vasculares y de algunas algas… y que se elimina en la producción de papel de alta calidad porque puede causar amarilleo y deterioro del papel con el tiempo); los blanqueantes del papel (tradicionalmente se usaba en cloro pero debido a sus problemas medioambientales ha sido sustituido por el peróxido de hidrógeno); los aglutinantes y adhesivos (sustancias como el almidón o el látex que se utilizan para mejorar la unión entre las fibras de papel y darle resistencia).
Además, las hojas de los libros suelen contener agentes (carbonato de calcio, caolín, aluminato de sodio, resinas, agentes antiestáticos, suavizantes y compuestos antimicrobianos) que aumentan la opacidad y la blancura del papel, mejoran su suavidad, controlan la absorción de líquidos, mejoran la capacidad de impresión o conservan mejor el papel.
¿Y qué podemos decir de las tintas con las que se imprimen los libros? Mucho. Su elección es clave no solo para la estética del libro, sino también para su durabilidad y legibilidad. Las tintas a base de agua se emplean para producir colores vibrantes. Además, son compatibles con una amplia gama de papeles. Sin embargo, las tintas a base de aceite son muy resistentes por lo que se emplean en libros de mucho uso o que suelen exponerse a condiciones ambientales adversas.
Estimados lectores de La Verdad, espero que cuando lean su próximo libro no se fijen únicamente en su contenido, sino que, además, se detengan en su portada, observen el papel de sus hojas, se fijen en la tinta con la que está escrito y, por supuesto, los huelan.
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