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Nadie duda de la incidencia hoy día de las redes sociales. Entre los jóvenes de 16 a 30 años, aproximadamente el 50% de la información ... es a través de plataformas como Instagram, superando a los medios tradicionales como la televisión y la prensa. Esta tendencia es más pronunciada en España en comparación con otros países europeos. Más de la mitad de los adolescentes españoles tienen dificultades para distinguir noticias falsas, y un 51% no logran identificar bulos. Una encuesta reveló que cuatro de cada diez españoles no pueden distinguir entre una noticia real y una falsedad. Estos datos son elocuentes.
Unos aspectos relevantes de la sabiduría, a la que es difícil acceder desde la velocidad, son la calma y el silencio. En un mundo cada vez más saturado de estímulos, prisas y ruido, hablar de calma y silencio no solo es pertinente, sino necesario. Ambas nociones «calma y silencio» parecen emparentadas. Se les suele asociar con la tranquilidad, el descanso, el recogimiento. A menudo se piensa que quien está en calma también está en silencio, o que el silencio conduce a la calma. Sin embargo, al mirarlas con más atención, descubrimos que no es así, que tienen matices distintos, y que cada una puede tener un valor singular en la experiencia humana.
Parece evidente que calma y silencio comparten un terreno simbólico. Ambas remiten a una forma de quietud, a una suspensión de la agitación habitual que domina la vida cotidiana. Calma y silencio interrumpen el flujo incesante del hacer, del hablar, del pensar acelerado. Por eso se asocian con estados de descanso, contemplación, introspección e incluso espiritualidad.
Desde la antigüedad, filósofos y sabios han destacado el valor de la calma y del silencio como vías hacia una vida más plena. El estoicismo, por ejemplo, ensalzaba la ataraxia, esa serenidad inalterable que permite vivir sin perturbaciones. En tradiciones orientales como el budismo o el taoísmo, el silencio no es solo la ausencia de ruido, sino una dimensión de sabiduría: «El silencio es una fuente de gran fuerza», decía Lao-Tsé. En ambos casos, calma y silencio aparecen como expresiones de armonía, de equilibrio interno, de sintonía con algo más grande. También la experiencia estética suele relacionarse con estos estados. Frente a una obra de arte conmovedora, frente al mar en calma o a un atardecer silencioso, muchas personas experimentan una detención del tiempo, una especie de suspensión que se parece tanto a la calma como al silencio.
No obstante, estas coincidencias, la calma y el silencio no son idénticos. Cada uno tiene su lógica, su camino, su dificultad y su potencial específico. La calma es un estado interno. El silencio, en cambio, es una condición externa que puede reflejar o no un estado del alma. Una persona puede estar en un entorno silencioso y sentirse agitada, ansiosa, desconectada. Al mismo tiempo, alguien puede experimentar una profunda calma, incluso en medio del bullicio, porque ha desarrollado una capacidad interior de serenidad.
El silencio, en su dimensión más básica, es la ausencia de ruido. El silencio puede ser ambivalente: puede ser refugio o puede ser castigo. Puede curar, pero también puede herir. La calma, por su parte, no tiene esa ambivalencia radical. Aunque puede confundirse con pasividad o indiferencia, su esencia es positiva: es un equilibrio emocional que se vive como alivio, como bienestar, como presencia.
El silencio puede ser compartido, mientras que la calma es profundamente personal. La calma, es un estado que no se transmite directamente, aunque pueda irradiarse. Se puede estar en silencio con alguien y sentir tormenta por dentro. Pero cuando uno alcanza la calma, el silencio que lo acompaña suele adquirir una cualidad diferente, más amable, más habitable. Desde la psicología, se ha demostrado que el silencio y la calma tienen efectos positivos sobre la salud mental. Estudios indican que periodos regulares de silencio reducen el estrés, mejoran la concentración y estimulan la neurogénesis en el hipocampo, como afirma Kirste. La calma emocional, por su parte, se asocia con una mayor regulación afectiva, resiliencia y bienestar psicológico, como se puede ver en Gross.
Tanto el silencio como la calma pueden tener una dimensión ética. En un mundo lleno de ruido, cultivar el silencio puede ser un acto de resistencia. En una sociedad que premia la velocidad y la productividad, elegir la calma puede ser un gesto político, una forma de reclamar otra relación con el tiempo y con los demás.
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