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MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ
Viernes, 17 de junio 2016, 08:14
Uno de los experimentos más prolongados en el campo de la Biología, que empezó en 1957 y sigue hoy, reproduce el proceso de domesticación que convirtió al lobo en perro
Es difícil imaginarse que investigar en Ciencia pueda ponerle a uno en peligro de muerte. Más en el siglo XX. Pero así fue en la antigua Unión Soviética durante el reinado de terror de Trofim Lysenko, pseudocientífico defensor de una variedad del lamarckismo (la idea de que las experiencias de un organismo se transfieren genéticamente a su descendencia).
Lysenko empezó en 1927 a hacer promesas delirantes de duplicar o triplicar el rendimiento de los cultivos, con una 'ciencia soviética' que superaba a la falsa 'ciencia burguesa' de Mendel y Darwin. Era lo que quería escuchar Iósif Stalin, que lo puso al frente de la Academia de Ciencias Agrícolas en 1935. Durante los años siguientes, la fuerza política de Lysenko le permitiría expulsar, encarcelar y hasta matar a todos los biólogos que no aceptaran su pseudociencia. Detuvo así el avance de la genética en la URSS hasta que en 1964 lo denunció como pseudocientífico el físico Andrei Sakharov.
Entre las víctimas de Lysenko estaba el biólogo Dmitry Belyaev, despedido del Departamento de Cría de Animales para Peletería en 1948. Fue el año en que se prohibió la genética y se cambiaron los libros de texto para sustituirla por los delirios políticamente exitosos de Lysenko. El hermano de Belyaev, también genetista, fue ejecutado.
Pero Belyaev buscó la forma de seguir trabajando en su pasión: los mecanismos de la domesticación. El perro proviene del lobo. De hecho, genéticamente es un lobo. Y sin embargo, su comportamiento y desarrollo son distintos. Todos los animales domesticados por el hombre tiene esas notables diferencias que ya había visto Darwin.
La hipótesis de Belyaev era audaz: el perro no había surgido de la cuidadosa selección de distintas características por parte de los humanos que lo domesticaron, sino que se había seleccionado naturalmente con la sola característica de la mansedumbre. Todos los demás cambios observados serían consecuencia de ese sencillo principio. Para probarlo, tenía que domesticar animales. Pero no mediante la enseñanza o el condicionamiento, sino seleccionándolos, replicando de modo acelerado el proceso. Decidió utilizar zorros plateados, un animal con el que estaba familiarizado, y seleccionó 130 especialmente tranquilos en granjas de pieles donde los habían criado durante medio siglo.
Pero realizar un experimento genético en ese momento era una actividad de alto riesgo. El estudio de la fisiología de los zorros plateados, por el gran valor económico de sus pieles, fue la 'tapadera' de la actividad. Desde que los zorros tenían un mes de edad hasta su madurez sexual, más o menos a los ocho meses, se valoraban sus reacciones ante un experimentador con unos pocos criterios objetivos: ¿se dejaban tocar si se les ofrecía comida o trataban de morder al experimentador?, ¿tendían a pasar su tiempo en compañía de otros zorros o de humanos? No se les adiestraba ni pasaban demasiado tiempo con los experimentadores para evitar que los cambios observados fueran producto de la experiencia y no de la genética. Los que exhibían menos agresividad y miedo hacia los seres humanos se cruzaban entre sí, menos del 20% de la población. Como grupo de comparación o control, Belyaev crió separadamente a los zorros más temerosos y agresivos de cada generación.
Belyaev llevó a cabo su trabajo en relativo secreto de 1957 a 1959, cuando a la muerte de Stalin empezaron los cambios en la URSS y se le nombró director del Instituto de Citología y Genética de la Academia Rusa de Ciencias. Allí continuó su experimento, que empezó a mostrar resultados a las pocas generaciones. Cuando habían pasado cuarenta, los cambios eran notables.
Diferencias genéticas
En cuanto a comportamiento, los zorros preferían estar con los humanos, gemían para llamar la atención, olían y lamían a sus cuidadores y movían la cola cuando estaban contentos o emocionados..., todas ellas características comunes en los perros. En cuanto a su forma, empezaron a tener orejas caídas, cola enroscada, temporadas de reproducción más prolongadas y cambios en la forma del cráneo, las mandíbulas y los dientes. Y su color se hizo más claro que el de sus ancestros no domesticados. Estos cambios también tenían una contraparte fisiológica: los zorros de Belyaev presentaban niveles reducidos de adrenalina, la hormona que controla el miedo y se produce como respuesta a la tensión.
El siguiente paso sería determinar cuáles son las diferencias genéticas de estos zorros respecto de los más agresivos, qué genes están implicados en el proceso de domesticación. Y si se podía hacer esto con zorros, resultaba plausible pensar que los perros se habían domesticado también por selección natural, no humana: los menos temerosos hallaban más fácil acercarse a los grupos humanos que podían darles las sobras de su comida, y al paso de un tiempo indeterminado, se habrían integrado en la sociedad como mascotas y animales de trabajo (principalmente de caza).
Pudo hacerse. Belyaev trabajó hasta su muerte en 1985 y el experimento continúa, bajo la dirección de Lyudmilla Trut. Los zorros domesticados siguen siendo objeto de estudios en su instituto, y por parte de biólogos evolutivos, genetistas y fisiólogos de todo el mundo que visitan la manada. Belyaev consideraba que el experimento habría terminado cuando los zorros pudieran ser adiestrados como los perros, y su mapa genético pudiera decir qué genes están implicados (por cambiar ellos o su expresión) en la domesticación. Y se han emprendido otros estudios como uno que se realiza en Dinamarca con minks americanos.
El experimento de Belyaev aún tiene mucho por ofrecer en cuanto al conocimiento de la genética, la evolución y el comportamiento. Un experimento resultado de la valentía de la búsqueda del conocimiento ante los enemigos del pensamiento.
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