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M. J. M:
Viernes, 17 de junio 2016, 07:53
¿Podrán algún día los robots pensar por sí mismos? ¿Podría el hombre crear cerebros con los que dotar de inteligencia a las máquinas? Isaac Asimov, escritor y bioquímico soviético, nacionalizado estadounidense, creó para su obra 'Yo, robot', publicada en 1950, un artefacto tecnológico ficticio que operaba como una unidad de procesamiento para robots y que les dotaba de cierta conciencia; lo denominó cerebro positrónico.
Lo describió como una malla de platino e iridio donde los impulsos cerebrales, equivalentes a las comunicaciones neuronales, se realizarían mediante un flujo de positrones. El escritor no dio importancia al hecho de que los positrones sean las antipartículas de los electrones, algo que hace difícil admitir que pudieran interaccionar con la materia normal (el platino que formaba la malla cerebral) sin destruirla instantáneamente.
Esta partícula era esencial para la fabricación de las sendas positrónicas en donde se programaría luego al robot, haciendo las veces de neuronas mecánicas. En conjunto las sendas se acoplaban y se posicionaban cuidadosamente en la cabeza del mismo.
El autor, uno de los más destacados en el ámbito de la ciencia ficción, aunque también desarrolló obras muy interesantes de divulgación científica, admitió en vida que había tomado esta partícula como pilar de sus cerebros robóticos debido a que se había descubierto recientemente y eso atraería el interés de los lectores de la época.
La expresión tuvo gran éxito, de modo que no solo fue empleada por el propio Asimov en todos sus relatos de robots, sino que fue adoptada por otros autores y es hoy en día todo un clásico en la literatura del género.
Películas como Star Treck y El hombre bicentenario o series como Doctor Who son algunos ejemplos de obras en las que el cerebro positrónico de Asimov juega un papel crucial.
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