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Todo va muy rápido hoy. Vemos en la tele cómo se subasta un supuesto Leonardo en 450 millones de euros y, por arte de magia, a todos nos vuelve a interesar el viejo maestro. Es extraña la manera en que el mercado mantiene vigentes a algunos pintores y denostados a otros. Para entender cómo actúa la historia del arte en relación a los cambios de gusto recurramos a Murillo. Durante el siglo XIX fue uno de los artistas más apreciados en Europa. Sus escenas de género y, en menor medida, sus composiciones religiosas, eran rastreadas en Sevilla y vendidas en Londres. Los impresionistas encontraron en él -después de Velázquez y Zurbarán- al gran maestro, pero al llegar el XX se difumina el interés y se le considera dulzón frente al robusto Velázquez. El mundo del arte daba la espalda al intérprete definitivo de la Inmaculada Concepción, a aquel que inmortalizase las miserias íntimas del Siglo de Oro sevillano en muchacuelas y mendigos.
Trazemos paralelismos con Pedro Orrente, nacido en Murcia en 1580. Su padre era un comerciante de origen francés de buena posición en la populosa ciudad que abandonaba las glorias renacentistas y la bonanza económica para sumirse en una crisis general que aquí se vería agravada, en 1648, con una espantosa epidemia de peste bubónica. Orrente se formó en el estudio de un pintor mediano, tuvo una vida viajera y se convirtió en el gran artista español de su tiempo, pero los siglos pesaron sobre su figura de una manera cruel. Hoy es un desconocido.
A primera hora de la mañana del 30 de enero de 1649, los ingleses, tras la Guerra Civil, decapitaban a su rey Carlos I -de la casa Estuardo- en Whitehall. Sus posesiones fueron vendidas en una almoneda a la que concurrió secretamente Felipe IV, el piadoso Rey Planeta y uno de los grandes coleccionistas de todos los tiempos. Muchas de las grandes obras maestras del Prado (como el Lavatorio de Tintoretto) vienen de aquella venta luctuosa. Por la rodante cabeza del rey depuesto sabemos que, entre sus tesoros, había un cuadro del murciano Pedro Orrente, una escena pastoril nocturna del «imitador español del estilo de Bassan». Es esto raro en la pintura española del Siglo de Oro: ninguno de nuestros pintores, excepto Ribera, tuvo éxito en los mercados y cortes internacionales, en las que italianos y flamencos partían la pana. Hoy tenemos a Tiziano y Tintoretto en un altar, pero lo cierto es que el industrioso taller de los Bassano constituía el más potente proveedor de colecciones españolas, tal y como prueba su presencia en nuestros museos. Como muestra, el Mubam conserva una versión, probablemente de taller, de la 'Susana y los viejos' de Leandro Bassano (el hijo), referente de nuestro extraordinariamente dotado Orrente, que viajó a Venecia a aprender de él.
En la italiana colección Contini se catalogó en los años 60 una tela de Orrente, 'La Bendición de Jacob', fechada en 1612, cuando el artista contaba con 32 años. Alfonso Pérez Sánchez, su biógrafo, lo sitúa en 1617 en Toledo gracias a la Santa Leocadia de la Catedral. El historiador cartagenero llevó a cabo junto a su maestro, Diego Angulo, la gran monografía de la pintura toledana de la primera mitad del siglo XVII (1972). Para un profano no significará mucho, pero para un historiador del arte estos dos nombres, quizá junto a Gómez Moreno, constituyen una trinidad intocable. Sería insolente rebatir las ideas de estos gigantes sin un documento que lo avale. No caeremos en esto, por supuesto, pero tal vez sean convenientes nuevos argumentos, pasados 45 años.
Francisco Pacheco, el suegro de Velázquez, fue pionero reconociendo el talento de Orrente en 'El arte de la pintura' y aludió a la abundancia de copias y falsificaciones ya de época, normal en un pintor que debió figurar en la nómina de los Austrias. Sabemos que en el viejo Alcázar madrileño fueron instaladas obras suyas por voluntad del Condeduque de Olivares. Jusepe Martínez también lo tuvo en alta consideración y en Valencia, donde residió, se le consideró incluso mejor que la figura local, Francisco Ribalta. Sabemos que en Murcia no tuvo rival (en aquel momento eso no significaba demasiado) y que uno de los grandes escritores de su tiempo, Jacinto Salvador Polo de Medina, escribió: «¿Tiene Italia quien pueda competir el pincel de un Pedro Orrente?». Eso es amor, no cabe duda.
La etiqueta de imitador de Leandro Bassano, algo que le llevó a ser un hombre rico, poseer tres casas en Murcia y dejar 200 libras valencianas en misas por su alma, pesó mucho en el paso a la historia. Parte de su obra consiste en versionar composiciones bíblicas bassanescas en horizontal, con profusión de personajes y animales. Estas telas tuvieron tal éxito en el mercado que hoy tenemos una en el Hermitage, una versión de 'La multiplicación de los panes y los peces' de la que, hace apenas un mes, ha aparecido una versión de altísima calidad en el mercado, felizmente en colección murciana. El caso es que un simple imitador de Leandro Bassano no se convierte en el gran pintor español en el lapso de tiempo que va de El Greco a Velázquez, de hecho tanto Johnatan Brown como Pérez Sánchez lo consideran un animalista solo inferior al genio sevillano.
Tras la estela de este último su figura fue abordada por José Carlos Aguera Ros en uno de los mejores estudios sobre arte murciano, centrado en la pintura murciana del XVII. Aguera retoma los argumentos de Pérez Sánchez estrictamente y su juicio acaba siendo también un tanto duro. Orrente trabajó en el taller de los Bassano y reprodujo modelos, pero también evidencia un conocimiento de la pintura italiana que no suele ser considerado. Pérez Sánchez ya alude a los influjos boloñeses en su San Sebastián para la Catedral de Valencia, pero yendo más lejos no nos costará rastrear a Caravaggio en telas como 'El Sacrifico de Isaac' del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Este tenebrismo va contaminando una obra que parte de la fusión de lo que pasa en Venecia: Tintoretto 'habita' en su Santa Leocadia. Una gran incógnita es su relación con El Greco. Fue el gran amigo de Jorge Manuel Teotocópuli hasta el punto de apadrinar a dos de sus hijos, el segundo poco antes de morir, pero no es evidente, con lo que sabemos hoy, que el maestro candiota estuviese en su punto de mira. En conclusión: es preciso releer su estilo en su riqueza, eliminando tópicos que limitan el alcance de su influjo, tan evidente en la pintura española de su tiempo.
En los últimos años se ha trabajado muy poco en Orrente. Los profesores Valdivieso, Díaz Padrón, Garín y Martínez Ripoll publicaron artículos puntuales en los 70 y 80, quedando la actualización de su figura en manos de Aguera ya en los 80 y 90. Hoy publicamos tres obras importantes e indudables y una cuarta discutida. La primera es 'La Anunciación', procedente del Convento de la Concepción, en Murcia. Es una maravillosa tela perfectamente documentada. La segunda es una inédita 'Adoración de los pastores', que ha llegado a nuestros días con su marco original. Corresponde a un periodo de fuerte influjo bassanesco frente a la Anunciación, mucho más tenebrista, marcada ya por el naturalismo que va de Caravaggio al primer Velázquez.
Uno de los problemas de Orrente es la falta de periodización: es difícil situar cronológicamente sus cuadros. El tercero es la ya citada versión del cuadro del Ermitage. Tela de exquisita elegancia que evidencia lo mejor tanto de Jacopo como de Leandro Bassano en cielos azulados, en la 'temporalitá' que viaja en los fondos de Tiziano a los Carraci. Una gran obra inédita, afortunadamente recuperada para el coleccionismo español de pintura del siglo XVII.
Hace unos meses aparecía otra tela, más pequeña, otra 'Adoración de los pastores'. Proviene de una gran colección alicantina de pintura entre los siglos XV y XIX. Viene firmada pero ha despertado todo tipo de opiniones, partiendo de que sea una falsificación moderna, luego se ha considerado una copia del XIX, hasta que un investigador la ha atribuido a Orrente. Vamos a intentar desenmarañar este asunto.
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