El niño de la calle de la Morera que diseñó La Convalecencia

Además de Lolita tuvo otros tres hermanos: Ignacio, Isabel y Carmen. Finalmente venció el temor inicial de su madre y se marchó a Madrid, donde inició los estudios de Arquitectura. A mitad de carrera tuvo que abandonar durante un año a causa del tifus, que le mantuvo en cama, un tiempo de convalecencia que aprovechó para aprender a tocar el violín. Además de la arquitectura, la música era otra de sus grandes pasiones; tocaba el piano y junto a su gran amigo Manuel Massotti (fundador del conservatorio de Murcia) realizaba incluso pequeñas actuaciones.

En sus últimos años de carrera conoció a Dolores Moreno Grau, hija de Cipriano Moreno, médico y concejal del ayuntamiento de Madrid, pero oriundo del pueblo murciano de Ojós, con la que se casó poco después. Tuvo cuatro hijos (José Antonio, Carmen, Isabel e Ignacio), el mayor de ellos, José Antonio, perito agrícola de profesión, le ayudaba en las labores de dibujo que desempeñó en el estudio que había situado en la segunda planta de su residencia en la calle de San Nicolás, en una antigua pensión que había adquirido y remodelado como estudio-residencia.

Cuando su hijo mayor se casó, le cedió la segunda planta como residencia y trasladó el estudio al salón de su casa.

Nos encontramos con un hombre extrovertido, que gustaba de rodearse de la alta sociedad murciana; era amigo de personajes tan ilustres como Francisco Peña, Ángel Guirao o Joaquín Cerdá, con los que compartía veraneo en las playas de La Ribera. No obstante, gustaba también de relacionarse con la gente obrera; prueba de ello fue que organizó, rehabilitando la sede, el Círculo Católico de Obreros, que constituía una alternativa del Casino para la gente que por su situación social no podía acceder a él.

Otras de sus grandes pasiones era la Semana Santa siendo co-fundador y presidente por un tiempo de la cofradía del Cristo del Perdón. De hecho, en su estudio se realizaban las reuniones semanales de dicha hermandad. Él mismo solía portar el estandarte vestido de nazareno por su cargo de presidente. Cuando los pasos pasaban por la puerta de su casa se volvían en señal de respeto. El papel que realizó dentro de la cofradía le llevó a relacionarse con las altas esferas de la iglesia, no en vano fue nombrado arquitecto diocesano. Prueba de ello es el hecho de que, durante la guerra civil, cuando se complicaron las cosas, el Obispo, Juan de los Santos Díaz y Góngora, le confió todas las escrituras y documentos de valor del Obispado, así como joyas, estandartes, etc. de la cofradía que le fueron enviados en un baúl de zinc que enterró en la finca de su suegro en Ojós y que recuperó una vez acabada la guerra.

Será el 29 de julio de 1893 cuando obtenga el título de arquitecto, a la edad de 35 años, y regresa a su Murcia natal tomando como ayudante y administrador a un joven, de nombre Morales (se desconocen más datos pues todo el mundo lo llamaba por el apellido) que se convirtió en su mano derecha y que vivía junto a la familia en el domicilio de la calle de San Nicolás. A su regreso, el joven Rodríguez fue ayudante de Justo Millán. Cuando el arquitecto albaceteño decide retirarse desde Murcia a su Hellín natal, para residir allí, Rodríguez y él se mantienen en contacto por correspondencia. En sus cartas, Rodríguez se considera discípulo de Millán al que llama «maestro». Quizá por ello, a principios de 1897, Millán propone al Cabildo que nombren a José Antonio Rodríguez como su suplente en la Diócesis, haciéndose cargo de la supervisión de las numerosas obras en iglesias y conventos que tiene Millán pendientes.

De personalidad inquieta, realizaba frecuentes viajes, sobre todo a Madrid a visitar a su familia política. También estuvo de visita en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929 y en la Exposición Universal de Barcelona de 1929. En ésta última fue el encargado de llevar a cabo el diseño de la casa de Murcia en el Pueblo Español. Entre sus numerosos cargos destacan los de arquitecto municipal (que llevaba aparejado el cargo de Jefe de Bomberos), arquitecto diocesano, presidente de la Sociedad de Mejoras y Urbanización de Murcia, así como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Pasó los últimos años de su vida alejado de la vida profesional dedicando su tiempo a sus grandes pasiones: la pintura, la música y su familia.

Falleció en su casa de la calle San Nicolás a causa de una pulmonía el 18 de diciembre de 1938, y sus restos descansan en el panteón familiar del cementerio de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Murcia.

En esta breve reseña biográfica dejamos abierta la posibilidad en capítulos posteriores de centrarnos en su importante obra entre la que destacan la casa de Díaz Cassou (1900), el edificio de La Convalecencia (1910), la casa de los Nueve Pisos (1914) y la casa Cerdá (1936), entre otros muchos edificios que lo convierten en uno de los arquitectos más importantes del siglo XX en Murcia.