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La editorial valenciana Pre-Textos acaba de publicar 'Roca española (El Prado de Ramón Gaya)', una edición coordinada por Rafael Fuster ('El Louvre de Ramón ... Gaya' y 'Algunos aforismos del pintor Ramón Gaya'), que llega poco más de un año después del simposio 'La modernidad de Ramón Gaya', celebrado en octubre de 2019 en «la roca española», «un manicomio de cordura», como definía a la pinacoteca. 'Diario de un pintor', 'Velázquez, pájaro solitario' y 'El sentimiento de la pintura' son las tres obras que recogen el pensamiento de Gaya, aunque este volumen nuevo de Pre-Textos, según explica Fuster, es «una manera fragmentaria de conocer» al artista y su relación con «el amor absoluto de su vida».
También se ha servido Fuster del libro de entrevistas 'Ramón Gaya, de viva voz' para esta propuesta, muy asequible, de 128 páginas, un relato construido a base de fragmentos de sus escritos fundamentales sobre El Prado. «Es uno de los relatos más maravillosos realizados nunca en términos absolutos sobre el museo, igual que muy pocos como él han escrito sobre Venecia o sobre el Louvre, siempre desde la voz de la pintura. Él nunca confecciona teorías para respaldar su propia obra, sino que habla de pintura y de la vida de la pintura». A continuación, LA VERDAD ofrece algunos de esos pensamientos extraídos del volumen de Pre-Textos.
( 1643-1645), de Diego Velázquez. «Cuando Velázquez pinta la cara del 'Niño de Vallecas', ya no puede ser un poeta más grande -ni más misterioso-». «Ante los cuadros de Velázquez, el espectador se olvida de los medios expresivos -el color, el dibujo y la composición- para ir al fondo de la vida con todo su misterio».
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«Cuando entré por primera vez en el Museo del Prado tuve grandes sorpresas. Goya, a quien más estimaba (tenía yo dicisiete años entonces), me decepcionó mucho. Velázquez, en cambio, se me reveló, si no por completo, gran parte de él, y presentí todo lo que había de ser para mí más tarde»
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«Para ser creador es necesario poseer una gran voluntad amorosa. Ser poeta es componer la 'Sonata a Kreutzer', pintar 'La infanta Margarita', esculpir el 'Teseo', es decir, amar, amar apasionadamente y, lo que es más importante, con una gran bondad»
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«Nada más entrar en las salas de Velázquez me pareció sentir en las mejillas, en las sienes, en los párpados, el roce de un aire frío, como el que sintiera el día anterior en la calle. Era un frío limpio, de roca viva, no subterráneo, como el de París, por ejemplo; el frío de París es de sótano, de rata mojada, de alcantarilla, de albañal romántico. Madrid, a pesar de sus barrios pobres, de sus mendigos, de sus traperos, de sus basureros, no nos parecerá jamás un algo sin redención pues todo se diría poder salvarse, elevarse gracias a ese frío tan puro, tan desnudo, del aire de la sierra»
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«En 1931, con la llegada de la República, se pudo llevar a cabo una antigua idea de Cossío: crear las Misiones Pedagógicas. A Cossío le gustaban poco las dos palabras «misiones» y «pedagógicas»; la idea consistía en llevar por los pueblos y mostrar algunos de esos tesoros que eran realmente suyos... y de todos. A Eduardo Vicente, a Juan Bonafé y a mí nos encargaron las copias de varios cuadros del Prado que iban a constituir el Museo Ambulante de Misiones Pedagógicas. Yo mismo viajé después con el Museo, mostrando los cuadros por los pueblos de España»
(1523-1526), de Tiziano. «Verdadera y decididamente moderno, es... Tiziano». «Todo eso ha ido fraguándose, haciéndose, y lo que veo es que la pintura es 'una' y ya está: ya aparece en las cuevas, allí está siendo, pero sin llegar a ser todavía, sin llegar a ser».
(1600), de El Greco. «El Greco fue un extranjero total, un extraño total. Hoy sabemos que a quien más se parece es a Van Gogh, otro rodeado de agua por todas partes, otro veneciano frenético; pero ser veneciano no quiere decir aquí ser de una ciudad, ni de un país, sino pertenecer a una especie de raza: la Raza Pictórica».
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«Me encerré un poco [ya en el exilio en México], me hice una especie de clausura y esa autoclausura se rompía cuando había una persona que coincidía con mi temperamento o con mis gustos (...). Por motivos muy personales me encontrababa en un desánimo terrible y no pintaba. Fueron los amigos quienes me empujaron a trabajar, a volver a la pintura, y eso me salvaría»
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«Entrar en el Prado es como bajar a una cueva profunda, mezcla de reciedumbre y solemnidad, en donde España esconde una especie de botín de sí misma, robado, arrebatado a sí misma. La pintura española es real como no ha podido serlo nunca la realidad misma española. Por eso el Prado es casi como un manicomio al revés, como un manicomio de cordura, de realidad, de certidumbre. Afuera está la realidad ilusoria, la vida es sueño, pero la pintura, para el español es, precisamente, despertar»
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«Cuando desde lejos se piensa en el Prado, éste no se presenta nunca como un museo, sino como una especie de patria. Hay allí algo muy fijo, invulnerable y también, sin redención. Para los franceses, el Louvre no puede ser sino un museo, un museo que está en Francia pero que, claro, no es Francia; los museos de Italia siguen siendo exterior, calle italiana, y casi no hay diferencia entre una sala de los Uffici y el Arno, ya que son igualmente navegables, vivibles. Pero el Prado es un lugar hermético, secreto, conventual, en donde lo español va metiéndose en clausura, espesándose, encastillándose. Y no es que solo guarde pintura española, pero allí dentro todo parece convertirse en una misma terquedad»
(1814), de Goya. «Goya es el más grande y violento corazón, El Greco es el más vivo y agudo espíritu; solo Velázquez es el alma, el alma completa, serena, sola. Porque el tan sabido y repetido realismo no se supo nunca comprender que no era sino un material, no su término». Fotos: ©Museo Nacional del Prado
(hacia 1869), de Eduardo Rosales. Ante esta obra, conoció qué es la modernidad: «Algo así como un tímido y atrevido frescor que, de pronto, se aviniera a dar unos pasos: nada más, eso es todo». Aquí acabababa para Gaya la pintura moderna.
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«En este museo hermético, secreto, conventual –le gustaba incidir en sus propias observaciones–, deberíamos entrar despacio y, claro, muy atentamente, pero no con una atención analítica, científica –a la cual, como se sabe, se aferra el hombre que se siente vacío, perdido– sino con una atención más recóndita. Y deberíamos huir de esa clase de verdades que aun siendo verdades, nos conducen a la mentira, a una conclusión mentirosa, y no dejarnos llevar por las características de una obra, pues éstas no forman la obra, no son la obra»
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«Yo no los veo como piezas del pasado, como obras de arte del pasado, sino obras de arte actuales. Lo que pertenece al pasado son las vanguardias. Ha habido siempre vanguardias, y siempre acaban en el pasado»
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