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JAVIER CARRIÓN / AGM Y ÁLBUM FAMILIAR
Frutos Llamazares: la pureza brutal de un desconocido

Frutos Llamazares: la pureza brutal de un desconocido

El pintor olvidado. El Palacio Almudí dedica sus dos salas al artista leonés afincado en Torre Pacheco y fallecido en 2010, una oportunidad para descubrir, en 130 obras, un mundo fascinante en el que se mueven ídolos prehispánicos, cabezas de toro y Meninas, y en en el que conviven plumillas, telas y planos cosidos

Sábado, 30 de abril 2022, 12:02

El mundo que sale a tu encuentro al cruzar la puerta del Palacio Almudí puede descolocarte por completo. Es la primera exposición individual de un artista que murió hace más de una década: Manuel Frutos Llamazares. Su hijo David -reconocido fotógrafo especializado en nuevas arquitecturas- es el comisario, junto al arquitecto Enrique Nieto, de 'Cuando ya no hay ruido', sin duda, una de las propuestas más atractivas desplegadas en el Centro de Arte Palacio Almudí de Murcia, bajo la dirección, en una nueva etapa, de Mamen Navarrete. De hecho, esta es su primera -y arriesgada- gran apuesta. Y el resultado es abrumador.

David Frutos guía a LA VERDAD por esta muestra. Entre 2.000 y 3.000 obras llegó a realizar en vida Frutos Llamazares (León, 1935-Torre Pacheco, 2010), que fue profesor de Dibujo Técnico en el IES Luis Manzanares de Torre Pacheco, aunque era, en realidad, y hoy se confirma, un maestro de la pintura por coronar, como sabía su familia. Su decisión de recluirse del mundo, de volcarse en su obra y en su familia, su sordera final... contribuyeron a que nada más le importara. Nunca participó de las pompas del mundo del arte, no estaba en ferias ni en galerías. En el Almudí pueden contemplarse 130 piezas. Hizo retratos, marinas, paisajes... De estudiante en Madrid trabajó como dibujante para turistas en la plaza Mayor. Un marchante norteamericano movió mucha obra, de la que, lógicamente, se desconoce su paradero.

Javier Carrión / AGM
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Del taller del artista en Torre Pacheco, un estudio diseñado por Enrique Nieto, llegaron al Almudí obras de gran formato como su colección de Meninas y cabezas de toros, arpilleras, plumillas, dibujos, cuadernos... obras de una gran complejidad técnica para las que emplea lino, cuerdas, pinturas plástica... auténticas construcciones que exigían tanta imaginación como esfuerzo físico. Su originalidad es algo fuera de serie.

«Durante todas sus épocas -cuenta David Frutos- tuvo ciertos iconos sobre los que trabajó muchísimo. Por ejemplo, la Venus de Tara, un ídolo prehispánico canario, de los guanches, pobladores originarios de las islas. Lo reprodujo mucho, hay por lo menos 20 cuadros. Él toma el icono y lo utiliza para sus medios: lo manipula, lo convierte en algo a lo que pueda incorporar fácilmente su técnica. Le da por eso, pero también por las cabezas de toro o las Meninas de Velázquez. Desde el punto de vista de la tridimensionalidad ya es un cuadro el de las Meninas que tiene mucha fuerza. Y aquí en el Almudí hay versiones muy distintas». Frutos Llamazares disfruta interponiendo planos y sombras. En otras intenta eliminar la capacidad que tienen las sombras para generar esos planos y hace un trampantojo a base de estructuras pintadas, que, en realidad, es una falsedad. Su capacidad de pintar hiperrealismo también la emplea para anular la técnica y confundir al espectador. En numerosas obras juega así: reinvirtiendo los efectos de su técnica.

Si hay alguna certeza sobre la obra de Frutos Llamazares, dice David Frutos que una es que su padre nunca daba por terminado un cuadro. «Yo apostaría a que su obra era un insistir, insistir, insistir... hasta llegar... ¿a dónde? Yo he llegado a valorar más su pintura después del fallecimiento. Siempre me gustaba más su pintura contenida, pero de vez en cuando rompía la costumbre».

«Ojalá que dentro de 30 años podamos recordar que esta exposición rompió una dinámica perversa»

David Frutos. Hijo y comisario

La obra de Frutos Llamazares es seductora, todavía más embriagadora, radicalmente diferente a veces. «Tengo que hacer el esfuerzo de hablar bien de mi padre», confiesa el comisario, «porque no lo hago nunca, pero una vez colgadas siento que sus obras son contundentes». Es la fuerza de los grandes pintores. Necesitaba, sin embargo, ser descubierto. ¿Es esta ocasión la gran oportunidad? ¿O pasará sin pena ni gloria? «Ojalá dentro de 30 años podamos recordar que esta fue su primera gran exposición, la que rompió una dinámica perversa de esconder a Frutos Llamazares, y me gusta pensar en estos términos, en lo que va a representar esta muestra, porque, en efecto, es el momento en que se ha dado a conocer la obra de mi padre. Y eso es importante. Es el comienzo de una carrera que ya se terminó».

En cierto modo, también la pintura era un deporte para Frutos Llamazares. Cada cierto tiempo, por ejemplo, se empeñaba en componer un cuadro hiperrealista para demostrarse a sí mismo que, proviniendo de hecho de una forma clásica de ver la pintura, podía hacer lo que le viniera en gana, si bien eso le aburría también y se afanaba en lo que más le gustaba. En 'Cuando ya no hay ruido' hay tres ejemplos de pintura hiperrealista, enfrentados a dos obras minimalistas: una maternidad y un eclipse. Era un gran geómetra, y, por cierto, los bocetos de cada obra llenan libretas enteras. En algunas obras también es apreciable la economía de medios, cuando aprovechaba retales para hacer planos completos. Son obras de los años 80, en las que reciclaba. «Hay obras de una pureza brutal, llenas de humanidad», clama David Frutos.

Trilogía de las basuras

Los tres cuadros hiperrealistas son lo que Frutos Llamazares conocía como «la trilogía de las basuras», de los que no quiso desprenderse en vida: la basura intelectual, la basura industrial y la basura doméstica. «Los quisieron comprar montones de veces, pero nunca accedió. Es una parte llamativa de su obra, pero a mí personalmente no es la que más me gusta, aunque quedan muy patentes sus cualidades para pintar». La suerte del artista posiblemente sea tener a un hijo entusiasta de su obra, como es el caso de David Frutos, que en la exposición comparte sus reflexiones con el espectador con sus recuerdos plasmados en las paredes. En esta historia es también la familia afortunada, pues este mundo del artista es con el que se han relacionado los cuatro hermanos y su viuda. «El factor suerte es determinante en la vida de cualquiera, yo no conozco los resortes de este mundo del arte y las posibilidades de que esto muera aquí son tan grandes como que no muera. Posiblemente dentro de otros 20 o 30 años tengamos que volver a hablar de Manuel Frutos Llamazares como el pintor olvidado».

«Lo que me gusta es el minimalismo de su obra. Hay una fuerza increíble en el trabajo de cada pieza»

Una obra que no está en museos, ni en colecciones importantes. Que se reduce a un mundo muy concreto: cientos y cientos de obras almacenadas en su estudio de Torre Pacheco. Pero lo que se puede ver en el Almudí es algo insólito. Por eso merece la pena. En sus últimos años de vida pintó una serie de retratos de mujer de dos planos, y un tercer plano que era la pared: negra, blanca, de hormigón... «Lo que me gusta a mí de todo eso es el minimalismo de su obra. Hay una fuerza increíble en el trabajo de cada pieza». Toma una de ellas, muestra el reverso y se extasía: «¡Me estoy imaginando sus manos endurecidas de tanto coser!».

Un trabajador incansable. No se cansa de experimentar. De intentarlo... ¿Intentar producir su mejor obra? David Frutos lo explica así: «A veces pienso que el acto de crear es un desperdicio de la mente, un poder con el que nacen determinadas personas para que se pasen toda su vida insistiendo de forma enfermiza en materializar lo que los demás llamamos arte. La creación le causaba angustia, siempre estaba en su estudio, un espacio limitado a cuatro paredes, una cárcel espacial para una jaula mental como mapa de su universo. La ansiedad no le dejaba dormir, la omnipresente insatisfacción era la pauta que determinaba su estado de ánimo. Un día pletórico, seguido de un día absurdamente triste. Sobre la felicidad, me pregunto si todo esto valió la pena, y qué poderosa fuerza hay que te esclaviza y que te hace insistir e insistir toda tu vida a ninguna parte. Si la trascendencia era el premio a una vida como la suya, la suya es, sin duda, una existencia perdida».

«Si la trascendencia era el premio a una vida como la suya, la suya es, sin duda, una existencia perdida»

Un intento de superación, sin duda, de conseguir la obra perfecta, quizás mil veces antes conseguida ya. Una batalla consigo mismo, un motor interno que propició toda una obra que, hasta ahora, había permanecido en el anonimato. Un artista, posiblemente, sea también alguien así. Pues solo en alguna ocasión, en alguna muestra colectiva, su obra fue mostrada en público.

Sus dibujos a plumilla son de una maestría desacostumbrada. Muchas noches pasó David Frutos junto a su padre: este con su plumilla y David tomándose la leche con galletas, pero observándole. «Podía hacerse uno en una noche, su capacidad era increíble y como geómetra podía hacer cosas maravillosas». Hay una serie que, según el comisario, «parece hecha de elementos gástricos, pues son como estómagos, tripas. Él tuvo, además del propio dolor de los artistas, úlcera, y eso queda reflejado ahí».

Hay muchos cuadros de telas que tienen esos nudos y retorcimientos, como aplastados, que le servían para resolver problemas. Eso lo hizo desde siempre. La tridimensionalidad de las figuras no es suficiente para explicar su lenguaje, por eso emplea, alternativamente, telas y plumillas, a veces entrelazadas como una malla. Entre las obras de los años 60 y las de la primera década de los 2000 hay una evolución, y sin apenas errores. «No se le caía la tinta», dice David Frutos, que es abordado por un espectador, y éste le espeta: «Esto es la primera vez que lo veo, y me ha parecido impresionante. Su imaginación, sus perspectivas, sus dibujos. Es algo grandioso».

jAVIER cARRIÓN / agm

Desde luego no es un artista facilón, y no deja indiferente. La facilidad con la que cambia de registro es admirable. «Tenía en su estudio siempre cuatro o cinco bastidores con obras empezadas. En uno unos gallos, otro una tela, un hiperrealista... y cambiaba según estaba ese día». Hay miles de bocetos, la intrahistoria de todos los cuadros. Material sumamente interesante al que hay que sumar la faceta poética del artista. «Hay libretas enteras con sus poemas, es inabarcable, y ya veremos qué hacemos con todo eso».

Muy posiblemente, la obra de Frutos Llamazares esté hecha únicamente y exclusivamente para que su familia encontrase pistas para comprender, y volver, a su mundo. «Incluso sus amigos formaban parte de su proceso. Mi padre era un espectáculo, un tipo digno de conocer, con un discurso bien estructurado, con un punto alocado». En la serie 'Las madres de Bosnia', en la primera planta, plasma el drama de la guerra de los Balcanes: mujeres violadas, embarazadas de hijos no deseados, o nacidos muertos... mujeres que sufren. «Quiso utilizar el óleo, pero muy poco relajado, a base de paleta, que le da más potencia».

En la planta baja está, sobre un bastidor colgado, un cuadro inacabado, que iba a ser su gran obra, una denuncia de la guerra. La bocetación de aquellos personajes también está presente en esta exposición, abrumadora, agobiante a veces, pero muy sorprendente.

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