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Ferdinand y Miranda en la escena de los espíritus y la máscara en un montaje de la Royal Shakespeare Company de 1951.
Las flores (eléctricas) del mal

Las flores (eléctricas) del mal

En el primer libro de la Biblia el Edén, el espacio ideal de nuestra cultura, ya habita la contradicción: es el lugar perfecto para ser feliz, pero está poblado por una serpiente-diablo y contiene un árbol inaccesible cuyos frutos esconden el Mal y el destierro

Pedro Pujante

Sábado, 10 de junio 2023, 07:41

Desde la Antigüedad, en las artes y la literatura, la naturaleza ha constituido un lugar común que ha cristalizado en topos como el 'locus amoenus'. ... Este topónimo idealizado también encuentra en ocasiones su reverso oscuro: el 'locus horribilis'. En Dante o en el Bosco se construyen escenarios «naturales» pero sus materiales parecen extraídos de una pesadilla. Sobre todo en 'El jardín de las delicias', un tríptico onírico y desquiciante poblado de criaturas inverosímiles que prefigura algunas telas de Dalí, Remedios Varo y la ciencia ficción más imaginativa. En el primer libro de la Biblia el Edén, el espacio ideal de nuestra cultura, ya habita la contradicción: es el lugar perfecto para ser feliz pero está poblado por una serpiente-diablo y contiene un árbol misterioso e inaccesible cuyos frutos esconden el Mal y el destierro. En la literatura medieval también abundan los bosques peligrosos en los que caballeros audaces habrán de encontrar el horror o la muerte. Shakespeare, más adelante, construye algunas de sus fantasías más memorables en torno a la naturaleza. 'The Tempest' (1611) es sin duda una de las piezas que mejor expresa la confrontación entre la civilización y lo salvaje. Ya en el Romanticismo llegamos a la mayor expresión de la conexión que existe entre el hombre y la naturaleza. Pero esta relación es compleja. Puede ser fruto de placer y paz pero también motivo de temor y angustia. La novela gótica anticiparía una tendencia a subrayar escenarios oscuros y sobrenaturales en los que la naturaleza es reflejada de un modo tenebroso. Se emprende en el siglo XIX un viaje de retorno a la madre naturaleza que alcanza cotas místicas. Byron llegó a decir: «No vivo en mí, sino que me convierto en porción de lo que me rodea... Me sustraigo de todo lo que pueda ser o haya podido ser para mezclarme con el universo».

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