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Pedro Pujante
Sábado, 10 de junio 2023, 07:41
Desde la Antigüedad, en las artes y la literatura, la naturaleza ha constituido un lugar común que ha cristalizado en topos como el 'locus amoenus'. ... Este topónimo idealizado también encuentra en ocasiones su reverso oscuro: el 'locus horribilis'. En Dante o en el Bosco se construyen escenarios «naturales» pero sus materiales parecen extraídos de una pesadilla. Sobre todo en 'El jardín de las delicias', un tríptico onírico y desquiciante poblado de criaturas inverosímiles que prefigura algunas telas de Dalí, Remedios Varo y la ciencia ficción más imaginativa. En el primer libro de la Biblia el Edén, el espacio ideal de nuestra cultura, ya habita la contradicción: es el lugar perfecto para ser feliz pero está poblado por una serpiente-diablo y contiene un árbol misterioso e inaccesible cuyos frutos esconden el Mal y el destierro. En la literatura medieval también abundan los bosques peligrosos en los que caballeros audaces habrán de encontrar el horror o la muerte. Shakespeare, más adelante, construye algunas de sus fantasías más memorables en torno a la naturaleza. 'The Tempest' (1611) es sin duda una de las piezas que mejor expresa la confrontación entre la civilización y lo salvaje. Ya en el Romanticismo llegamos a la mayor expresión de la conexión que existe entre el hombre y la naturaleza. Pero esta relación es compleja. Puede ser fruto de placer y paz pero también motivo de temor y angustia. La novela gótica anticiparía una tendencia a subrayar escenarios oscuros y sobrenaturales en los que la naturaleza es reflejada de un modo tenebroso. Se emprende en el siglo XIX un viaje de retorno a la madre naturaleza que alcanza cotas místicas. Byron llegó a decir: «No vivo en mí, sino que me convierto en porción de lo que me rodea... Me sustraigo de todo lo que pueda ser o haya podido ser para mezclarme con el universo».
Baudelaire
Escritor
En el cine de terror actual y en la literatura fantástica no son pocas las ocasiones en que la naturaleza se convierte en un abismo al que retornamos los incautos urbanitas. Un misterio, una fuente de horror. Nuestra vida urbana nos ha distanciado tanto de la naturaleza que esta se ha transformado en una entidad extraña, recóndita y ajena. No es casualidad que en el cine de los últimos años haya experimentado un resurgimiento el folk horror: 'The Witch' (2015), 'Midsommar' (2018), 'Ritual' (2017) o 'Apostle' (2018), por citar algunos ejemplos exitosos. Y sin contar el subgénero de «cabañas en el bosque» o los 'slashers' ambientados en apartadas zonas rurales como 'La matanza de Texas' (1974) o 'Las colinas tienen ojos' (1977), que también ha vivido una oleada de remakes y rescrituras, como la ya clásica y autoconsciente 'The cabin in the woods' (2011).
Otras cintas como 'Aniquilación' (2018), basada en la novela de Jeff VanderMeer, retoman el tropo de naturaleza peligrosa y lo traslada a un contexto 'new weird' en el que el relato bascula entre la ciencia ficción y lo extraño. Aquí lo interesante es observar cómo el temor a una naturaleza desconocida se acrecienta o (directamente es) debido a la posible (siempre vaga e imprecisa) amenaza de una fuerza no humana. También en 'El día de los trífidos' (1951) se narraba la invasión de una especie de seres de fisionomía vegetal que se desplazan y se alimentan de seres vivos y que se propagaban, como un virus, para invadir la Tierra. Muy distinta es la invasión de la naturaleza que tiene lugar en la novela 'Compañía de sueños ilimitada.' (1979), de J. G. Ballard. En esta obra, su protagonista sufre un accidente aéreo. Desde ese momento el pueblo al que ha llegado comienza a padecer una transformación de carácter onírico. Plantas tropicales y desconocidos animales comienzan a aparecer. Pájaros de extraños plumajes y frondosas enredaderas lo invaden todo. Como si la profusa naturaleza, desbocada e insólita, fuese una extensión del subconsciente de un narrador protagonista que parece vivir en un limbo de pesadilla.
De hecho, la espesura vegetal y animal se traduce en un desenfrenado deseo sexual. El «ello» se desboca, el espacio y el tiempo traspasan los límites de su lógica y el mundo se convierte en un carnaval metafísico en el que las almas de los vivos y los muertos bailan juntas. Aunque el terror floral también puede prosperar en un ambiente urbano. Recordemos, aunque en clave de humor, 'La tienda de los horrores' (1986), en la que una planta hambrienta de carne humana es capaz de hablar y de pensar por sí misma. O la más reciente 'Little Joe' (2019) de Jessica Hausner. Una película de una cuidada y fría estética en la que flores cultivadas con fines terapéuticos comienzan a tener unos extraños efectos en quienes entran en contacto con ellas.
Existen otros relatos en los que el terror proveniente de las plantas es más sutil. En la novela 'El hombre que esperaba a las flores¡ (2018), se nos cuenta la historia de Svenson, un hombre de negocios que decide dejarlo todo para abrir una tienda de flores. Pero el idílico plan se ve truncado por la aparición de cadáveres mancillados con un extraño crisantemo. Las flores y la muerte se asocian en este relato extraño, deudor de Lynch y Lovecraft, que explora la psique humana como si de un laberinto de horrores se tratara. La huella de Lovecraft y sus seres extraños ha traspasado los límites de la literatura. De hecho, en el año 2022 una planta de la familia Gonolobus encontrada en México fue nombrada 'Cathulhu', en honor al dios primigenio ideado por el de Providence. Lovecraft no pocas veces incluyó en sus cuentos plantas extrañas de aspectos amenazantes. Por ejemplo, en el cuento 'El color que cayó del cielo', un meteorito comienza a transformar la flora y la fauna. Las plantas adquieren colores inverosímiles. Escribe Lovecraft: «Plantas y arbustos se convirtieron en una siniestra amenaza, creciendo insolentemente en su cromática perversión».
El terror hacia la naturaleza como entidad oscura prevalece hoy día en forma de fascinación atávica. En la actualidad conocemos mucho más de nuestros congéneres vegetales que en épocas pasadas. De hecho, la inteligencia de las plantas es un asunto que ha suscitado el interés científico en los últimos años. Evidentemente carecen de cerebro y de conexiones neuronales, pero ¿para qué los necesitan? Su capacidad para adaptarse, sobrevivir y comunicarse entre ellas y su entorno son razones más que suficientes para otorgarles cierto grado de inteligencia. Son incluso capaces de manipular el medio ambiente, atrayendo a otros seres vivos para que las ayuden a ser polinizadas o fertilizadas.
Howard Phillips Lovecraft y Elizabeth Neville Berkeley
Escritores
Hay estudios que demuestran cómo algunas plantas reaccionan a sonidos y vibraciones que las ayudan a encontrar corrientes de agua. También se ha demostrado que la 'Arabidopsis thaliana', planta con flor, familia de las brasicáceas, detecta cuando es comida por orugas y provoca una reacción defensiva. Son seres colectivos que, como las hormigas, logran comunicarse a través de señales químicas. Desde esta perspectiva no es incoherente pensar un relato de ficción en el que un inteligente y coordinado mundo vegetal, algún día, se levante contra el ser humano y acabe con él. Aunque sea en defensa propia. La ciencia ficción, ya lo sabemos, es la ciencia del futuro.
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