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ANTONIO ARCO
Viernes, 17 de junio 2016, 08:03
«O sea, ¿que el paso del tiempo solo sirve para darme cuenta de que ya no tengo el estómago tan movido y tan excitado? Pues qué tristeza», dice la artista, que estrenará en el Párraga
La llaman, por obra y gracia de la galerista Soledad Lorenzo, obra de arte en sí misma. Y le abren las puertas de los museos y salas de arte contemporáneos más importantes del mundo para que muestre sus creaciones, entre las que brillan con luz y oscuridad propias sus 'Piezas distinguidas', la primera de las cuales, 'Muriéndose la sirena', estrenó en 1993. Desde entonces, infatigable, habita desnuda y vulnerable en un oleaje de ideas que aspiran a la poesía y al puñetazo en el estómago. Ella es María José Ribot Manzano, 'La Ribot' (Madrid, 1962), afincada en Ginebra desde hace años. Coreógrafa, bailarina, 'performer'... Quedo con La Ribot, que no quiere entrevistas, en pleno corazón de Murcia. Ella lo que quiere es tomar el sol, que el sol la mime y la proteja, le ilumine la cara, le despeje el cerebro, le acaricie piel, uñas, músculos, labios, pelo rojizo y corazón que tiende al galope. Lo que desea es irse a la arena frontera con las olas, ver el mar, jugar con él, amarlo u odiarlo, contarle secretos, no hacerse a ella misma ni puto caso y confesarle sus miedos, reírse de ellos, darse un baño...; mejor estar mirando el mar un rato que pensar hasta que te salten los plomos. ¿Quién quiere pensar ahora en nada con este calor y este aire enfadado que se respira, aquí y allá?
Quedo con La Ribot a las diez de la mañana. Dan las diez y media, dan las once. Se retrasa porque le está dando el desayuno a su hijo Pablo, que tiene diez años, con el que ha viajado desde Ginebra, donde vive, para ver las instalaciones del Centro Párraga de Murcia y ultimar los detalles del estreno, el 14 y 15 de octubre, de la quinta y esperada entrega de sus 'Piezas distinguidas', que ella protagonizará feroz en compañía del actor Juan Loriente. El Párraga, que dirige el artista plástico Sergio Porlán y depende del Instituto de las Industrias Culturales (ICA), Marta López-Briones, caerá rendido a sus pies. Una exposición de vídeos sobre su trabajo, tutelados por ella, integrarán la gran instalación que se apoderará de sus Espacio 4, Espacio 5 y Sala de Máquinas.
Murcia. Día tal. Hora cual. Aparece La Ribot. Pide disculpas. Besos. La calle espera. La gente. Un perro le ladra. Hace sol para aburrirnos a todos. La idea de la playa cobra fuerza, pero antes un café. Nos sentamos, pedimos café, llegan los cafés, se quedan sobre la mesa, intactos. Que les den a los cafés, a la gente que grita en vez de hablar, a los conductores que pitan furiosos, a la señora con señor incorporado que cruza el semáforo en rojo, tirando del señor incorporado y provocando que se incremente el horror de los pitidos.
¡Una playa, una playa, nuestro reino inexistente por una playa! Con poca gente, se entiende. Gente que no grite.
-¿Qué recuerda La Ribot de su infancia?
-¿Me va a hacer ahora hablarle de mi infancia?
-Mientras nos tomamos el café.
-El sol brillante de Madrid es lo que más recuerdo. Y a mi madre chillando. Tengo muchos hermanos. Tuve una infancia muy movida, muy energética, con muchísima energía alrededor. No me aburría, no soporto aburrirme. Aburrirse es como estar muerto.
-¿Era alegre entonces?
-Sí, creo que sí era alegre, aunque siempre he tenido mucho miedo. He sido muy miedosa desde muy niña.
-¿Miedo a qué?
-Miedo a la vida. Me dan mucho miedo la vida y el ser humano. Así es que psquiatras y tal [risas]. Pero soy alegre, no soy un rollo de persona.
-¿Y qué juventud tuvo?
-[La Ribot se acaricia el pelo, se acaricia el cuello, se acaricia las manos. Cierra los ojos. Los abre. Se ríe. Cuando se ríe quisieras que no dejara de hacerlo, porque su risa es luminosa y, además, los de las mesa de al lado se hablan entre sí como si se les separase el Everest.] Viví una total revolución. Tenía muchísimas ganas de existir, me peleaba por ser. Me hice artista porque quería decir cosas, cambiar cosas, compartirlas. Tenía impulso de sobra, me comía el mundo.
-¿Ya no?
-No tanto. Esto de vivir cada vez se hace más difícil. Es más rollazo. Creo.
-¿Y qué halla de esa serenidad que se supone que llega con la edad?
-Yo he empezado a tener relación con la serenidad muy tarde, hace muy poco, tan poco como que hará tan solo unos meses. Hasta ahora ha sido todo muy complicado, no tomaba distancia con casi nada. Pero tampoco puedo hablarle de la serenidad porque no soy ninguna experta en ella. Lo que sí noto es que se ha producido un cambio en mi forma de relacionarme con mis estudiantes. Lo noto. Me lo paso muy bien con ellos, mejor que nunca. Los disfruto muchísimo, disfruto de su juventud, de sus fuerzas, de su creatividad. Me parecen graciosísimos y me río con ellos. Creo que, sí, mi relación con ellos es ahora más serena. Pero se me pasa cuando ellos no están.
-¿Qué ocurre entonces?
-Pues que vuelvo a ser un torbellino, a sentirme como un torbellino, a tener mi cabeza como siempre la he tenido: hecha un lío.
-¿Certezas tiene?
-Supongo que tendré algunas, que serán las que actúan como motor de lo que hago. Debo tenerlas, pero no sé muy bien cuáles son.
-[La Ribot cierra los ojos. No sé cuánto tiempo transcurre hasta que vuelve a abrirlos.] ¿La vida merece la pena?
-[Risas.] Pues me imagino yo que sí, pero tampoco estoy segura al cien por cien porque tengo mi punto muy depresivo, muy dramático. A veces, vivir me cuesta. Sé que vivir es algo muy raro, siento que es raro. Pero es muy triste pensar que la vida no merece la pena, eso no se puede ni pensar. Mejor no diga nada de esto, ni de nada. ¿Tenemos que hablar de todo esto, es que no estoy yo para existencialismos? No estoy en mi mejor momento para ponerme a pensar sobre mí misma; necesito sentirme, no pensarme.
La Ribot escucha un poema que le leo. Ha surgido del móvil. No es muy alegre, no es nada alegre. Sí es muy hermoso. Más calor. Más sol. Los de la mesa vecina, que hablaban a gritos entre sí como si les separarse el Everest, se levantan y se van. Qué felicidad.
-Estos versos son de Dylan Thomas: «Y la muerte no tendrá señorío. / Desnudos los muertos se habrán confundido / con el hombre del viento y la luna poniente; / aunque se vuelvan locos serán cuerdos, / aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo, / aunque los amantes se pierdan quedará el amor; / y la muerte no tendrá señorío».
-Qué bonito, es bellísimo, vuélvamelo a leer.
La Ribot lo escucha de nuevo. «Bellísimo», repite. Y añade: «No me apetece hablar sobre el amor en estos momentos de mi vida».
-¿Y sí sobre la muerte?
-Creo que, en el fondo, los artistas siempre estamos trabajando alrededor de estos dos grandes temas: el amor y la muerte. El amor es muy complicado también, la verdad, pero es lo único que merece la pena en la vida. Me refiero al amor a todas las cosas.
-¿Mejor amar o ser amado?
-Es mucho más importante amar. Ser amado es necesario y resulta muy placentero, pero amar es lo que te mueve más profundamente a actuar, lo que te hace pensar, relacionarte con los otros, existir.
-¿Ser madre es lo más?
-Ser madre es alucinante, pero no es lo máximo. Para mí nunca ha sido fundamental serlo, y tampoco creo que lo tenga que ser. Soy madre casi por casualidad, mis hijos han sido dos accidentes; dos accidentes maravillosos pero dos accidentes. Siempre me ha interesado mucho este tema: el del accidente, el de lo que no tienes planificado en la vida, el de vivir sin planificación. Los hijos se tienen y, sí, fantástico, pero no creo que el fin de una mujer sea ser madre.
-¿Puede imaginarse su vida sin ellos?
-Me he imaginado muchas veces mi vida sin ellos y me la he imaginado muy bien. Pues claro. Tengo mucha imaginación. [Risas.]
-¿Qué no tiene ya tan claro?
-Siempre he creído que podría sobrevivir en cualquier circunstancia, pero me he ido dando cuenta de que no es para tanto. En algunos periodos de mi vida me he creído que todo era posible en todos los lugares. Ahora ya sé que no.
-¿Se siente usted especial?
-Cada año que pasa siento que soy menos especial. Voy de menos en menos. Y tampoco creo que haya nada tan extraordinariamente especial. Mire, a lo mejor resulta que eso de la serenidad, de la que hablábamos antes, sirve para darte cuenta de que eres uno más. En el fondo, tu existencia es muy corta y si puedes aportar algo a los demás antes de desaparecer, pues mejor para ellos.
-¿Cómo lleva cumplir años?
-Soy del 62. Tengo una edad muy crítica. Me vienen rachas en las que me da igual, y otras en las que es insoportable ver cómo tu cuerpo pierde facultades y cómo los otros ya no te miran igual o, directamente, no te miran. Eres un cero a la izquierda, ¿pero qué es esto? Da mucha rabia. En realidad, puede que el paso del tiempo solo sirva para tener más serenidad, y eso resulta ser muy aburrido. O sea, ¿que el paso del tiempo solo sirve para darme cuenta de que ya no tengo el estómago tan movido y tan excitado? Pues qué tristeza. La excitación es vida.
-¿Le gusta recordar?
-Cuando me pongo nostálgica procuro que se me pase rápido, no me gusta la nostalgia, me aburre también muchísimo, me parece un rollo total eso de ponerte a repasar. Sé que hay cosas que no hice bien, pero en realidad no me preocupa mucho.
-¿Y qué le preocupa?
-En general, muchísimo el futuro; y en concreto, el futuro de mis hijos. Pasan cosas horribles. Todo este comportamiento de Europa con los refugiados, por ejemplo, es horrible. Me alarma.
-¿Qué le pasa a Europa?
-Que ha fracasado, y yo vivo en el corazón del fracaso. Hace muchos años ya que, en ese corazón, un centro de acogida de refugiados es una prisión. ¿Europa? Se cierran las fronteras, se niega la ayuda, vuelven los partidos extremistas... Qué horror, que tremenda falta de memoria tenemos. Parece que necesitamos olvidarlo todo para volver a repetir las mismas barbaridades. Eso somos: seres humanos que no recuerdan nada, repiten los mismos fracasos una y otra vez y siguen ejerciendo una violencia brutal sobre el cuerpo de los demás.
-Entre los que se incluye el suyo, que usted ha mostrado desnudo durante años en sus 'Piezas distinguidas'.
-Desnudo, vulnerable, frágil. Un desnudo tan abierto, tan simple y sincero y que, sin embargo, resultaba violentísimo para los demás. No sabemos convivir con nuestro propio cuerpo y no digamos ya con los de los demás.
-Usted dice que el cuerpo es el lugar donde ocurre todo.
-El lugar donde tenemos las relaciones sexuales, el lugar donde podemos violentar, presionar, provocar miedo, capar...; el cuerpo es el lugar de la violencia, del amor, de las sensaciones... Es tan sumamente importante que es muy fácil intentar destruirlo. Es ahí donde ocurre todo.
-¿Cómo ve España?
-En Europa se ve como un país lioso, complicado, corrupto, lejano a esa Europa más... estricta. Hay muchísima corrupción, y eso hace que se vea como un país muy sucio, que lo es. Últimamente, España está muy complicada y muy sucia.
-¿Regresará?
-No lo veo muy posible. Me he acostumbrado a trabajar y a vivir de otra manera, aunque en Ginebra busco españoles para trabajar con ellos; necesito la lengua y la energía españolas. Suiza es un país muy raro. Me instalé allí porque me casé con un suizo, pero me hubiese quedado a vivir en Londres. Lo que sí es cierto es que allí me resulta más fácil no tener que pensar en todas las complicaciones materiales que conlleva mi trabajo. Pensar en no complicarse la vida es también algo propio de mi edad. Lo que ahora quiero es poder concentrarme en mis cosas y tener tiempo para desarrollarlas. No quiero líos. Necesito concentrarme en el trabajo. Ni en la maternidad, ni siquiera en la pareja, creo que esté para mí el verdadero consuelo; lo encuentro cuando me concentro en el trabajo, en esa especie de estado poético. Creando mis 'Piezas distinguidas' encuentro ese estado poético en el que puedo entender algo el mundo, la existencia... Me motiva mucho eso tan extraño que llamamos arte vivo, ese momento mágico e irrepetible que es capaz de mover corazones y pensamientos. Ese misterio alucinante del directo me fascina. Sin esos estados poéticos, de concentración poética, yo no podría vivir.
-Con su trabajo, ¿prefiere emocionar o hacer pensar?
-Emocionar me parece una experiencia brutal, pero creo que los artistas estamos para dar luz; creo que eso es lo más importante: hacer reflexionar. Mi función consiste en arrojar luz. Por ejemplo, sobre lo vendidos que estamos todos y sobre el uso asqueroso que hacemos unos de otros.
-¿Por qué apostamos por eso en vez de por cuidarnos?
-El filósofo francés René Girard dice que, en realidad, la violencia viene porque el hombre siempre desea lo que el otro tiene. Somos extremadamente envidiosos, y la envidia no es para nada ajena a la violencia. Pero... también el deseo hace que nos movamos, ¿no? ¿Qué pasaría si no tuviésemos deseos?
-¿Dígame algo cierto?
-No soy Pina Bausch.
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