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ANTONIO ARCO
Viernes, 17 de junio 2016, 08:15
'Afectuosamente, Marcel' permite conocer mejor a uno de los creadores más potentes del siglo XX, sobre el que opinan en estas páginas artistas, críticos y comisarios de exposiciones
Viajemos en el tiempo. Es viernes, es el 24 de agosto de 1917, y es Marcel Duchamp (1887-1968) quien escribe, desde Nueva York, a Louise Arensberg: «Estimada Lou... El verano transcurre aquí igual que el invierno. Bebemos un poco, me he cogido algunas borracheras; y ayer por la noche, en Joel, estábamos con Aileen y 3 o 4 amigos suyos, y la noche terminó con una pelea. Unos animales de una mesa de al lado vinieron a cantar un poco más alto cerca de nosotros; también querían besar a 'nuestras mujeres'. Pequeña discusión al principio, después, más borrachos que nosotros, tiraron a Walter al suelo, sin hacerle daño, y yo recibí un puñetazo formidable en la oreja, aún sangro y se me ha hinchado. Nada grave. Aparte de eso, no trabajo casi nada. Tengo algunas clases. Nos acostamos más temprano (a las 3. en vez de a las 5.). Sí, lo sé, tampoco es que fuesen de los primeros en irse a la cama». Esta es una de las cartas que se incluyen en el libro 'Afectuosamente, Marcel. Correspondencia de Marcel Duchamp', publicado en Murcia por el Centro de Documentación y Estudios Avanzados (Cendeac), dependiente de la Consejería de Cultura y cuya edición y traducciones han corrido a cargo de Javier Fuentes Feo.
Según explican los responsables de la publicación, «la correspondencia de Marcel Duchamp se presenta como un viaje epistolar a lo largo de un periodo crucial del siglo XX. Entre 1912, año en que realiza su polémico 'Desnudo bajando una escalera', y la noche del 2 de octubre de 1968, cuando fallece tras cenar con sus buenos amigos Man Ray y Robert Lebel, se condensan sus propias experiencias, aparentemente irrelevantes - 'infraleves', diría él mismo-, junto a sucesos históricos de gran repercusión, a veces de una enorme gravedad: dos guerras mundiales, importantes descubrimientos técnicos o exposiciones decisivas para la comprensión de la historia del arte contemporáneo».
En 'Afectuosamente, Marcel', «a lo largo de 285 cartas, seleccionadas cuidadosamente entre más de 1.500 que se conservan en archivos de todo el mundo, visitamos seis décadas convulsas y apasionantes a través de las palabras de quien le dio al arte occidental un giro de 180 grados». Y a medida «que transcurre su vida entre ciudades y pueblos como París, Nueva York, Buenos Aires, Ruan, Puteaux, Berlín o Cadaqués ..., y década a década, el libro nos revela innumerables y heterogéneas facetas de la personalidad de Duchamp: marchante y comisario de arte, inventor fallido, cineasta sin recursos, actor amateur, especulador artístico, medrador de altos vuelos, bebedor ilegal, perezoso infatigable o juez implacable del 'mundillo' del arte».
«Lo que Duchamp transmite», explica José Jiménez, comisario y crítico de Arte, en su prólogo, titulado 'El artista nómada', «es una idea de la figura del artista que se sitúa en un plano de confrontación directa con lo que se ha llamado 'la leyenda del artista': la consideración -desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días- de los artistas como seres dotados de una personalidad especial, diferente, particularmente proclive a la creación». «Esta concepción del artista como héroe, mago, semidiós o genio», añade, «lo diferencia constitutivamente de los demás seres humanos. Y en los últimos tiempos: de Picasso a Dalí, y después de Andy Warhol a Jeff Koons o Damien Hirst», sucede que «a través de la utilización de los resortes de la publicidad y la propaganda», los artistas se convierten «en celebridades sociales, haciendo que su figura pública sea incluso más conocida que su obra».
En la correspondencia se puede apreciar, cree Jiménez, «hasta qué punto Duchamp buscaba todo lo contrario». Por ejemplo, en la carta 162, dirigida a su amigo Henri-Pierre Roché desde Nueva York, el 21 de agosto de 1945, escribe: «He conseguido vivir aquí como en París, es decir, evitando la vida pública (exposiciones, cócteles, fiestas)».
Otra carta: ahora es 12 de noviembre de 1918, ahora estamos en Buenos Aires, ahora Duchamp le escribe a Carrie Stettheimer: «Ojos que no ven, corazón que siente; a pesar de lo que usted ha repetido habitualmente». Por llevar la contraría que no quede.
Posteridad
Las cartas de Duchamp tienen un carácter plenamente privado, señala el crítico. «Su forma de propiciar la recepción pública de su trabajo de artista discurrió en todo momento en un plano de máxima discreción, casi de secreto, intentando mantener las obras en un círculo de coherencia. Algo que, en las dos últimas décadas de su vida, se refuerza con sus textos y escritos, así como con las numerosas conversaciones y entrevistas por medio de las cuales intentaba fijar los sentidos de su obra. No tanto en relación con ese presente, sino más bien con vistas al futuro, a la posteridad».
Está claro que sus cartas «reflejan las situaciones inestables, de dependencia (económica y material), en las que discurrió su existencia. En ese sentido, resulta especialmente significativo que los destinatarios a los que más veces se dirigen sean sus amigos y coleccionistas de sus obras, el matrimonio Louise y Walter Arensberg y Katherine S. Dreier». Cierto es: «Duchamp va siempre directamente al grano, cuestiones concretas. También es significativa la continuidad de sus afectos y las distintas maneras en las que ayuda, o trata de ayudar, a amigos artistas o escritores, como Brancusi o André Breton, con quien por cierto mantuvo en todo momento un alto grado de afinidad. Ese sentido de la amistad se muestra también en el caso de los otros dos destinatarios a los que en más ocasiones se dirige: Man Ray y Henri-Pierre Roché, cómplices en el arte y la literatura y 'camaradas' en correrías y experiencias vitales».
Así es: «Duchamp va de un lado a otro: es un artista nómada, tanto por los distintos lugares donde vive, por no tener en ningún momento una residencia fija o estable, como por el dinamismo que impulsa su concepción del arte: nada de caminos ya conocidos». «En una época de profundísimos cambios en las condiciones de vida y experiencia, el arte tiene que aventurarse más allá de lo ya sabido, de lo ya experimentado», defiende Jiménez, para quien, como ya había señalado Charles Baudelaire, «es preciso llegar 'al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo'». Las cartas «reflejan las urgencias, las necesidades inmediatas, de quien fue prácticamente durante toda su vida un 'marginal', un solitario, pero igualmente la intensidad de una voluntad que en ningún caso acepta ser doblegada».
¿Qué les parece si nos trasladamos a finales de agosto de 1919? De fondo, París. A quien le escribe ahora Duchamp es a Walter Pach. Le cuenta: «El verano en París es definitivamente muy bonito debido a la ausencia de gente».
«Personalmente», escribe Francis M. Nauman en su conocida 'Introducción a la edición belga' [de las cartas], «Duchamp no era una persona comunicativa. En una conversación solo daba información acerca de sí mismo cuando se le pedía de manera directa, y en sus cartas solo transmitía información sobre sus actividades diarias cuando sentía que el tema era algo que le podría resultar interesante al destinatario». Como consecuencia lógica, «muchas cartas únicamente contienen poco más que una actualización de sus tareas diarias, desde jugar al ajedrez hasta su constante implicación en el mundo del arte».
Desinterés
Pero no solo eso. Javier Fuentes Feo pone el acento en que «a lo largo de su correspondencia nos habla en diferentes oportunidades de su gran desinterés por el mundo del arte, su voluntad de no volver a pintar o su negativa a participar en diferentes exposiciones». «Sin embargo, en otras ocasiones, si prestamos atención», añade, «observamos a un Duchamp que se pregunta por cuál ha sido la recepción de las exposiciones en las que ha participado o que solicita con interés el nombre de un comisario para hacerle llegar una de las copias de su 'Caja verde'».
Hay, por tanto, «un juego complejo en esta actitud que, al concluir la lectura, nos deja una extraña sensación». Se pregunta Fuentes Feo: «¿Estaba Duchamp jugando con el mundo del arte una gran partida de ajedrez en la que las estrategias de ocultamiento, simulación, retirada y ataque eran fundamentales? ¿Pretendía, en un juego erótico de mostración y velado hacerse más irresistible para, finalmente, en sus propias palabras, 'dar jaque mate'?». En todo caso, «fuese esa su intención o no, lo cierto es que lo consiguió. El arte, con y después de Duchamp, nunca más ha vuelto a ser lo que era».
Cree Fuentes Feo que «Duchamp ha ganado una gran partida de ajedrez: la de su propia vida como artista». En una carta a su cuñado Jean Crotti, escribía: «Los artistas que, durante su vida, han sabido hacer valer sus baratijas son excelentes viajantes de comercio, pero nada garantiza la inmortalidad de su obra. E incluso la posteridad es una cabrona que escamotea a unos y hace renacer a otros (El Greco), sin perjuicio de cambiar de opinión cada 50 años».
«En 2018 se cumple medio siglo de su muerte», recuerda. «De momento parece mantenerle el pulso al tiempo y sigue siendo un hombre indispensable dentro de la historia del arte», sostiene Fuentes Feo. Y continúa: «Él, que escribió en su epitafio que 'los que se mueren son siempre los otros', lo que de verdad sabía era que son esos otros quienes, con su atención y relectura, alargan día a día su inmortalidad».
Por supuesto, en 'Afectuosamente, Marcel', y así lo reconoce José Jiménez, «se siguen echando de menos las cartas que Duchamp envió -mientras vivía en Nueva York en los años 40- a Maria Martins (1894-1973), la escultora brasileña que desencadenó en él una intensísima pasión e inspiró su 'Étant donnés'». Francis M. Naumann se refiere así a esta relación: «Duchamp se enamoró profundamente de esta mujer, una genial y bellísima escultora brasileña que estaba casada con el embajador de Brasil en los Estados Unidos y que tenía dos hijas adolescentes. Dado que Martins sirvió de modelo para 'Étant donnés' -una obra en la que Duchamp trabajó en secreto durante los últimos veinte años de su vida-, su historia de amor se ha convertido en un asunto de gran interés para los investigadores».
Duchamp el genio. Duchamp yendo a su bola. En torno al 15 de febrero de 1922, desde Nueva York escribe a Henri-Pierre Roché: «Estoy harto de ser pintor o cinematografista. Lo único que podría interesarme ahora es una poción que me hiciese jugar al ajedrez divinamente. Eso me animaría». Y el 9 de julio de 1922, desde la misma ciudad, le narra a Ettie Stettheimer: «Me marché con lágrimas en los ojos. (¿Por qué no?). A usted, que no le gustan los hombres que lloran, no quise mostrárselo».
Y el 15 de julio -tal vez de 1922- le describe a Yvonne Chastel: «Verano delicioso bastante caluroso, pero no parece que viva bien si no es en este calor de N. Y. Estoy mucho mejor. Bebo leche a galones. ¿Te gusta la leche? Bebe mucha, es excelente y fácil de tomar». ¿No querían que Marcel Duchamp les diese un consejo? Pues ahí lo tienen. Leche.
Lúcido y brillante, provocador, Marcel Duchamp es sin lugar a dudas una figura fundamental para entender las vanguardias del siglo XX, pero imprescindible para las neovanguardias. Sin su influencia, el situacionismo, los neodadaísmos, incluido el pop y las corrientes fluxus, pero también los posteriores conceptualismos, hubieran perdido al padre, la ligazón genealógica.
Cada año, en la Facultad de Bellas Artes, hablamos con los alumnos y alumnas de los primeros cursos sobre 'Fountain', ese urinario que en 1917 Duchamp presentó en Nueva York bajo autoría anónima a la Society of Independent Artist y que, de esta manera, descontextualizado, perdía su función original; rechazado por su comité -del cual era un miembro destacado-, se adujo que el sanitario no era arte -desde luego, no bajo los parámetros y asunciones que hasta entonces se tenían para juzgar lo artístico, fundamentalmente de carácter formal y retiniano-. Duchamp hacía estallar las convenciones artísticas por sus costuras de una manera que ni Picasso hubiera soñado.
Duchamp es inteligencia pura. Su obra supone, como ninguna, un antes y un después en el arte contemporáneo. Me interesan sus reflexiones sobre qué hace que una cosa sea una obra de arte, sus juegos irónicos, el modo en que enfoca el deseo, la manera que tiene de tratar el azar y la indeterminación. Pero sobre todo me interesa de él que, como ninguno, fue consciente de que el arte y la vida son la misma cosa. Que quizá la mayor obra de arte de todas sea 'respirar'. Y también que hay que mirar hacia donde habitualmente no miramos, hacia el polvo, hacia lo mínimo, hacia lo más leve que lo leve: hacia lo infraleve. Pocos conceptos tan poéticos como éste. Creo que Duchamp inaugura un modo de razonar que va más allá de la razón pura, y que se adentra en una razón estética, poética, cargada de emoción. Más allá de la visión que a veces nos trasladan de un Duchamp exclusivamente cerebral y frío, a mí me interesa el Duchamp poético, casi sublime, que es capaz de reinventar el mundo y convertirlo en un lugar más habitable.
Lo que más me interesa de Marcel Duchamp es el tono humorístico e irreverente con el que se enfrenta al sistema académico del arte. La fina inteligencia con la que subvierte las ideas en base a un juego de equívocos siempre lúcido. Buen conocedor de vicios y debilidades burguesas, sabe que el control de la provocación inaugura, en un escenario de post-romántico, una provechosa relación del artista con el público. Sus piezas gozaban de un erotismo iconoclasta, alejadas de la noción mortificadora de sacrificio (de claro regusto católico) con la que se adornan sus confesos seguidores. Paradójicamente, Duchamp es a día de hoy el artista más citado y cosificado por una academia intelectual que aborrecía, reeditándose una vez mas aquello de los papistas y el Papa. Un 'bon vivant' que intentó, sin éxito, devolverle el sentido del humor al arte.
Fue el padre de todas las cosas y a la vez el hijo pródigo. Fundó los dogmas del Arte Contemporáneo sin ser en absoluto dogmático. Supo entender que en el Arte lo importante es cambiar el marco, mirar desde otro lado, variar los contextos, indicar un camino y que para eso nos valían las cosas cotidianas. Hay más verdad y más densidad política en la ampolla de 'Aire de París' que en la estancia de 'Las Meninas'. Fue un jugador obsesivo, un obispo laico, un travesti loco.
Cuando llegué a la Facultad de Bellas Artes de Valencia, como en una letanía, los profesores aseveraban: Duchamp es una figura insoslayable del arte contemporáneo. Y tanto, allá donde fueras encontrabas las sigilosas huellas de sus zancadas dispersas por el vasto mapa de las vanguardias. Pronto me atrapó su personalidad porque era 'casi' un jugador profesional de ajedrez. Entiendo bien a los artistas que practican algún deporte. Son pocos pero cavilan mucho. Por eso también admiro la personalidad del judoka, a la par que artista, Yves Klein. Ambos, raros y disciplinados, legaron al arte lo justo. Pero a veces lo mínimo resulta suficiente para pasar a formar parte de mi particular 'Panteón de Ilustres' de la Historia del Arte.
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