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La iglesia de San Pedro. Se advierte cómo el eje sobre el que se alinea la torre es distinto al de la fachada
¿Un minarete en Murcia?

¿Un minarete en Murcia?

En los últimos años hemos añadido a nuestro léxico palabras como 'yihad', 'muyahidín', 'imán', 'Intifada', 'mulá'... y un eco extraño resuena en nuestra memoria, porque un día fuimos parte del Islam. Incorporamos estas palabras hasta hace poco extrañas a un vocabulario que ya incluía 'Guadal-quivir', 'Mursiya', 'Al-budeite', 'Beni-aján' yel recurrente «ojalá», que no es otra cosa que 'Insha-Alá' o 'si Alá quiere' en árabe.

NACHO RUIZ

Viernes, 17 de junio 2016, 08:30

La torre de la iglesia de San Pedro podría levantarse sobre parte de uno de estos elementos constructivos propios de las mezquitas

En los últimos años hemos añadido a nuestro léxico palabras como 'yihad', 'muyahidín', 'imán', 'Intifada', 'mulá'... y un eco extraño resuena en nuestra memoria, porque un día fuimos parte del Islam. Incorporamos estas palabras hasta hace poco extrañas a un vocabulario que ya incluía 'Guadal-quivir', 'Mursiya', 'Al-budeite', 'Beni-aján' yel recurrente «ojalá», que no es otra cosa que 'Insha-Alá' o 'si Alá quiere' en árabe. Difícilmente habrá entre nosotros alguien que no comparta ADN con aquellos que fuimos -durante ocho siglos-, antes de la reconquista, de este Al-Andalus que unos fanáticos dicen quere rconquistar a sangre y fuego.

Existe una tensión nueva, algo que no recordábamos o que quizá no hemos querido asumir nunca dentro del pasado que unos y otros no entienden. Un buen ejemplo es la polémica sobre la propiedad y denominación de la mezquita-catedral de Córdoba. Hoy revisamos nuestra historia para llegar a una evidencia: la mayoría de iglesias antiguas de la ciudad de Murcia están edificadas sobre mezquitas. El proceso es sencillo: desde la toma de control de la ciudad por parte de Jaime I en 1266 se empieza a convertir los templos musulmanes en cristianos de forma gradual. Habría sido imposible levantar todas las iglesias de cero, empezando por la catedral, así que la mezquita Aljama es consagrada a la Virgen María por el rey aragonés. Inmediatamente comienzan las obras en el resto de mezquitas. No siempre se derribaba el edificio, de hecho, en la mayoría de los casos, se empezaba con la cabecera donde se encuentra el presbiterio que rodea el altar mayor, el espacio más sagrado, para avanzar el proceso destructivo/constructivo hacia los pies. La torre solía ser el último capítulo de un relato arquitectónico fascinante que acabaría por transformar una ciudad musulmana en cristiana. En Córdoba, por ejemplo, tenemos iglesias en las que el minarete fue reaprovechado, como en toda la geografía andaluza y hoy, con algunos cambios, son campanarios. En Sevilla tenemos el ejemplo de la Giralda, un minarete tan imponente que venció al tiempo y a los cambios estilísticos. Conservar el minarete suponía un notable ahorro, lo cual es un factor a tener muy en cuenta dentro de la descomunal inversión que debieron hacer las nuevas ciudades cristianizadas.

La dividida ciudad de las torres

Tal y como escribía Oleg Grabar con motivo de la gran exposición sobre Al-Andalus en el Metropolitan de Nueva York de 1992, los primeros cuatro siglos de dominación musulmana fueron pacíficos, un ejemplo raro de convivencia, pero la situación se deterioró progresivamente. Con la entrada de los cristianos en la ciudad y la consiguiente rebelión de los mudéjares se acabó para siempre ese mundo idílico. El pasado sábado recorrí los restos de la antigua medina con Fernando Segura, historiador y guía de Tole Tole. Relataba en su fascinante discurso que la Trapería fue un muro que dividía la ciudad por decisión del Conquistador: la parte occidental para los cristianos (hacia San Pedro y la antigua puerta de Vidrieros) la oriental para los musulmanes y judíos (Hacia Santa Eulalia y la antigua puerta de Orihuela). El muro de Trapería no fue sino un paso más en la exclusión de la población islámica de la que era su ciudad antes de desplazarlos a los arrabales.

Pocas imágenes tenemos de aquella Murcia, pero en todas los elementos distintivos son la torres. Entre los ricos fondos del Museo Arqueológico conservamos un sello del Consejo de la Ciudad de Murcia. Data de 1374 y en él aparece, en primer término, el río Segura. Sobre él a la derecha una noria que elevaba el agua que abastecía las fuentes. En un segundo plano las altas murallas y 8 torres almenadas, destacando por su altura la del Alcázar Mayor o del Caramanjul ('Al-Cassr-mau' o «alcázar del agua»), que queda por debajo del imponente minarete de la mezquita Aljama, que vemos en segundo término junto a una significativa palmera. También contamos con un incunable de 1485 en el que vemos una representación muy sencilla de cómo era Murcia. En ella tenemos, al igual que en el sello de la Ciudad, una serie de torres de iglesias que, por la fecha, con toda probabilidad eran minaretes reconvertidos en campanarios. En primer plano tenemos la puerta del puente. A la derecha, en el extremo del papel, la catedral, a la izquierda, tras la arboleda que hubo donde hoy está edificio Victoria, dos torres, seguramente Santa Catalina y San Pedro. Sabemos que esta última fue una mezquita por el 'Libro de Repartimientos' de Alfonso X, en el que se detalla que donó tierras, en la huerta de Murcia, a su clérigo Don Bernat en el año 1272. La importancia de aquella mezquita no debía ser menor, ya que se encontraba en la principal arteria de la ciudad, la que une la puerta de Orihuela con la de Vidrieros, recorre la actual calle San Antonio y fue la vía comercial de la medina.

La importancia de la altura

Uno de los mayores espectáculos es el atardecer en Estambul. El sol se pone sobre el cementerio Eyüp y las llamadas de los almuédanos desde los minaretes inundan la ciudad que, como un coloso, se extiende entre Europa y Asia. La oración hace enmudecer una urbe caótica y ruidosa logrando un objetivo valiosísimo para cualquier credo: la sacralización del espacio sonoro. Con los cánticos desde lo alto de las torres Alá se hace omnipresente. Es el triunfo de la fe. El Islam busca el fin previamente logrado por los campanarios cristianos, que marcan el ritmo de las horas y por lo tanto sacralizan el paso del tiempo con sus campanas, y ahí comienza una competición entre ambos cultos en la que la Iglesia, incorporando los relojes a sus campanarios daba un paso más allá. En cualquier caso las torres son fundamentales tanto para el Islam como para la cristiandad. Veamos la que nos ocupa.

Cuando miramos de frente la iglesia de San Pedro encontramos a la derecha (el lado de la epístola) nuestra torre girada. Su lado sur corre paralelo a la calle Jara Carrillo, que sigue el trazado de la antigua medina, de manera que vemos en primer término la arista suroeste de dicha torre. Es un edificio separado del cuerpo de la iglesia, incrustado en las construcciones adyacentes de lo que en un tiempo debió ser la primitiva mezquita. De entrada esto supone un ejemplo único dentro de los campanarios de la ciudad y muy raro en España, ya que la mayoría están integrados en el edificio y otros adosados, como la torre de la catedral.

Después del citado repartimiento de Alfonso X no tenemos muchas noticias de la actual San Pedro, pero sabemos que en 1611 Diego de Ergueta se compromete a hacer las dos fachadas del templo, tal y como queda recogido en el Archivo de Protocolos de Murcia. Más tarde, en el XVIII, se derriba parcialmente la iglesia, quedando en pie la fachada lateral. Hasta aquí tenemos bastante material del periodo barroco, pero escasas del campanario, que pese a las numerosas reformas sigue en su singular posición girada. Caso de acometerse su derribo y reconstrucción es lógico pensar que se integrase en el cuerpo de la iglesia, como en los casos de San Miguel o San Juan, incluso regularizara su posición con respecto al eje, como en San Nicolás o Santa Eulalia, pero no. La torre permanece girada. Este es un primer indicio de la posibilidad de que parte de esta torre sea un minarete reaprovechado. ¿En qué medida?.

Si observamos la torre desde el cercano bar Rhin y nos fijamos en su parte más baja sobre la iglesia encontramos dos grandes orificios, probablemente los huecos dejados por una viga anterior, lo cual, si aceptamos la hipótesis de que esta parte sobreviviera a la reforma del XVIII, podría ser una colaña del templo del XVII o anterior. La base, a nivel de tierra, se ha cubierto con una moldurahace unos años, por lo que no tenemos acceso a la superficie original, y esto sería importante, ya que en caso de ser un minarete, podría estar construida en piedra sillar, a la manera del clásico de Qayrawan en Túnez. Tenemos, siguiendo hacia arriba, 15 metros de ladrillo con refuerzos de piedra en los ángulos. Estos pueden ser añadidos posteriores quizá no tanto por razones constructivas como para aumentar su dignidad, aproximándola a la mucho más imponente de San Nicolás. Dos óculos barrocos dan luz al interior antes de llegar a una banda de piedra horizontal que podría delimitar una primera fase constructiva, ya que no tiene función tectónica: es muy probable que la torre acabase en ese punto y posteriormente se añadiera el resto. A partir de ahí cuatro metros de ladrillo que dan lugar a los vanos pareados que albergan las campanas. En este punto tenemos que establecer un vínculo directo con la torre de San Esteban. Ambas sobre un pequeño voladizo escalonado, ambas enmarcadas por una moldura de dos hileras de ladrillo. Ambas precedentes de un segundo cuerpo con otra ventana sin moldura. En el caso de San Pedro tenemos un añadido posterior en el aspecto barroco del remate, que hace aún más complejo el estudio de esta torre, pero sí se puede llegar a la conclusión de que la de San Esteban y el segundo cuerpo de la de San Pedro fueron levantadas en momentos cercanos por motivos estilísticos y técnicos. Este vínculo con el colegio renacentista de San Esteban abre otra sugerente posibilidad en cuanto a la datación. Éste se llevó a cabo en un lapso corto de tiempo (comienza en 1555 y la iglesia se acaba en 1569) por lo que su unidad estilística es grande, tal y como estudió Cristina Gutiérrez Cortines. El remate de San Pedro es diferente, debido a un retoque posterior de estética dieciochesca.

Indicios y pruebas

Hace ya 20 años pregunté sobre esta posibilidad a Julio Navarro Palazón, entonces director del centro de estudios árabes Ibn Arabí, hoy en el CESID de Granada, y su respuesta fue: «Es posible». Pero el que sea posible no significa que sea cierto. A la hora de afrontar el estudio de esta torre tenemos un primer problema: es de ladrillo, por lo tanto no tenemos marcas de cantero, las restauraciones han debido ser frecuentes y durante siglos el proceso constructivo cambia muy poco, de hecho apreciamos varios retoques en un paramento un tanto irregular. Por otra parte ha sufrido numerosas reformas que han alterado la que debió ser su imagen inicial. Se ha de tener en cuenta también que las torres, «heridas por el rayo» no suelen sufrir desplomes totales o parciales. Son muchas las vicisitudes que no quedan registradas. En cierta forma la historia es como una sucesión de naufragios: los más alejados de la costa son los más antiguos, y de ellos solo recibimos pequeños restos flotantes de difícil reconstrucción.

Hasta aquí tenemos un buen número de indicios que me hacen pensar que, al menos parcialmente, estamos ante un minarete reutilizado y parcialmente reedificado, pero hay que ir despacio. Este «parcialmente» es complejo, porque se puede tratar de unos cimientos reutilizados o de un primer cuerpo con modificaciones, ya que la mitad superior es indiscutiblemente datable a partir de finales del XVI en adelante. Pero los indicios no son pruebas, y éstas se deben conseguir mediante prospecciones arqueológicas que sirvan para despejar dudas del que podría ser único minarete superviviente de la antigua medina. Sería una gran noticia, sin duda.

Desde la plaza de Cholula, en México, se adivina un santuario sobre una colina. Es el de la Virgen de los Remedios y la montañita, nacida de la sedimentación de siglos, tiene dentro la intacta pirámide azteca de Tlachihualtépetl (del náuatl «cerro hecho a mano»). La capilla no es ninguna obra maestra, y hace imposible despejar la formidable construcción prehispánica que tiene debajo. Esto convertiría a la bellísima ciudad cercana a Puebla en el foco mundial del turismo, pero nunca, bajo ningún concepto, los habitantes permitirían que se derribase su santuario o que se trasladase, caso de ser posible, a otro sitio. Las capas se superponen en las ciudades y debemos valorarlas una a una. No todas son recuperables, pero aún así forman parte de lo que hoy nos lleva a ser lo que somos. Las aztecas y las españolas en México, las musulmanas y las cristianas aquí.

Nuestro mundo está hecho a capas, y somos fruto de todas ellas.

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