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La azarosa aventura        del Teatro Guerra

La azarosa aventura del Teatro Guerra

Por su función social y por su arquitectura, podría decirse que el Teatro Guerra es el edificio paradigmático del siglo XIX lorquino, y, además el más antiguo edificio de este género arquitectónico de nuestra Región. Fue construido gracias al esfuerzo conjunto de una sociedad de inversores particulares y del Ayuntamiento y se inauguró en la primavera de 1861.  

MANUEL MUÑOZ CLARES

Viernes, 17 de junio 2016, 08:05

El coliseo lorquino celebra hoy el 25 aniversario de su reapertura, tras una historia de clausuras y reformas

Por su función social y por su arquitectura, podría decirse que el Teatro Guerra es el edificio paradigmático del siglo XIX lorquino, y, además el más antiguo edificio de este género arquitectónico de nuestra Región. Fue construido gracias al esfuerzo conjunto de una sociedad de inversores particulares y del Ayuntamiento y se inauguró en la primavera de 1861.

Proyectado por el arquitecto murciano Diego Manuel Molina, presenta una arquitectura típica de los teatros del momento, influidos por el clasicismo italianizante, con un patio central en herradura, plateas y anfiteatro con barandales de hierro colado y un amplio paraíso. Esa estructura se traduce al exterior en dos pisos con una sucesión de ventanas remarcadas por moldura simple. De su fachada, muy sobria, sobresale el eje principal, marcado por tres arcos de acceso en cuyas enjutas encontramos medallones con cabezas de autores teatrales (Tirso de Molina, Moratín, Lope de Vega y Calderón de la Barca), rematando en un frontón curvo que acoge una representación alegórica de la música y el teatro. Sobre el patio de butacas se situó un gran techo pintado, obra del madrileño Miguel Reyes al que ayudaría para las figuras el lorquino José Rebollo. Debido al mal estado en que se encontraba, fue sustituido por una nueva pintura de Muñoz Barberán que respeta la antigua disposición. Este mismo artista realizó también un nuevo telón del que carecía el teatro.

La restauración del Teatro Guerra, largamente demandada por la sociedad lorquina desde su clausura en 1969, dio su primer paso al ser catalogado el edificio como monumento histórico-artístico, de interés local, por Orden Ministerial de 31 de Marzo de 1982. Adscrito a la red de teatros españoles, se financiaron las obras de acondicionamiento con fondos estatales, concluyendo éstas, bajo la dirección del arquitecto Ignacio Mendaro, en enero de 1989. El edificio, totalmente restaurado, fue inaugurado solemnemente en 1989, contando para la ocasión con la participación de la gran bailarina y coreógrafa rusa Maya Plisétskaya.

En junio de 2008 el edificio fue sometido a nuevas obras de acondicionamiento y mejora, colocando suelo radiante como método de calefacción. Volvió a abrir al público en octubre de 2009 con la actuación del cartagenero José Carlos Martínez, primera figura del Ballet de la Ópera de París y Premio Nacional de Danza. Pero los considerables daños ocasionados por los terremotos de mayo de 2011 aconsejaron su cierre temporal para someterlo a una profunda rehabilitación que ha conllevado la mejora general de sus instalaciones, que incluyen ahora la motorización de la escena y una más moderna cabina de proyección. La Compañía Nacional de Danza fue la encargada de reinaugurarlo el pasado 18 de octubre.

Dos nombres para un teatro

Hasta 1891 no hubo un nombre específico con el que se conociera al teatro lorquino, que se le denominaba con frecuencia «el teatro de la plaza Marín». Fue por esas fechas cuando por primera vez se le denomina «Teatro Guerra» en homenaje al célebre actor y director de escena Ceferino Guerra (1814-1882). Durante su infancia residió varios años en la ciudad de Lorca en donde permaneció una parte significativa de su familia. Habitual en los teatros de Madrid y Barcelona a mediados del siglo XIX, hizo también su particular aventura americana recorriendo México, Argentina, Uruguay y Cuba, entre otros países. La muerte le sorprendió en Cádiz a donde se había trasladado con su compañía en la que figuraba su mujer, Santitos Rodríguez.

Hijo suyo fue el reputado barítono Ricardo Guerra. El coliseo de Lorca llevó también, entre 1937 y 1939, el nombre del gran poeta español García Lorca.

Decoración pictórica

En 1988, ante la dificultad de recuperar el antiguo techo pintado al temple, se encomendó al pintor lorquino Muñoz Barberán renovar por completo las pinturas, encargándosele además un telón. Para ambas obras presentaba el artista bocetos a mediados de 1988 que fueron aceptados. El propio pintor declara en un texto que incluyó en sus pinturas que fueron realizadas en su totalidad entre los meses de julio de 1988 y enero de 1989, iniciándolas en su estudio de Alcantarilla para acabarlas sobre la propia escena del teatro. Una cartela del propio artista declara la fecha de realización y quienes le ayudaron en la tarea: «Todos estos lienzos fueron pintados entre los meses de julio de 1988 y enero de 1989, en Alcantarilla (estudio) y Lorca (escenario del Teatro Guerra). Colaboraron en su realización D. Andrés Bastidas, D. Manuel Muñoz Clares, los jóvenes de la Escuela Taller bajo la dirección de D. Ramón Segura y el Cuerpo de Bomberos con Don Francisco Semitiel. Y muchos visitantes interesados en el asunto. Muñoz Barberán».

Para el techo, siguió Muñoz Barberán en parte la estructura que en su día diseñara Miguel Reyes, fingiendo un alto tambor con pilastras, rematado por una abertura calada en la que unas figuras femeninas, envueltas en paños, llevan en sus manos fingidos cordones con los que sustentar una araña de luz que aún no ha sido colocada. En el anillo de ese remate calado, se pueden leer los nombres de glorias de la escena española tales como María Guerrero, Carlos Latorre, Matilde Díez, La Tirana, Lope de Rueda, y los de tres murcianos inmortales en este campo del arte: Andrés de Claramonte, Julián Romea e Isidoro Maiquez.

Sobre las basas de las ocho pilastras del tambor se encuentran situadas nueve figuras femeninas que, con sus respectivos atributos, representan a las musas. Talía y Melpómene aparecen agrupadas, y el resto de estas representaciones ocupan un solo pedestal en cuyo centro aparece el nombre correspondiente. En la parte superior de los paños que hay entre las pilastras, y enmarcados por molduras circulares de corte barroco, están representados ocho autores teatrales españoles de reconocida fama y mérito indudable. Todos ellos pertenecen al siglo de oro de las letras españolas, y bajo cada retrato pintó Muñoz Barberán la escena de una obra sobresaliente en su producción. Fue ésta una variación del boceto original con la intención de enriquecer pictóricamente la fría arquitectura fingida, rompiendo la monotonía de unos severos y repetidos motivos decorativos. Corresponde a Lope la solitaria y trágica figura del Caballero de Olmedo, representada en todo su esplendor. De Tirso de Molina, 'El burlador de Sevilla', el antecedente del mito de Don Juan que ha traspasado las fronteras de cualquier imaginación para enriquecerse con mil y un matices. El alcalde de Zalamea, en la escena cumbre, pregona a Calderón de la Barca, y un embaucado público ante el retablo de las maravillas publica el ingenio de Miguel de Cervantes, escritor universal. No podían faltar comedias de capa y espada, de burlas y enredos amorosos, y entre ellas 'El lindo don Diego', de Agustín de Moreto, 'La verdad sospechosa', de Juan Ruiz de Alarcón, y 'El médico simple', de Lope de Rueda. Por último, para Francisco de Quevedo, se eligió una de sus visiones o ensoñaciones críticas y burlescas de difícil identificación.

Para el telón del teatro pintaría Muñoz Barberán una gran composición de máscaras, tema recurrente en su obra al que dotaría de muy diversos matices. El tema central del telón es un homenaje explícito a Carlo Goldoni, considerado el padre de la comedia realista italiana, aunque provenía del teatro popular de la commedia dell'arte. Venecia le levantó una estatua en el Campo de San Bortolomio que se puede ver pintada en la parte central de la representación. En torno a ella, bajo unos grandes cortinajes y un imaginado escenario urbano con escalinatas, columnas y puentes, se reparten diversos grupos de personajes inspirados en el carnaval veneciano y en el teatro de la comedia italiana, todo esbozado con los vívidos colores característicos de sus más logrados cuadros de carnaval.

Un teatro para una ciudad

La vida del Teatro Guerra desde casi sus inicios fue muy variada acogiendo, además de espectáculos teatrales y musicales, muchos otros de variedades y circenses adaptables a su escena. Fue además, y aún lo sigue siendo, escenario de acontecimientos locales de cierta relevancia. Banquetes conmemorativos o de homenaje, bailes de carnaval, conferencias y discursos, mítines políticos o actos solemnes del Ayuntamiento, como entregas de premios, pregones y recepción de personalidades, han tenido cabida en sus tablas, siendo desde 1899 también una sala de exhibición cinematográfica.

El teatro no solo ha favorecido la vida cultural de la ciudad, sino que la ha potenciado de modo notable entre sus habitantes. Autores locales escribieron sus primeras composiciones para ser estrenadas aquí, y las compañías de aficionados han sido una constante en la vida lorquina desde comienzos del siglo XIX, utilizando para sus actuaciones grandes casonas particulares o espacios teatrales modestos, como el recordado Teatro de la Higuera que se mantuvo en pie entre 1840 y 1856. El Teatro Guerra les ofreció y ofrece un marco digno donde desarrollar cualquier inquietud escénica o musical.

En las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX autores como José Mención, Julio Mellado, José Ruiz Noriega, Emigdio Moya, Braulio Mellado, Jesús Cánovas, o Juan López Barnés vieron estrenarse sus comedias y dramas por eventuales compañías de la localidad. Más recientes son las numerosas funciones ofrecidas por la propia compañía del teatro, pero aún hay quien recuerde el estreno de Cesarión, grandiosa obra en verso del lorquino Rafael Sánchez Campoy.

Y no solo autores dio la cultura local. También un elenco importante de actrices, actores y directores pueden ser traídos a colación. Recordados recientemente en una monografía, vuelven a ser conocidos los nombres de Ernesto Vilches, José Romeu, Mario Gabarrón, Luisita Rodrigo o Ángel Picazo. Más nos suenan la actriz laureada y de culto Margarita Lozano, o Manolo Montoro, importante director y profesor de teatro en México, donde se le ha reconocido su labor con, entre otros premios, un doctorado 'Honoris Causa' por la Universidad Veracruzana y con la Medalla al Mérito Académico del Instituto Nacional de Bellas Artes y de la Universidad Nacional Autónoma.

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