En tierra de nadie... ... y dispuestos a declarar contra Putin Desertores del Ejército ruso: «Nadie nos dijo que nos mandaban a la guerra»
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Ocultan su rostro y su identidad. Saben que en cualquier momento pueden ser detenidos. Viven ocultos en Kazajistán soñando con que Occidente los acoja como refugiados. Están dispuestos a declarar contra el Ejército ruso. Pero ningún país les escucha. No confían en ellos. Están en tierra de nadie.
Si los rusos hubiesen tomado Kiev en febrero de 2022 como esperaba Putin, Rambo (nombre ficticio) habría sido de los primeros en entrar en la capital de Ucrania. Lideraba una avanzadilla de fuerzas especiales. Pero ni Rambo ni los rusos tomaron Kiev. Estamos en marzo de 2023 y ahora Rambo se acuesta todas las noches pensando que el Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB) o la Policía de Kazajistán, donde se encuentra, vendrán a buscarlo de madrugada. Rambo figura en una lista de personas buscadas por su país. Pocos son los oficiales rusos que han escapado a Occidente. La mayoría, como Rambo, vive en la clandestinidad, en Kazajistán, Kirguistán y Armenia, países con acuerdos de extradición con Rusia.
Visto desde fuera, puede costar entender a los jóvenes que han decidido seguir la carrera militar en la Rusia de Putin. Sirven a un comandante jefe que reprime a su propia población y ataca a otros países. Los protagonistas de este reportaje son oficiales profesionales que estudiaron en academias militares y ahora viven escondidos en Kazajistán. Entraron en el Ejército ruso buscando una figura paterna o ingresos fijos o saciar su sed de poder o de aventuras.
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Pero un día decidieron huir porque temían por sus vidas o porque no querían verse obligados a matar en una guerra de invasión. Están dispuestos a hablar con investigadores internacionales y declarar sobre los crímenes de guerra cometidos en Ucrania. Ellos niegan ser criminales de guerra, pero sí testigos de asesinatos, saqueos, violaciones...
Es imposible comprobar lo que hicieron o no, pero ahí están sus relatos y sus cartillas militares, las referencias a los lugares donde estuvieron desplegados y los vídeos que grabaron. Cinco de ellos, todos con nombre ficticio, cuentan por primera vez su historia a un periodista. Dos estuvieron en el frente, tres pudieron esquivarlo. Así se presentan:
«Me disparé en la pierna y me llevaron a San Petersburgo. Estuve meses de baja y, cuando me dijeron que volvía al Dombás, me fui de Rusia»
Rambo, 27 años: Crecí en una gran ciudad de Siberia. Tenía 18 años cuando Putin se anexionó Crimea. Vi por televisión aquellos hombres con pasamontañas, vestidos de verde, sin banderas ni distintivos; eran comandos especiales de los servicios de inteligencia militar, la gente los llamaba 'hombrecillos verdes'. Y yo quise ser uno de ellos, ir a una escuela de oficiales, aprender a disparar, pelear, bucear, montar a caballo, conducir un quad, saltar en paracaídas... Me alisté y me asignaron a una unidad especial del Ejército.
Operador, 27 años: Vengo de una pequeña ciudad más allá del Círculo Polar, mi madre trabaja en una tienda. Me crio ella sola. Cuando tuve la edad suficiente, me mandó a la academia de oficiales. «Ser soldado es un oficio respetable –me dijo–, tienes la baja médica pagada, vacaciones...». Así que firmé un contrato con el Ejército y aprendí a odiar los cuarteles. Al sexto semestre quise dejarlo. Cuando lo comuniqué, el comandante me dijo: «Tú te quedas». Yo le dije: «Eso ya lo veremos». Empecé a saltarme las lecciones, me quedaba en la cama, suspendía los exámenes. Un día vino el coronel, me agarró por las solapas y me dijo que me iban a meter en el calabozo. Y me hice teniente.
Tanquista, 23 años: Crecí en la Rusia central, sin padre. Creo que me alisté en la escuela de cadetes porque anhelaba una figura paterna. Mi madre iba a manifestaciones contra Putin. Cuando terminé los estudios, apareció mi padre, era un oficial de alto rango de la Policía. Me dijo: «Te vamos a mandar a una escuela de blindados». Yo quería ser cantante, pero acabé aprendiendo a manejar tanques T-72 y T-80.
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Artillero, 28 años: Vengo del sur de Rusia. Mi madre es cajera en un supermercado, mi padre conduce autobuses. Mi padre es ucraniano. En el colegio siempre sacaba malas notas. Después de hacer la mili, me dije: «Tienes que estudiar». Me matriculé en una academia militar, cogían a todo el mundo. Pero enseguida me di cuenta de que la vida de oficial no era para mí, lo que me interesaba era la programación, hacer videojuegos. Mi familia es mi patria, la habría defendido con las armas en la mano. Pero nadie la ha atacado.
Artista, 25 años: Yo soy del norte de Rusia. Mi padre es soldado profesional y quería que yo también lo fuera. Pero yo preferí estudiar Arte. Hasta que en otoño de 2021 me tocó hacer el servicio militar. Me dijeron que si firmaba un contrato podría trabajar en el Estado Mayor, que nunca tendría que usar un arma y que podría dejarlo siempre que quisiera. Así que me hice soldado profesional.
¿Qué hicieron en la guerra?
Es una tarde de finales de marzo, Rambo y Operador están sentados en un pub irlandés en Astaná, la capital de Kazajistán.
Operador: ¿Tú cuántas veces estuviste a punto de palmarla? ¿Cuántas veces pensaste «ya basta», que hasta ahí habías llegado?
Rambo: Unas cinco quizá.
«Nadie nos dijo que nos mandaban a la guerra. Nos dijeron que nos trasladaban tres días a Ucrania y que no nos íbamos ni a enterar»
Operador: Yo, cuando estaba en el Dombás. Recuerdo que tenía que subir cada seis horas a cambiar las baterías de la radio, en pleno frente. Un día estaba en lo alto de uno de los mástiles cuando alguien dio la alarma: bombas de racimo. Bajé a toda leche y me escondí bajo un blindado. Y, de repente, el blindado se pone en marcha. Todavía me tiemblan las manos cuando me acuerdo.
Rambo: La guerra no es un videojuego de Counter-Strike. Allí te disparan, normalmente en mitad de un bosque, y devuelves los disparos. No sé a cuántos ucranianos he matado.
Rambo le da un sorbo a su segunda Guinness Bomb y empieza a hablar de dos soldados de su unidad que violaron a una joven ucraniana, civil, porque le había pasado sus coordenadas a la artillería ucraniana. Cuenta después la historia de un chico ucraniano que había preparado cócteles molotov. Lo cogieron y uno de sus francotiradores le disparó en el bosque. Rambo dice que aquel tipo era un «cabronazo», un asesino que también habría matado sin necesidad de que hubiera una guerra. Ahora está muerto.
Enseña entonces un vídeo de YouTube grabado por una ucraniana, los primeros días de la guerra, en un pueblo entre Kiev y la frontera rusa. Un grupo de personas se pone delante de dos blindados. Un perro ladra, una mujer se arrodilla. Al cabo de medio minuto, los vehículos se dan la vuelta, la mujer dice: «Míralos, los hijos de perra se largan». Rambo dice que uno de los vehículos que se ven en el vídeo era el suyo, que él dio la orden de dar la vuelta.
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Rambo: Es una pena que el vídeo sea tan corto. No quería disparar a nadie. Es jodido, te han dado una orden, pero no quieres disparar. Había un viejecito con una bicicleta que me dijo: «¿Por qué nos atacáis, si hablamos el mismo idioma?». Le dije: «Abuelo, solo somos soldados, no pintamos nada, ¡váyase con la bici hasta el Kremlin y dígaselo a ellos!».
Ahora es Operador quien enseña vídeos en su móvil de ataques rusos con bombas de fósforo: del 29 de junio y del 6 de julio de 2022. Cientos de bolas luminosas que caen lentamente por el cielo. No grabó la devastación posterior.
Operador: Tampoco grabé la docena de cuerpos que vi en el mercado de Vugledar. Uniformes ucranianos, las manos atadas a la espalda. Ni los cadáveres de dos soldados de mi unidad que se ahorcaron. Los ucranianos los habían cogido prisioneros y los habían castrado.
El volumen de la conversación entre Operador y Rambo va ganando decibelios según avanza la tarde. Hablan ahora sobre Bucha. El mundo se quedó horrorizado cuando vio las imágenes de cadáveres en la calle. Pero hay muchas Buchas en Ucrania, muchos cadáveres en los bosques.
Operador: Me enteré de lo de Bucha a principios de abril. Volvíamos a tener wifi, me pasé toda la noche leyendo las noticias.
Rambo: Estoy seguro al 90 por ciento de que los civiles habían ayudado a las tropas ucranianas. Colaborar siempre es peligroso, sobre todo para los que no participan, para los que se quedan en los refugios e intentan seguir vivos.
Operador: ¡No jodas, hicieron lo correcto!
Rambo: Esta moneda tiene varias caras.
Operador: Esta puta moneda solo tiene una cara, esa gente está luchando por su país.
Rambo: Podrían haberse alistado y haber luchado contra nosotros abiertamente.
Operador: La verdad es que yo solo vi soldados muertos, ningún civil. Pero si me sentara ante un ucraniano no podría mirarlo a los ojos.
Rambo: Yo duermo tranquilo. Hice lo necesario para garantizar mi seguridad y la de mis hombres.
¿Cómo escaparon del frente?
Operador: Me dieron un permiso tras seis meses en el frente. Cogí un avión a Siberia, conseguí un coche y fui hasta la frontera kazaja. Mi comandante me llamó, le dije que tenía una resaca terrible, que el día siguiente lo tenía libre y que al otro volvería. Cuando alertó a la guardia de fronteras, yo ya estaba en Kazajistán.
Rambo: Yo me escaqueé dos veces. La primera, en mayo, en el Dombás. Asaltamos varias veces un pueblo que estratégicamente no tenía ningún sentido atacar. Uno de mis hombres cayó, un disparo en el corazón. Días después me disparé en la pierna.
Rambo se levanta, se sube la pernera y enseña la cicatriz. Los mandos lo creyeron, dice, y lo mandaron a San Petersburgo. Estuvo de baja varios meses. En septiembre le dijeron que ya estaba recuperado y que volvía al Dombás. Fue entonces cuando decidió marcharse de Rusia. Vendió su moto, pidió un crédito de 20.000 euros y compró bitcoins. Luego escribió a Idite Lesom, una organización de voluntarios, en Georgia, que ayuda a soldados y reclutas rusos a instalarse en las antiguas repúblicas soviéticas. El nombre es una frase hecha que literalmente significa «id por el bosque», pero que se usa con el sentido de «idos a la mierda». Lo primero va dirigido a los desertores. Lo segundo, a las autoridades rusas.
Kazajistán es uno de los pocos países al que los rusos pueden viajar sin pasaporte. La mayoría de los oficiales no lo tiene, para tenerlo necesitan un permiso del FSB. La frontera entre Kazajistán y Rusia tiene casi 7600 kilómetros, algunos desertores la cruzan por los pasos habilitados, otros burlan la vigilancia.
Tanquista lo hizo por la frontera oficial, antes, eso sí, de que su comandante notara su ausencia.
Tanquista: Me rompí el ligamento cruzado jugando al fútbol justo antes de la guerra. Mandaron a mi unidad a Ucrania y yo me quedé en el hospital. Uno de los chicos que volvió del frente me contó que un compañero desapareció el 24 de febrero junto con su tanque; solo hallaron la cabeza. Cuando escapé a Kazajistán, me llevé a mi madre, a mi hermana, a mi tía y al perro. Queríamos que pareciera un viaje familiar. Conducía mi madre.
¿Por qué desertaron?
Tres de los cinco desertores intentaron rescindir su contrato con el Ejército antes de la guerra. Hasta septiembre de 2022, los soldados profesionales podían dejar el servicio siempre que compensaran económicamente al Estado por cada año de servicio no cumplido. Eso decía la ley.
Artillero: Presenté la primera solicitud de renuncia en diciembre de 2021. Me dijeron que llevaría tiempo. Cuando empezó la guerra, pregunté cómo iba el tema. El comandante dijo no tener constancia de mi renuncia. Presenté otra. A finales de febrero mi coronel me dijo: «Te vas a Ucrania». Y yo dije: «No, mi padre es ucraniano».
Rambo: A nosotros nadie nos dijo que nos mandaban a la guerra. Nos dijeron que nos trasladaban a Ucrania tres días, cinco quizá, que la mayoría ni nos enteraríamos de que habíamos estado allí. Mi contrato terminaba este verano. Temía que me metieran en chirona antes. Todos teníamos más miedo de nuestros mandos que de los ucranianos.
Operador también intentó dejar el Ejército antes de la invasión, primero en noviembre de 2021 y luego en enero de 2022. Conserva una copia de su segundo escrito de renuncia: seis líneas, fecha y firma. Se negaba a ser destinado a Crimea, quería cambiar de profesión. Dejó el documento sobre la mesa de su comandante. Este lo cogió y dibujó en él un pene enorme. «Dijo que me pegaría un tiro en la rodilla si volvía a molestarle con lo mismo».
Operador: Ya estaba harto. Y nuestra situación era lamentable. De los cuatro vehículos de transporte de tropas de mi unidad, solo funcionaba bien uno. Mi casco era de 1941.
Desde que está en Kazajistán, Operador ayuda a otros desertores rusos, les busca alojamiento, recolecta y reparte donativos, facilita el contacto con abogados... Ha elaborado una tabla de Google Docs con todas las embajadas, organizaciones de ayuda y fundaciones a las que se ha dirigido: fecha, contacto, respuesta. La tabla tiene 29 filas. La indicación más repetida en la celda de 'respuesta' es 'sin respuesta'.
Ha escrito a las embajadas de Reino Unido, Canadá, Francia, Suecia, Suiza. Lo ha intentado en Pro Asyl, en Amnistía Internacional, en Human Rights First. Se ha puesto en contacto con la Fundación Konrad Adenauer, con la Cruz Roja...
Cuando llegó en septiembre, lo primero que hizo fue escribir un correo electrónico a Karine Jean-Pierre, portavoz de la Casa Blanca, que había dicho en una rueda de prensa: «En Rusia hay personas que no quieren combatir en la guerra de Putin, que no quieren morir allí […]. Pueden pedir asilo en Estados Unidos independientemente de su nacionalidad». Jean-Pierre nunca contestó a su correo.
Otro desertor, lo llamaremos con el nombre ficticio de Artista, lleva tres semanas en Kazajistán y Operador le ha dado varios consejos: no vayas al aeropuerto, nada de tarjetas SIM, evita los lugares con cámaras... Dice que el Gobierno de Kazajistán está entre dos aguas: no quiere molestar a Putin, pero necesita a Occidente. Cuando Artista pregunta qué puede esperar de las autoridades si lo detienen, ni Operador ni abogado saben darle una respuesta. Le aconsejan que se vaya acostumbrando a vivir en esta tierra de nadie.
Artista: Si Acnur me hace un papel, con sellos y demás, que diga que soy un refugiado, ¿podré irme a Canadá? Tengo una tía allí.
Operador: Por absurdo que parezca, Acnur no se encarga de esas cosas. Los que deciden a quién se puede calificar como refugiado en Kazajistán son los kazajos, y no te van a reconocer como refugiado.
Artista: ¿Y para qué está Acnur? ¿Según el derecho internacional no soy un refugiado?
Operador: Lo eres. Además, hay una directiva de la UE que dice que puedes solicitar asilo si tu Ejército comete crímenes de guerra.
Artista: Yo alucino.
Operador: A mí los kazajos me han dicho que no soy refugiado, que en mi caso se aplica el artículo 59 de la Constitución rusa. ¿Y sabes qué dice? Que todos los ciudadanos de la Federación Rusa están obligados a defender su patria.
Artista: ¿Y si les enseño a los kazajos esa directiva de la UE que decías antes?
Operador: ¿Crees que llevo aquí ocho meses chupándome el dedo?
Artista: Solo intento pensar de una forma lógica.
Operador: Pues ve olvidándote.
¿Por qué Occidente no los quiere?
Los pocos oficiales del Ejército de Putin que han conseguido llegar a Occidente salieron del país con la ayuda de un activista ruso exiliado en Francia. A uno lo llevó a París, a otro a Oslo, a otro a Madrid, otro llegó a Estados Unidos por la frontera mexicana.
El activista se llama Vladímir Osechkin y es conocido por destapar las torturas en las cárceles rusas. Tiene buenos contactos en la Unión Europea. Desde la invasión ha recibido más de 500 peticiones de soldados rusos, dice por teléfono. Muchas más de las que puede atender. Dice que ya no va a sacar a más desertores. Un paracaidista al que ayudó a llegar a París le ocultó que participó de forma indirecta en un acto de crueldad.
Artillero: Tengo primos en el Ejército ucraniano. En enero le escribí al cónsul ucraniano y le pedí una entrevista, quería ofrecerme para combatir por Ucrania o para trabajar desarrollando programas informáticos para empresas ucranianas. No me respondió. Los ucranianos se ríen de nosotros y lo entiendo, conviven con la muerte mientras nosotros nos quedamos en Kazajistán quejándonos. Ellos tienen una patria por la que luchar.
Rambo: Si fuese europeo, tampoco acogería a alguien como yo. No soy campeón olímpico de nada, no podré ganar una medalla para ellos ni nada por el estilo.
Operador: ¿Y qué pasa con la humanidad, con los valores? Ayudar a alguien porque necesita tu ayuda, no porque tú lo necesites a él. Tú ayer le diste mil tengues a un mendigo…
Rambo: Solo quería quitarme de encima la calderilla.
© Der Spiegel
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