Memorias de un dandi de barrio
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Memorias de un dandi de barrio
Martes, 12 de Noviembre 2024
Tiempo de lectura: 6 min
Ya no soy actor, ahora soy escritor y me encanta –dice Michael Caine–. Para escribir no te tienes que levantar de la cama». Caine se retiró hace un año por motivos de salud. «Un problema en la columna vertebral que afecta a mis piernas», explica.
Así dejó atrás una de las carreras más brillantes de la historia del cine, con más de 150 películas que, juntas, suman más de 8000 millones de dólares de recaudación. Aprovechando el lanzamiento de sus memorias Don’t Look Back, You’ll Trip Over: My Guide to Life (No mires atrás, tropezarás: Mi guía para la vida, no publicado aún en España), repasamos la biografía de uno de los cinco actores –Laurence Olivier, Paul Newman, Denzel Washington y Jack Nicholson son los otros cuatro– que ha aspirado al Óscar (tiene dos) en cinco décadas diferentes.
Mis padres, Ellen y Maurice
«Mi papá trabajaba como portero en el mercado de pescado y mi mamá se dedicaba a la limpieza. Vivíamos en un entorno de clase trabajadora y mi infancia estuvo marcada por la guerra. Cuando mi padre se fue a Dunkerque, mi madre, llorando, nos dijo a mi, de seis años, y mi hermano, Stanley, de tres: 'Ahora tienen que cuidarme'. Y al instante nos convirtió en hombrecitos. Mamá, Stanley y yo terminamos en un pueblo llamado North Runcton en Norfolk. De una manera extraña, la Segunda Guerra Mundial fue lo mejor que me pasó en mi vida: básicamente viví en una granja durante seis años. Tuve raquitismo de niño, pero estoy seguro de que todo ese buen aire de campo y la comida sana explica que terminara midiendo 1,88 metros».
«El servicio nacional, entre 1952 y 54, tuvo un impacto profundo en mí. Me enviaron a Alemania como parte de la fuerza de ocupación en Berlín, primero, y luego a Corea. Aprendí a ser autosuficiente, pero también a confiar en mis compañeros. Eso tiene un valor incalculable. Teníamos que levantarnos todas las noches y luchar contra el ejército chino, medio millón de soldados aliados de Corea del Norte. Recuperaría el servicio militar, aunque no digo que los jóvenes deban ir a la guerra, en absoluto. Que fueran seis meses en lugar de dos años, como entonces. Cumplir los 18 y servir a tu país te enseña mucho. Creces. A mí me convirtió en un hombre».
«Mi madre me dio mis primeras lecciones de interpretación cuando era muy pequeño. Me enseñó a decir: '¡Mamá se ha ido!' cuando venían a cobrar el alquiler. En todo caso, fueron las chicas las que me llevaron a la interpretación. Una noche, con 11 años, pasé por Clubland, un club juvenil en Walworth Road, cuando iba a la cancha de baloncesto. Había una puerta con ventanas, miré dentro y vi a un montón de chicas guapísimas. No sabía que pasaba allí, pero, sin duda, me interesaba. Un día que, apoyado en la puerta, me había quedado mirando a una chica que me gustaba, me caí como Buster Keaton y, al levantarme, la jefa me preguntó si quería unirme. 'Mira, no hay niños en este grupo, sólo niñas', me advirtió. Me inscribí al momento. En aquellos días los chicos pensaban que interesarse por el teatro implicaba ser gay, pero no me importó lo que pensaran. Quería estar cerca de las chicas guapas. Pronto me di cuenta de que interpretar era mucho más que eso. Hice de robot en mi primera obra y el productor me dijo: 'Los robots no muestran emociones, ¡eres perfecto!'. Arriba, promocionando Alfie en Cannes, en 1966.
«Cuando yo era niño, mi barrio, Elephant and Castle, estaba lleno de bandas juveniles, pero nunca me sentí atraído hacia ellas, quería hacer lo mío, ser libre. No quería ser deshonesto ni robar ni golpear a nadie. Conocía a muchos gángsters, un par de ellos eran mis tíos, y me basé en ellos cuando hice de Jack Carter en Asesino implacable (1971). Empecé a ir al Trocadero, un enorme cine ya desaparecido. Más que los escenarios, fueron las películas lo que me atrajo en primer lugar. Me parecían algo mágico. Me hicieron querer ser alguien y empezar a pensar que podía serlo. ¿Cómo puedes ver Casablanca (1942) y no ser arrastrado a un mundo diferente? ¿O El tesoro de la Sierra Madre (1948)? ¿O El halcón maltés (1941)?».
«Hice casi mil audiciones antes de los 30 años. Una correría brutal, pero un gran aprendizaje. Luego aparecí brevemente y sin acreditar en más de 15 películas hasta que, en 1963, el actor Stanley Baker me consiguió una audición para una en la que buscaban un actor que interpretara a un cabo con acento de los bajos fondos de Londres. Era Zulú y, cuando llegué, ya habían elegido a otro. Al verme, sin embargo, Cy Endfield, el director, gritó: ‘Espera, ¿cuánto mides? –le dije que 1,88 y prosiguió–. Sabes, no pareces un cabo sino un oficial. Vuelve el viernes y haremos una prueba para el teniente Gonville Bromhead. ¿Puedes hacer un acento elegante?’. Le dije: ‘¡puedo hacer cualquier acento que quiera!’. Así empezó, de verdad, mi carrera en el cine. Por suerte, Cy no era inglés y no le importó darle el papel a un tipo de clase obrera como yo para interpretar a un oficial de clase alta. Ya en Suráfrica, recuerdo que mis primeras tomas fueron terribles. Paramount quiso despedirme por mis errores de novato, pero Cy y Stanley me apoyaron. Y justifiqué su fe, porque fue un gran éxito».
«Richard Burton podía ser el hombre más encantador del mundo y luego arremeter sin razón. Hice una película con Elizabeth Taylor –Salvaje y peligrosa (1972)– cuando todavía estaban casados, la primera vez. Cuando terminamos era Navidad y, cuando se iban, les dije: 'Feliz Navidad a los dos'. Richard se dio la vuelta y gritó: '¡Vete a la mierda, Michael!'. Creo que la bebida y la cocaína le hicieron decir cosas que no quería decir. Tenía terribles cambios de humor, ataques de celos. Y murió joven, con 58 años. Vi el efecto que el alcohol tenía en él y en Peter O’Toole. No es de extrañar que yo beba tan poco. Disfrutaba de una copa cuando era más joven, pero conocía mis límites y lo dejé a mediados de los setenta. Es un desperdicio destruirte a ti mismo».
«Evasión o victoria (1981) la filmamos en Budapest. Y el elenco era increíble: Bobby Moore, Pelé, Ossie Ardiles y, en la portería, Sylvester Stallone. Toda una experiencia. Sly era muy divertido, aunque también estaba trabajando en la tercera película de Rocky, así que solía escribir el guion de Rocky en su habitación cuando se suponía que estaba aprendiendo sus diálogos. Estaba comprometido con su régimen de culturismo para estar en plena forma cuando lo filmaran boxeando. Terminábamos una toma y empezaba a hacer flexiones o vueltas alrededor de la cancha. Estaba en los primeros días de su estrellato y podría haber sido una pesadilla, pero nada de eso. Teníamos en común nuestras raíces de clase trabajadora: él era el tipo de Nueva York al que todo el mundo había descartado hasta que escribió esta película de boxeo y ganó el Oscar a la mejor película. Tenía esa determinación, pero lo que me impresionó fue lo tranquilo que era. Es la combinación correcta».
«Confío y escucho a Shakira más que a nadie. Es la persona más amable y sabia que he conocido. Supe de inmediato que ella era la indicada para mí. La convencí para que saliera a una cita conmigo y hemos estado juntos desde entonces. Esta foto es de nuestra boda en Las Vegas, en 1973. No me importó estar solo hasta que me casé con Shakira y luego no me gustó nada estar solo. Somos muy diferentes el uno del otro, pero cuando estamos juntos somos una sola persona. No puedo imaginar la vida sin ella. Por otro lado, soy bastante reservado sobre mi familia, lo cual es esencial si estás en el ojo público. Tengo una esposa increíble, dos hijas encantadoras (Niki, de mi primer matrimonio con Patricia Haines, y Natasha) y mis tres nietos maravillosos. Significan mucho para mí».