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Test de narices poderosas: para 'ver', para tener sexo, para salvar vidas...

Pon a prueba tu olfato

Test de narices poderosas: para 'ver', para tener sexo, para salvar vidas...

Los humanos somos los mamíferos con menor desarrollo olfativo. Por ello, nos resulta inimaginable la información que puede llegar al hocico de otros animales. Sus formas prominentes, sus pliegues... todo tiene una razón de ser. Pon a prueba tu olfato de sabueso y descubre quién es quién en esta galería animal.

Miércoles, 15 de Febrero 2023

Tiempo de lectura: 4 min

Nada se movía en el Ártico. El oso polar, hambriento, oteaba el horizonte sin que nada sobresaliera en su superficie blanca. El gran depredador esperaba quieto, con la cabeza levantada, enfocando un punto concreto de la llanura helada. A dos kilómetros, bajo un metro y medio de nieve, una foca esperaba a que el tiempo mejorara, sobreviviendo de la reserva de grasa acumulada bajo su piel. El refugio era invisible para cualquier depredador que se guiara por la vista. Pero no todos en el Ártico detectan solo lo que ven.

Un ser humano tiene en su nariz unos 5 millones de células olfativas; un perro, más de 220 millones

El oso movió lentamente la cabeza dejando que la brisa penetrara por su nariz y fijó su rumbo. El olor, aunque débil y atenuado por la nieve y la distancia, le había indicado la posición de su presa con precisión. El oso avanzó, armado de un olfato cercano a lo imposible, como un navegador GPS, hasta que, llegado a un punto, paró en seco. Dos movimientos lentos de la cabeza permitieron a su olfato dibujar la escena que latía bajo sus pies. El oso se levantó entonces sobre las patas traseras y descargó un golpe formidable contra el suelo. La cubierta de nieve que ocultaba a la foca cedió y el oso encontró su botín.

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Oler para volar a oscuras. En este animal, las láminas de la nariz han evolucionado hasta convertirse en un sofisticado conjunto de pliegues. Gracias a ellos emite unos sonidos que lo ayudan en la ecolocación, un sistema de posicionamiento basado en la recepción del rebote de las ondas que él mismo emite. De esta manera, su cerebro puede dibujar el entorno con precisión, incluso en la oscuridad, lo que le permite volar sin tener accidentes (Murciélago de herradura).

Recientes investigaciones paleontológicas han permitido a los científicos conocer que el desarrollo del gran cerebro de los mamíferos –el grupo animal con mayores cerebros en relación con el tamaño de sus cuerpos– se debió, en gran parte, a la apuesta evolutiva de obtener un sentido del olfato muy desarrollado. La información que puede llegar a la nariz de la mayoría de los mamíferos es inimaginable para nosotros porque en la apuesta evolutiva de los humanos el olfato quedó relegado al olvido.

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El sexo está aquí. La abultada nariz del mono násico de Borneo esconde funciones que van mucho más allá de las olfativas. Los machos utilizan su apéndice como reclamo sexual. Durante el celo, la nariz toma colores rojizos y se muestra abultada. Las hembras prefieren a los machos que tienen la nariz más grande. Para ellos… el tamaño importa.

Somos quizá los mamíferos con menor desarrollo olfativo. «Los mamíferos tenemos unos mil genes dedicados al olfato –explica Tim Rowe, director del laboratorio de paleontología de vertebrados de la Universidad de Texas–. Pero en nuestro caso menos de la mitad se han activado». Así, mientras una persona tiene en su nariz un promedio de cinco millones de células olfativas, un perro supera los 220 millones. Y eso que los perros no son los mamíferos con el olfato más desarrollado, título que ostentan merecidamente los osos. El cerebro de estos es un tercio más pequeño que el nuestro, pero posee una superficie dedicada al olfato cinco veces mayor que la nuestra.

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El descubridor de tesoros. Los discos cartilaginosos del extremo del hocico del cerdo le ayudan a extraer los alimentos que olfatean en el suelo. El prodigioso olfato de estos animales les permite localizar tubérculos y hongos enterrados en el suelo, con resultados aún mejores que los perros adiestrados.

Mientras los mamíferos apostaban por la nariz, otros grupos animales desarrollaban sus receptores olfativos con una asombrosa variedad de posibilidades. Los peces distribuyeron sus receptores por todo el cuerpo, y los tiburones, por poner un caso, son como una enorme nariz en movimiento, capaz de localizar una gota de sangre a dos kilómetros de distancia. Los insectos llegaron aún más lejos. Desde el extremo de sus antenas, algunas mariposas, como la polilla de la cecropia, pueden oler incluso a sus futuras parejas a once kilómetros.

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Todo un salvavidas. Esta nariz de perro (en este caso, un Terranova) es capaz de detectar un cáncer con solo oler a una persona enferma, por lo que estos animales se emplean con éxito en el diagnóstico precoz. El apéndice está 'armado' con más de 220 millones de células olfativas que permiten a su propietario detectar e identificar el rastro de una persona concreta entre millares de ellas en una ciudad.

Entre los mamíferos, la nariz adoptó evolutivamente otras funciones, más allá del olfato, diversificándose en formas y tamaños según las nuevas habilidades lo exigieran. A la percepción de olores se sumaron funciones relacionadas con la comunicación acústica, sexual, gustativa, de protección para la respiración y hasta de localización posicional con la ecolocación, sistema similar a un sonar con el que los murciélagos se sitúan en el espacio para poder volar en la oscuridad. Incluso para nosotros, una especie mamífera con un olfato lamentable, la nariz es una herramienta vital que calienta y filtra el aire que respiramos, nos permite distinguir hasta diez mil aromas evitando que nuestro gusto se limite a los cuatro sabores primarios y contribuye a la modulación y tono de nuestro lenguaje. Toda una colección de cualidades que olvidamos dejando a nuestra meritoria nariz tan solo un ridículo valor estético.

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Ojo con mi nariz. Aunque antes se creía que animales como el águila calva –que tienen los orificios nasales en la parte posterior de sus picos– apenas habían desarrollado el olfato en beneficio de su increíble visión, hoy se sabe que algunas aves (los petreles, albatros o el extraño kiwi de Nueva Zelanda) tienen también un olfato extraordinario.