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Huertos de naranjos y limoneros en la zona de 'badlands' a la salida de Alguazas. Iván Rosique
Réquiem por unos limones
Peregrinación a Caravaca de la Cruz (IV)

Réquiem por unos limones

Tercera etapa del Camino de Levante a pie, desde Alguazas hasta Mula (I)

Miércoles, 31 de julio 2024, 00:59

Amanezco con la credencial del peregrino casi tan desangelada como el día anterior. Los puntos de sellado no esperan al caminante, que deberá tener muy en cuenta los horarios de atención al público -especialmente difusos en los sitios religiosos-. Me imagino al obispo mirándome con desprecio al entregarle la cartilla al final del peregrinaje y espetándome «¿Estos son todos los sellos que has podido conseguir?», así que me marco como primera misión ponerme al día. Regreso a la oficina de Turismo de Molina, ya abierta con normalidad, donde esta vez sí consigo que me atiendan. Acto seguido, acudo al Ayuntamiento de Alguazas, donde un funcionario engrosa mi colección con otro sello. «Estoy en racha», celebro.

Me queda claro que Alguazas pertenece a la España que madruga. El pueblo fantasma de la tarde anterior muestra por la mañana una estampa de normalidad, con el esperable trasiego de vecinos. Descubro que algunos bares son también puntos de sellado, así que el peregrino que necesite un café en el cuerpo para ser persona puede matar dos pájaros de un tiro. No es mi caso, que soy más de desayunar zumo, así que parto directamente rumbo a Mula.

Capilla de la Adoración Perpetua de Alguazas. Iván Rosique

Según la web de turismo de la Comunidad, durante la tercera etapa «los campos de secano pondrán a prueba tu fortaleza mental y te harán darte cuenta de que la felicidad se puede alcanzar a través de pequeñas cosas». «Pues si así es como venden la jornada los de marketing, a ver lo que me encuentro», pienso. Y, ciertamente, el entusiasmo por los sellos recientemente adquiridos me dura poco. Atrás quedó ir de la mano de la senda del río. El trazado pasa por incorporarme a la Vía Verde del Noroeste pero me hago un pequeño lío y termino atravesando un descampado decadente que se ha convertido en el hogar improvisado de lo que parecen ser unos feriantes. Sorteo sus caravanas y los restos destartalados de algunas atracciones que han visto días mejores, además de un bidón requemado que se ha usado para hacer una fogata, montañas de ropa vieja, despojos de muebles y otros montones de basura que prefiero no pararme a analizar.

Esperando que este colorido prólogo no sea un augurio de lo que me espera durante los próximos 26 kilómetros, logro llegar hasta la Vía Verde con todos los órganos de mi cuerpo en su sitio, cosa que celebro como el primer triunfo del día.

Basurero improvisado en un descampado de Alguazas. Iván Rosique

Polvo eres...

A pesar del nombre, el sendero no se caracteriza precisamente por su verdor. Lo peor del terreno es que está plagado de piedras del tamaño de un puño que obligan a avanzar con la mirada fija en el suelo. El peregrino propenso al aburrimiento deberá cuidarse de distraerse con el móvil si no quiere perder la dentadura por culpa de un mal paso. Tampoco disfruto la polvareda blanca que se levanta a mi paso, secándome las vías respiratorias y haciéndome parecer que he dormido entre sacos de harina. Mal día para vestir de negro.

Después de recorrer 50 kilómetros de la mano del río Segura, me siento un poco desamparado cruzando este erial de polvo y rocas. No porque haya posibilidad de perderse, ya que el sendero está perfectamente acotado, sino porque las hileras de hormigas son la única señal de vida que encuentro a mi paso. Más tranquilizadores que necesarias, las periódicas señalizaciones del Camino de Caravaca me recuerdan que voy en la dirección correcta. Son como una ocasional palmadita en la espalda. Parecen decirme «tranquilo, todo va a salir bien» y por primera vez valoro marcar la casilla de la Iglesia en la próxima declaración de la renta. No agradezco todos los carteles en igual medida. En medio de ninguna parte me encuentro con un letrero jocoso que reza «Sendero de Alguazas, ¡despacico que no llego!» y yo, que no he empezado el día del mejor humor, siento el impulso de hacer añicos la maldita broma con un martillo.

Sendero de Alguazas. Iván Rosique

Haraquiri cítrico

Tres varios kilómetros atravesando la nada, comienzo a ver indicios de vida. Primero aprecio inconfundibles pistas en el camino que me revelan el paso frecuente de caballos, después llego hasta una zona de terrenos agrícolas y finalmente contemplo actividad humana. Se trata de unos obreros de la construcción que me obligan a dar un rodeo.

La estampa que observo es digna de un cuadro barroco. En el centro del terreno hay un grupo de operarios de animada charla, otros cuantos están enfrascados en el móvil y alguno se encuentra metiéndose un bocadillo tremendo entre pecho y espalda, aunque todavía no son ni las 10 de la mañana. Algún malpensado podría tomarlos por holgazanes, pero yo interpreto que son tan diestros en su oficio que pueden permitirse el lujo de desempeñarlo a velocidad de crucero. Resulta inexplicable que las obras públicas se dilaten tanto en un país que dispone de mano de obra tan cualificada.

Tramo de la vía verde cortado por obras. Iván Rosique

Sigo rodeando ese mosaico de trabajadores sudorosos. Uno de ellos, sentado en la cabina de una pala cargadora que permanece con el motor apagado junto a un huerto, no le quita ojo a dos jóvenes, ambas bastante guapas, que se encuentran recogiendo limones. Al pasar a su lado puedo escuchar cómo la de mayor edad recomienda a la otra, apenas una adolescente, que en lugar de cubrirse las heridas las deje al aire para que se sequen, y se me rompe el corazón al pensar en cuántas veces se habrá perforado la piel de los brazos con las traicioneras espinas de los limoneros para tener tan claro ese conocimiento.

No todos los frutos tienen la suerte de recibir la atención de las chicas. Conforme atravieso los campos se hace patente la crisis del sector cítrico. La cantidad de limones y naranjas que yacen pudriéndose en la tierra es ingente. Prefieren dejarse caer antes que languidecer en las ramas en espera de que los recoja una mano mal pagada que nunca llega. Escogen morir con honor, como samuráis. Para esto ha quedado la huerta de Europa.

Gran cantidad de limones caídos en un huerto, entre Alguazas y Los Rodeos. Iván Rosique
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