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Antiguo apeadero de Los Rodeos. Iván Rosique
Penitencia entre ramblas y barrancos lunares
Peregrinación a Caravaca de la Cruz (V)

Penitencia entre ramblas y barrancos lunares

Tercera etapa del Camino de Levante a pie, desde Alguazas hasta Mula (II)

Jueves, 1 de agosto 2024, 00:50

A la altura de la pedanía de Los Rodeos, a unos tres kilómetros de Campos del Río, me topo con lo que queda de una antigua estación, uno de los numerosos despojos del pasado ferroviario de la zona. El vetusto edificio, construido durante el período de entreguerras, parece fuera de lugar. No consigo imaginarme que ese páramo fuera uno de los puntos de actividad de la comarca, y me vienen a la cabeza imágenes en blanco y negro de jinetes con revólveres intentando asaltar el tren para hacerse con un botín de lingotes de oro.

En una rotonda al norte de Campos del Río descansan los restos oxidados de una locomotora de la época. Decido evitarme el rodeo y entrar en la localidad por el sur, donde espero hacer uso de un antiguo lavadero público de ropa para librarme del olor a vinagre que me acompaña desde que el sudor empezó a empaparme la camiseta. Por pura torpeza me confundo de camino y, en lugar de dar media vuelta, decido escalar por una pendiente sin darme cuenta de que el terreno está lleno de cactus con más púas que en un concierto de Dimmu Borgir. Me visualizo perdiendo el equilibrio y muriendo ensartado, pero he ascendido ya varios metros y se me antoja que intentar un descenso es más peligroso que esquivar las espinosas palas. Por una vez mi juicio parece acertado. Tras efectuar una filigrana digna de 'Matrix', logro salir indemne de esa trampa mortal.

Mi viaje suma una nueva decepción cuando finalmente llego al lavadero de ropa y descubro que las pilas, completamente secas y cubiertas de arenilla, deben de llevar décadas en desuso y tan solo permanecen allí por conservacionismo histórico. Me siento bastante idiota por haber pensado que el lavadero público seguiría funcionando en plena era de las lavadoras eléctricas, pero después de atravesar diez kilómetros de desierto bajo el sol murciano uno se cree cualquier cosa.

Antiguo lavadero público de Campos del Río. Iván Rosique

Aunque el terreno empinado es un castigo para mis doloridas rodillas, la llegada a Campos del Río me sienta bien. Las viviendas y negocios humildes inmediatamente se ganan mi simpatía y cuando paso por delante de una casa donde hay alguien escuchando a Los Chunguitos a todo trapo confirmo que, efectivamente, Campos del Río es un buen lugar. Las buenas sensaciones se mantienen cuando me reciben en el Ayuntamiento, donde me regalan palabras de ánimo y me sellan la credencial del peregrino con la laica diligencia que eché en falta en la jornada anterior. «Hoy eres el primero que pasa por aquí, pero el otro día vino un grupo de 40 personas», me comenta la funcionaria. Confirmamos, pues, que aunque no me tope con peregrinos en el camino 'haberlos, haylos'.

A la salida del pueblo me encuentro con una pizzería llamada Axo Qué Pizza. Me conquista con semejante nombre y lamento no tener la oportunidad de degustar sus delicias porque todavía faltan varias horas para que abra sus puertas. Es entonces cuando decido que celebraré mi llegada a Mula con una pizza familiar que cargaré gustosamente a la cuenta de gastos del periódico.

Balsa de riego ubicada a la salida de Campos del Río. Iván Rosique

'Spaghetti western'

Dejo atrás el noble pueblo de Campos del Río con una banda sonora que me llena de nostalgia. El croar de las ranas que pueblan las balsas de riego me devuelve imágenes de la infancia, cuando recorría en bicicleta los bancales de Santomera para capturar ejemplares de estos simpáticos anfibios de ojos saltones para jugar un rato con ellos y finalmente liberarlos, porque a ver cómo iba a meter yo en casa un tarro lleno de ranas sin que mi madre me cosiera a alpargatazos. Eso sí eran aventuras en bicicleta y no lo de 'Stranger Things'.

Conforme avanzo, el árido paisaje se va volviendo cada vez más inhóspito y seco. El yermo que me rodea bien podría ser escenario de un 'spaghetti western' o de uno de esos plagios italianos de 'Mad Max'. Me siento diminuto al atravesar las enormes ramblas arcillosas, que recuerdan a cráteres lunares, y entonces entiendo la advertencia de que el terreno pondría a prueba mi «fortaleza mental». Por muy rápido que vaya, el paisaje es tan inmenso que no parece que avance y me veo obligado a acudir a Black Sabbath para amenizar mi trasiego por un camino donde el mismo tiempo parece dilatarse.

A la altura de Albudeite se encuentra una zona de 'badlands' bendecida con algo de caudal de agua y, por tanto, con una mayor presencia de vegetación. Iván Rosique

La mal llamada Vía Verde del Noroeste, donde habría que remontarse a tiempos de los dinosaurios para encontrar algo de verdor, me lleva hasta otra vieja estación de ferrocarril, a la altura de Baños de Mula. Decorada con el mismo patrón de ladrillo visto y losetas de cerámica con motivos geométricos, es claramente una hermana gemela de la que me encontré en Los Rodeos, con la diferencia de que en este caso no hay ninguna puerta que me impida el paso. Me puede la curiosidad y me adentro en el edificio, aún a riesgo de que el ruinoso techo se me caiga encima o de encontrarme un cadáver con una jeringuilla colgando del brazo. Como gorrino en un lodazal, gozo recorriendo las decadentes estancias medio derrumbadas. Uno no se cría consumiendo cantidades ingentes de películas de terror desde los 12 años sin desarrollar una filia por los lugares abandonados y misteriosos.

Junto a la vieja estación se encuentra una zona de descanso con bancos de madera, ideal para almorzar en un escenario menos siniestro. También hay una pequeña construcción, igualmente en ruinas, en la que recomiendo no aventurarse porque alberga horrores. Se trata de lo que antaño fueron los lavabos de la estación y, aunque hace décadas que los retretes fueron retirados, quien decida desoír mi advertencia descubrirá que, durante años, innumerables personas han seguido usando los agujeros del suelo para el fin para el que fueron inicialmente concebidos. Y allí sigue lo que han dejado.

Ruinas de un antiguo apeadero a la altura de Baños de Mula. Iván Rosique
Imagen principal - Ruinas de un antiguo apeadero a la altura de Baños de Mula.
Imagen secundaria 1 - Ruinas de un antiguo apeadero a la altura de Baños de Mula.
Imagen secundaria 2 - Ruinas de un antiguo apeadero a la altura de Baños de Mula.

Una zanahoria atada a un palo

Después de más de 20 kilómetros vagando como alma en pena por las 'badlands', ya ni siento ni padezco. Por primera vez parece que voy a terminar la jornada sin ampollas ni rozaduras, cosa que celebro. Por contra, noto que el peaje mental me ha salido más caro en esta ocasión. Como una zanahoria delante de un burro, trato de alimentar mis pasos con la imagen de la gigantesca pizza que me voy a comer en cuanto llegue a Mula.

La reaparición de los huertos de limoneros es un anuncio de que ya me encuentro en la recta final de la etapa, reafirmado por lo que queda del castillo, emplazado en lo alto de la colina que preside la localidad. Llegados a este punto, el que tenga fuerza y ganas puede aprovechar para visitar la villa romana de Los Villaricos y las ruinas del Castillo de Alcalá. No ando sobrado de lo uno ni de lo otro, así que sigo caminando mientras fantaseo con imágenes de queso fundido, champiñones y rodajas de peperoni.

Llegada a Mula, con el castillo presidiendo el entorno. Iván Rosique

Al llegar a Mula se me figura que es Madrid. ¡Carreteras asfaltadas! ¡Una fuente con agua! ¡Personas! Recorro las callejuelas del casco antiguo hasta la pizzería que había fichado en Google Maps, solo para encontrarme con la persiana echada. Ignoro si han cerrado por descanso de personal, si es que solo ofrecen cenas o si el universo conspira para pisotear las pocas ilusiones que mi corazón de pobre se atreve a alumbrar. Con ganas de echarme a llorar, mis piernas ya no me sostienen y caigo de rodillas como Charlton Heston al final de 'El planeta de los simios'. «¡Malditos! ¡Yo os maldigo a todos!».

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