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El autor hace una fotografía del altar del Santuario de la Vera Cruz. Foto: Juan F. Robles | Vídeo: Iván Rosique
Peregrinación a Caravaca de la Cruz (VII)

Indulgencia plenaria: de Caravaca al cielo

Quinta etapa del Camino de Levante a pie, desde Bullas hasta la ciudad santa

Sábado, 3 de agosto 2024, 00:56

Hoy es el día. Hoy consigo la indulgencia plenaria. O eso espero, porque si algo he aprendido después de 100 kilómetros de peregrinaje es a no dar nada por sentado. Tan solo 21 kilómetros me separan de Caravaca, una de las cinco ciudades santas del mundo, ojo ahí con eso que, como dijo cierto expresidente del Gobierno, no es cosa menor. O, dicho de otra manera, es cosa mayor.

Siguiendo con la tónica de las jornadas anteriores, amanezco en Bullas poniéndome al día con la recolección de sellos, frustrada a mi llegada por unos horarios de cierre que nunca parecen venirme bien. En esta ocasión la tardía apertura es lo que retrasa mi salida. Tanto el Museo del Vino como la oficina de turismo se encuentran con la persiana bajada. En el segundo caso vislumbro una figura femenina envuelta en penumbra que parece aprovechar la tranquilidad del cierre para adelantar trabajo. O quizá sea el fantasma de una funcionaria que murió aplastada por el papeleo y ahora se ve condenada a rellenar formularios durante toda la eternidad. Será lo segundo, puesto que no se inmuta ante mis intentos de reclamar su atención, así que la dejo con su penitencia. Bastante tiene.

Hemeroteca

Mi tercera opción es la iglesia de Bullas. Las puertas están abiertas pero no hay ni rastro del cura. Solo se encuentra allí el hombre más deprimido del mundo y me da la sensación de que han abierto el templo solo para él. Aunque no figura entre los puntos de sellado oficiales listados en la web del Instituto de Turismo, decido probar suerte con el Ayuntamiento. Todo un acierto, puesto que una amable funcionaria colma mis anhelos con no uno ni dos, sino ¡tres sellos de Bullas!

Dejo la localidad atravesando un curioso paseo dedicado a los vecinos centenarios, donde figuran los nombres de seis longevos bullenses junto a sus fechas de nacimiento y fallecimiento. Los pobres no soplarán más velas pero ahí queda su recuerdo.

Paseo de los Centenarios de Bullas. Iván Rosique

Roedores de las alturas

Conforme el terreno se va elevando, atravieso pinares y varios campos de almendros infestados de simpáticas ardillas que trepan por sus ramas y dan buena cuenta de sus frutos. Este tramo es el más montañoso del camino y, aunque llega hasta un máximo de 500 metros de altitud, no encuentro la subida fatigosa. Al contrario, la belleza de un entorno que rebosa de vida hace que el trayecto sea tan agradable que apenas me doy cuenta de la inclinación del terreno.

Aunque me encuentro encantado por la presencia de los animalitos del bosque, no me pasa inadvertido el hecho de que estoy recorriendo la última jornada del viaje y todavía no hay ni rastro de otros peregrinos. Comienzo a asumir que será imposible salvar esta serie de crónicas con emotivas historias de caminantes, como un anciano que ha hecho la promesa de peregrinar a Caravaca para que su mujer se cure de un cáncer o un extraficante de drogas que quiere expiar sus pecados. Las ardillas son una monada, pero sus motivaciones no son de gran interés periodístico.

Peregrino de cartón instalado en una margen del camino entre Cehegín y Caravaca. Iván Rosique

Peregrino de cartón

Como en respuesta a mis anhelos, a cuatro kilómetros de Cehegín me encuentro con un peregrino plantado en mitad del camino. Solo que no es un caminante de carne y hueso, sino un simpático dibujo a tamaño natural impreso en cartón que han colocado ahí los avispados propietarios de una casa rural con intención de promocionarse.

Muy cerca de ese punto me espera una nueva decepción. Cuando llego al yacimiento arqueológico de Begastri veo frustradas mis intenciones de visitarlo y me tengo que conformar con apreciar los restos romanos desde la distancia. Como casi todo lo que me voy encontrando a mi paso desde que salí de Orihuela hace cinco jornadas, está cerrado.

Finalmente llego a Cehegín, donde se dispersan las protectoras nubes que me han venido acompañando desde primera hora de la mañana y el sol me golpea como un rayo láser disparado desde una nave espacial. Allí me encuentro con otro de esos apeaderos del antiguo ferrocarril que llevo viendo desde Alguazas, aunque en este caso en lugar de dejarlo podrirse de puro abandono lo han reformado para convertirlo en una cafetería con encanto. Como no podía ser de otra manera, está cerrada, aunque al menos hay una fuente de agua funcional a mi disposición. Gran invento. Aprietas un botón y sale un chorro de agua potable de forma gratuita. Ojalá disponer de tan prodigiosa tecnología en los parques del centro de Murcia.

Arriba: Panorámica de una zona de cultivos, con Cehegín al fondo. Abajo: Antiguo apeadero ferroviario rehabilitado como cafetería y zona de descanso, también en Cehegín. Iván Rosique
Imagen principal - Arriba: Panorámica de una zona de cultivos, con Cehegín al fondo. Abajo: Antiguo apeadero ferroviario rehabilitado como cafetería y zona de descanso, también en Cehegín.
Imagen secundaria 1 - Arriba: Panorámica de una zona de cultivos, con Cehegín al fondo. Abajo: Antiguo apeadero ferroviario rehabilitado como cafetería y zona de descanso, también en Cehegín.
Imagen secundaria 2 - Arriba: Panorámica de una zona de cultivos, con Cehegín al fondo. Abajo: Antiguo apeadero ferroviario rehabilitado como cafetería y zona de descanso, también en Cehegín.

El buen trato dispensado a su vieja estación de tren no es el único rasgo distintivo que me lleva a valorar el esfuerzo que ha hecho Cehegín para poner en valor su entorno. La vía verde que recorre la localidad transcurre llena de zonas ajardinadas, más fuentes de agua, bancos, papeleras, columpios infantiles y zonas de actividad para los abuelos. Detalles que no llenan las arcas municipales, pero sí ayudan a que la vida de vecinos y visitantes sea más agradable. No todo van a ser pisos y bares. La guinda la pone un bonito merendero con una amplia panorámica del pueblo como telón de fondo, lugar ideal para comerse un bocadillo antes de afrontar los últimos 7 kilómetros del viaje.

Ciudad santa

La recta final del trayecto se me hace larga. A lo lejos veo la Basílica de la Vera Cruz, todavía diminuta, en lo alto de la colina. Me siento como Frodo llegando al Monte del Destino con el Anillo Único pesándole cada vez más en el bolsillo, aunque al menos él tenía a Sam a su lado para darle charla. A mí en la ciudad me espera Juan Fernández Robles, corresponsal de LA VERDAD en Caravaca, quien se encarga de hacerme algunas fotos y, de paso, asegurarse de que no he sufrido daños cerebrales a causa de la insolación. Me acompaña hasta lo alto del templo, donde me tienen que colocar el último sello en la credencial y tramitarme el certificado que me acredita como merecedor de la indulgencia plenaria.

La gestión, que debería ser el punto álgido del sufrido viaje, resulta un poco sosa. No es que esperara ser recibido por ángeles descendiendo del cielo con trompetas, pero sí algo más ceremonioso que pasar por la tienda de regalos y abonar dos euros por el documento. El bueno de Robles aporta de su bolsillo un euro y medio más a cambio de un canuto de cartón protector -que se vende aparte-, de modo que la Caravaquensis no sufra daños en la mochila.

La Real Basílica Santuario de la Vera Cruz presidiendo la ciudad de Caravaca. Iván Rosique

En cuanto a la falta de una mayor parafernalia, me informan de que me he perdido la misa de recibimiento porque se celebra a mediodía. Hago los cálculos y no me salen las cuentas. Si se tarda en llegar unas seis horas desde Bullas, atendiendo al trazado del Camino de Levante, tendría que haber salido a las seis de la mañana para llegar a tiempo. Le traslado esa observación al encargado, que me explica que muchos de los peregrinos optan por dividir la última etapa en dos jornadas, haciendo noche Cehegín, lo que les deja tiempo suficiente para asistir a la misa y después tomarse unas cervezas tranquilamente por Caravaca. Tiene sentido, aunque a mí me suena a hacer trampa.

Según me cuenta el señor, todo este asunto de la peregrinación es más flexible de lo que yo creía: «Hoy han venido dos que han ido cogiendo los caminos que se les han ido ocurriendo desde Burgos». Lástima no haberme cruzado con ellos, seguro que tienen buenas historias que contar. De hecho, hay un total de cero peregrinos en la plaza del Santuario, desierta a excepción de unos pocos turistas y un vendedor de cupones de la ONCE. No obstante, el encargado me asegura que las cifras son aproximadamente «el triple que en 2017» y que por la mañana, supongo que valiéndose del truco de pernoctar en Cehegín, la plaza presenta otro aspecto mucho más animado. Destaca la llegada de peregrinos extranjeros, entre ellos «muchísimos portugueses» e incluso unos de Texas. De esos también me habría gustado saber más.

Arriba: El autor posa en las escaleras del Santuario de la Vera Cruz con la credencial del peregrino sellada y la Caravaquensis. Abajo: expedición del certificado y relicario de la Vera Cruz. Juan F. Robles / Iván Rosique
Imagen principal - Arriba: El autor posa en las escaleras del Santuario de la Vera Cruz con la credencial del peregrino sellada y la Caravaquensis. Abajo: expedición del certificado y relicario de la Vera Cruz.
Imagen secundaria 1 - Arriba: El autor posa en las escaleras del Santuario de la Vera Cruz con la credencial del peregrino sellada y la Caravaquensis. Abajo: expedición del certificado y relicario de la Vera Cruz.
Imagen secundaria 2 - Arriba: El autor posa en las escaleras del Santuario de la Vera Cruz con la credencial del peregrino sellada y la Caravaquensis. Abajo: expedición del certificado y relicario de la Vera Cruz.

Ya congraciado con el de arriba, salimos de la tienda de regalos y entramos a visitar el imponente Santuario. Como Robles allí es hombre influyente, el sacristán del templo sale a saludarnos y tengo la oportunidad de ver de cerca la mismísima reliquia de la Vera Cruz y hacer un breve 'tour' por las dependencias privadas del párroco. Incluso tiene el detalle de regalarme un pin bastante bonito con la forma del relicario. Así que, después de todo, sí que me han dado un premio por rellenar la cartilla de sellos.

Todo perdonado

Agotado pero contento por haber sido capaz de llegar hasta el final del camino sin intervención del 112, me doy un paseo por el casco histórico de Caravaca de camino a mi última parada en la ciudad santa: un kebab con una puntuación de 3,4 en Google, que es lo más alto que me atrevo a soñar en la vida, confiado en que la recién ganada gracia divina me proteja un poco más de ese infarto que me hará doblar la servilleta.

Durante mi trayecto hacia ese templo del colesterol me topo con unos argentinos que se disponen a subirse en un curioso trenecito turístico. Al acercarme puedo escuchar cómo una mujer informa a una amiga de que por venir a Caravaca «les van a perdonar todos los pecados». Con esa retranca propia de los argentinos, la otra le responde «si lo llego a saber mato a mi suegra antes de venir».

Pintada con motivos de ángeles en la fachada de una vivienda de Caravaca. Iván Rosique

El comentario de la señora me hace mucha gracia y no puedo evitar pensar en la indulgencia plenaria que transporto en la mochila, obtenida con tanto esfuerzo. Y en lo desperdiciada que está en alguien que lo más pecaminoso que recuerda haber hecho es abusar del dispensador de bebidas de un KFC para rellenar ilegítimamente una cantimplora con Kas naranja. La tristeza de ser flojo hasta para pecar.

En algún lugar del firmamento, mientras yo devoro un dúrum con extra de salsa picante como si fuera mi última comida, San Pedro moja un tampón en tinta roja y plasma un sello en un documento, apoyado sobre la espalda de un querubín. Sobre la cuadrícula del papel, donde ya quedan pocos huecos libres, figura el membrete 'Credencial del infartado'. San Pedro se mesa la barba blanca y sonríe. Esa cartilla también tiene premio.

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