Genes de churrero
Rafael Andrés García Pardo, dulce quiosquero en verano, maestro en invierno. «Hace falta una prueba de ADN para saber la receta», se acoraza
ALEXIA SALAS
Jueves, 31 de julio 2014, 11:15
Rafa, el churrero que da un tercio del sentido al negocio familiar Tres Hermanos, reúne en la playa de Colón de Santiago de la Ribera dos de los inventos más útiles y, por tanto, enraizados de toda la historia de la humanidad: el chiringuito y el chocolate con churros. Nadie se imagina la vida sin ellos. Siempre fueron sagrados como las misas. Sin toque de campanas ni absoluciones, los parroquianos acuden al quiosco de Rafa desde vísperas a maitines, sin saltarse el ángelus. De junio a septiembre, fines de semana y fiestas de guardar en Semana Santa. Ni la certeza del pecado, por las calorías ingeridas, dejan los fieles en el fondo de la taza bien rebañada. Rafa tampoco sabe a cuántos padresnuestros -y abdominales- equivaldrían los 600 chocolates y más de 2.000 churros al día que sirven en el chiringuito Tres Hermanos, del que él es el tercer sumo sacerdote junto a sus hermanas Santi y Mari Luz. Cuánta felicidad puede haber concentrada en esa estadística churrera.
-
Quién.
-
Rafael Andrés García Pardo.
-
Qué.
-
Churrero y maestro.
-
Dónde.
-
Santiago de la Ribera.
-
Pasiones.
-
La familia y el negocio.
-
Pensamiento.
-
«La clientela es como la familia».
Primero fueron sus padres, Fina Pardo y Vicente García, quienes, hace 25 años, levantaron la persiana frente al Mar Menor. «Mi madre lloraba porque pensaba que no vendría nadie», cuenta el chiquillo que, con 12 años, salía de la escuela y corría a menear la olla de chocolate para que no se pegara. «Las cosas no eran como ahora. Mi hermana fregaba los cacharros subida a una caja. Era un orgullo», ilustra de una generación pasada de niños obreros. La fundadora no intuyó que un cuarto de siglo después sus hijos embriagarían al veraneante con el aroma del chocolate caliente en varios kilómetros a la redonda. Ni que gastarían, como asegura Rafa, más de 4.000 litros de aceite cada verano. La golosa voracidad española.
La fórmula empresarial no ha cambiado: «Harina de trigo, chocolate Valor, calidad y precio, y quiosco lleno, no hay más», dice el tercer hermano, encargado con la alta misión familiar de hacer la masa. «La receta va de padres a hijos y hace falta una prueba de ADN para acceder a ella», se blinda el churrero, maestro invernal en la escuela de Balsicas (Torre Pacheco), una dualidad que no escapa en ninguna de las dos facetas de las fronteras de la infancia.
La presión golosa de los turistas obliga a los hermanos García a trabajar de sol a sol de junio a septiembre, con el solo descanso de los miércoles por la tarde, cuando dejan huérfanos de azúcar a la clientela. «Son como de la familia. Los mismos de año en año», cuenta Rafa, mientras atiende desde la barra las peticiones del camarero para una mesa a la hora punta del aperitivo: «Unas olivicas con su avío». «Va!» acude presto el quiosquero, de lo que abusa el empleado: «Y unas almendricas, que son buenas para la subida de la leche», le pone sorna a la faena en pleno ascenso de la calorina implacable del ecuador de julio.
No se despeja la barra de turistas ya conocidos en el chiringuito playero. Solo en «el hueco del día», esa hora misteriosa e indescifrable de la siesta, que horrorizaría con un foso de vacío existencial a cualquier europeo, descansan la freidora pero no el churrero, que da salida a cerveza -«con la crisis, menos»- y viandas saladas. El apretón chocolatero llegará con la tarde, cuando se despierta, como un león hambriento, la gula dulzona de los parroquianos. Entretanto, se cruzan las cañas con las revelaciones de la clientela: «La churrería es mucho de hacer relaciones», explica Rafa. «Zenquiu very mucho!», responde con brío a la propina de un feligrés.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.