Le debo un 'ultralugar' a Lorca no solo como ciudad, sino como concepto, como sentimiento 'chicharrero' que en un movimiento de sístole y diástole continuo, ... late y me abate igual que una cigarra discontinua, un insecto-reliquia en ámbar que de repente explota y canta a pleno sol.

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En las alamedas de Lorca las cigarras entonan un 'cri sostenido', poseen un soniquete perturbador al que los lorquinos nos hemos acostumbrado a base de soportarlas en el Quiosco Sevilla, al cruzar el Puente de la Torta o al hincarle el primer mordisco al bacalao en el Merendero de los Padillas...

Mis abuelos las llamaban 'Las chicharras de la feria' para diferenciarlas de las del secano, aquellas que no cantan si no que taladran las sienes y configuran la canción de fondo de la recogida de la almendra y se esconden entre las tapeneras, en las ramas de los acebuches... con su 'cri en do mayor' reventando las tardes y la paciencia e invadiendo la noche.

Lorca, plagada de contrastes, extensa, difícil de abarcar, compleja de entender, tierra de la que partir y al que volver, preñada de chicharras insolentes y resabiadas que definen de dónde eres y a quién perteneces. Le debo un 'ultralugar' a Lorca, no solo como concepto sino como 'lugar-sentido', una amalgama de recuerdos que saben a tortada, suaves como su merengue, al olor a leña de una celebración llena de arroz en El Faroli, al bocado de turrón con anís que me conecta con el paladar de mi abuelo, mi padre y los bisnietos que no tendré.

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Lorca es un 'ultralugar' de ida y vuelta donde una chicharra ubicua se instala en el corazón y con su cri en fa sostenido te dice: «Siempre estaré aquí».

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