El verano de los otros

En muchos casos, el verano es sinónimo de trabajo. En muchos hogares, este año también toca quedarse en casa (situación que se hace más dura cuando hay niños, pues pierden muchas posibilidades de socialización). En muchos corazones rotos, estos meses son indisociables del dolor: el primer verano sin pareja, sin hijos, sin ese familiar que ya no está. El verano también es así: tristón, frustrante y muy diferente a un estado de calma y alegría.

Cuando no existían las redes sociales, no sentíamos tanta frustración y ansiedad al conocer que otros habían podido disfrutar de un verano de ensueño y nosotros no. El álbum de fotos era privado y el exhibicionismo no tenía tanta aceptación social. Hoy parece casi obligado: si no publicas, no existes. Si no tienes vacaciones en verano, eres un fracasado. Si con la llegada del calorcito no ocupas tus findes de planes trepidantes y ociosos, eres un aburrido.

Nos importa y mucho cómo nos perciben los demás. Deseamos que nuestra posición en la escala social no nos ahogue y nos permita mantener cierta imagen de éxito y positividad. A través de las redes el usuario guioniza su propia narrativa. Comparte lo que sea 'instagrameable' y no duda en manipularlo para mostrar más de lo que es. Pero, ¿hasta qué punto idealizamos la vida de los demás? ¿Queremos parecernos a ellos o solo deseamos lo que no tenemos? Lo que hay fuera del plano quizá es más triste que un verano sin paseo en barquito, sin mojitos, sin playa y sin ir a ese concierto tan 'cool'.