Antes de que la movida madrileña se convirtiera en la banda sonora oficial de los 80, buena parte de la juventud española era heavy. Apenas hay documentales que lo muestren ni libros que lo narren, pero durante la primera mitad de la década, unos entonces ... jovencísimos británicos como Iron Maiden o Judas Priest desembarcaron en nuestro país como un huracán, llenando pabellones y campos de fútbol. Siguiendo su estela, no tardaron en surgir exitosas bandas locales como Obús, Ángeles del Infierno o Barón Rojo. Estos últimos protagonizaron en el año 1985, con motivo de las fiestas de San Isidro, un legendario festival de rock duro que reunió en la capital a más de 200.000 asistentes. No se había visto nada igual.

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Tras ese punto de inflexión, todo empezó a cambiar. Los medios de comunicación y las instituciones se volcaron en los grupos de pop emergentes, más modernos y coloridos, que no tardaron en eclipsar todo lo demás, hasta acaparar por completo la imagen que hoy tenemos de los 80. Como consecuencia, el heavy metal desapareció de las radios y las televisiones, las salas especializadas fueron bajando la persiana y el número de conciertos se redujo drásticamente, algo que sufrieron especialmente las formaciones patrias, que cayeron como moscas.

A pesar del ostracismo, la escena metalera se las ha apañado para sobrevivir durante más de tres décadas, aunque hubiera que conducir durante horas para agitar la melena en un garito de suelo pegajoso situado en la otra punta de España. Es de justicia poética que ahora hayan coincidido en el tiempo, con asombroso éxito de convocatoria, el concierto de KISS en Cartagena y el de Iron Maiden en Murcia, dos de los mayores eventos que ha visto la Región hasta la fecha. En realidad, el público heavy siempre estuvo ahí. Fue el resto del mundo el que decidió mirar hacia otro lado.

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