Oksana Chusovitina es una atleta uzbeka que compite en gimnasia artística en la especialidad de salto y estos han sido sus octavos Juegos Olímpicos. Su despedida, narrada por la incombustible Paloma del Río, ha sido una de las cosas más emocionantes del inicio de estos ... juegos. Y lo digo desde la más profunda envidia y admiración, porque tenemos la misma edad y a mí me crujen los huesos cada vez que me agacho a coger algo del suelo.

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La única asignatura que suspendí cuando iba al colegio fue la gimnasia, la cual prefiero no recordar. Las vueltas al patio de las Carmelitas arrastrando los pies por el dichoso Test de Cooper, unas coreografías simplonas con pelota a ritmo de Gilbert O'Sullivan y el terrorífico plinto. Disfrutaría más del deporte si aquello no hubiese sido para mí una especie de tortura por carecer de habilidades psicomotrices.

Yo, como decía Fernando Fernán Gómez, estoy muy capacitada para no hacer nada. No soy como esas personas que necesitan estar constantemente haciendo cosas para realizarse. No tengo en mi haber ningún logro deportivo y estoy orgullosa de ello. Soy tan inútil en los deportes como la socorrista de la piscina olímpica rodeada de los seres humanos que mejor nadan del planeta. Pero disfruto poniéndome nerviosa por un deportista que hasta este momento no conocía y me creo superentendida en deportes que solo veo cada cuatro años, porque contemplar cómo otros hacen deporte y juzgarlos desde el sofá es mi especialidad.

Pero ojalá tuviera ante la vida la actitud de Adriana Cerezo entrando al tatami, insultantemente joven, y consiguiendo una medalla de plata con sabor a oro. O la valentía de las jugadoras noruegas de balonmano playa, negándose a jugar enseñando el culo con ese minúsculo bikini reglamentario a pesar de la multa. O la fortaleza de Carla Suarez, tras volver a competir después de superar un cáncer. Ese es el espíritu olímpico que me representa.

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