Hace ahora justo un año me fui a vivir a un pueblo. Tras pasar el confinamiento encerrada en un piso sin balcón, decidí hacer las maletas y mudarme a una casa con jardín como una secuela más del coronavirus. Mi salud mental ha agradecido el ... aire libre, la luz del sol y la calidad de vivir en las afueras. Han sido unos meses de despertar con el canto de los pájaros y disfrutar leyendo en el jardín con las últimas luces del día. Todo ha sido paz y tranquilidad hasta este verano.

Publicidad

Mi vecina de enfrente lleva de obras desde junio. Bueno, ella no, ella debe estar en la gloria bendita veraneando, porque se ha ido a la playa y nos ha dejado el ruido y las molestias a los demás.

Que sí, que la cosa va de respeto mutuo y de convivencia, pero Mari Carmen, que tú no respetas mi descanso mientras que yo tengo que respetar que hayas querido cerrar, ilegalmente por cierto, esas terrazas a las que no has salido en tu vida para hacerte una casa 'open concept'. Que después de trabajar doce horas lo que menos me apetece es que Benito y Manolo se pidan a gritos las herramientas y que Paco les cuente que no sabe qué regalarle a su santa por su cumpleaños mientras suena reguetón a todo trapo.

Decía Ramon Gómez de la Serna que los ladrillos saben esperar pero algún día me tendrán que explicar la necesidad de poner la radial antes de las 8 de la mañana y dejarla 20 minutos más tarde para irse a desayunar durante horas. Lo mismo también tienen contratado el servicio despertador y yo estoy hablando de más. ¿Será esto lo de la España que madruga?

Lo que más voy a sentir de irme de vacaciones en septiembre es perderme la cara de Mari Carmen cuando vuelva y vea lo bonita que ha quedado la reforma, que ni los gemelos esos del Divinity. Si al menos Benito y Manolo se hubieran parecido a ellos...

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad