Capri no es para pobres

De ahí nos dirigimos a Positano. Porque a Positano hay que ir aunque sea para quejarnos de lo maravilloso que sería sin tanta gente. Su paisaje parece caer en cascada hacia el mar con sus casas de colores, un lugar idílico que te deja sin palabras y también sin aliento. Literalmente. Aquí, subir y bajar escaleras es un deporte; dicen que te convalidan tres Caminos de Santiago y cuatro meses de gimnasio.

Amalfi es de una belleza casi obscena. Solo se le pueden reprochar las curvas de la carretera diseñadas para probar la fe de los conductores y la resistencia de los estómagos, y las hordas de coches y motos. Ojalá poder disfrutarla sin tropezarse con media (privilegiada) humanidad que también va en busca de su porción de 'dolce vita'. Aunque en este viaje ha habido poco 'dolce far niente' y más no dejarnos un pueblo sin visitar.

Y luego está Capri, donde los ricos van a ser aún más ricos. Entre yates y boutiques de lujo queda claro que este lugar no es para pobres. Aquí se come bien, se vive bien y se gasta bastante bien también. Mi lujo, la compañía.

Este ha sido un viaje para perderse y encontrarse. Hay algo en el aire o en la luz dorada del atardecer que te hace soñar despierta con una vida donde lo bello es lo cotidiano, más dulce, más simple y quizá, solo quizá, un poco más feliz.