Ha sido un placer y un privilegio escribir estas columnas todos los jueves. Un año más, servidora ha tratado de estar a la altura. Desde aquí mi admiración y envidia insana hacia el columnista de raza. No es fácil juntar unas letras y que todo ... tenga sentido.

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Se suponía que debían ser frescas, que en verano la intensidad se relaja y la seriedad se diluye pero en las redacciones hay un tópico que se repite y se desmiente invariablemente cada año: el mito de que en agosto nunca pasa nada. La inflación desmedida, los incendios que arrasan el país, la ola de calor, la crisis energética, o la guerra en Ucrania refutan aquello de ¿cómo vamos a llenar las páginas o la web?

Últimamente la sobreinformación, la intoxicación gubernamental o las 'fakes news' han denostado el oficio del periodista, abocándolo a una crisis casi reputacional. Sin embargo, están en crisis las empresas periodísticas pero el oficio no, porque es necesario y está muy vivo. Un diario es una empresa mercantil, y como tal se debe a sus clientes, pero también es un órgano de opinión pública, por lo que su obligación es servir, antes que nada, a los ciudadanos.

La supervivencia de la prensa pasa por el muro de pago que parece que ha llegado para quedarse. La consolidación en España de servicios de contenidos digitales de pago, como Netflix o Spotify, ha contribuido a eliminar la asociación de internet y gratuidad, y han abonado el terreno para los medios de comunicación. La idea de pagar por contenidos digitales resulta cada vez menos contradictoria.

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Desde aquí me quito el sombrero ante los periodistas de esta casa por su labor cada verano. Para mito del agosto tranquilo el mío, que no he hecho otra cosa que trabajar. Cuento los días para que empiecen mis ansiadas vacaciones.

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