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Debería ser capaz de hacerla funcionar. De encontrar los trozos de tubos y de cables que se necesitan para ponerla en marcha. Para que el agua llegue, y después se vaya, y limpie y centrifugue y dé esplendor. Pero solo la miro. La miro no ... moverse.
Dicen que las lavadoras hipnotizan cuando giran. Yo me he hipnotizado mirándola no girar. Los señores que tenían que instalarla y dejarla funcionando no lo han hecho. Que estaba lejos la toma de agua. Y la toma de luz. Y que los fontaneros de la costa que cómo son. Y que esto es, como se dice en Murcia, una puta mierda.
Yo pensaba que eso se decía en todos lados, pero tampoco los voy a enfadar, han subido a pulso el mamotreto por las escaleras. No me la han dejado instalada, en resumen. A cambio tengo la mitad de los cajones repartidos por la cocina y el salón. La basura esparcida fuera de su lugar. Platos por las mesas. Todo en un stand-by absurdo e inesperado que me habla de final del verano.
Solo era una lavadora que dejó de girar. Ahora es mi casa la que parece haber dejado de funcionar. Se acaba el verano. Todas las cosas necesitan retoque, renovación, nuevos horizontes, manguitos y juntas de estreno. Tendré que encontrar las fuerzas de septiembre.
Ahora que sé que voy a tener dos casas este año, que Madrid gira en el horizonte de nuevo, ahora que todo huele a discos nuevos y giras por preparar, a anticipo de otoño y tormenta eléctrica, es momento de dejar de mirar la lavadora impávida.
Me toca poner un pie en el futuro, conectar la maldita lavadora, poner mi casa uno en orden, acercarme a MediaMarkt a poner una queja y despedir el verano.
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