No sé si era así

No sé si era así. Exactamente así. La noche que soñé con la música. Tal vez si cierro los ojos pueda adivinar el dulzor exacto que tenían en mi cabeza las cosas que nunca había probado. Tal vez si me esfuerzo, si miro con los ... ojos cerrados, hacia atrás, hacia la noche veraniega de los tiempos y con delicadeza y concentración examino uno a uno los sabores que había en mi boca y mi mente cuando soñaba con las giras de verano, tal vez, encuentre que la piel de las chicas, la burbuja del champán, el bocadillo de lomo plancha y la ventana donde olía a flor una noche de orquesta, furgoneta y luces colgadas en las calles, es punto por punto, tono a tono, exactamente igual a lo soñado. Porque siempre decimos que cuando llegas se deshace el espejismo, se derrumban los naipes del castillo que te habías hecho en el aire tantas veces, por culpa de tantas y tantas canciones, pero no es cierto. La vida. La noche. Los músicos y las luces al bailar siguen construidos por el mismo material poderoso, contagioso y atractivo que vislumbramos por vez primera en aquella verbena del pueblo, cuando la vecina levantaba su falda y la electricidad de una guitarra nos llamó a romper filas escapando de la mano de una abuela que nos veía alejarnos de la infancia. Todo sigue ahí, igual, nada ha cambiado. Somos nosotros los que nos empeñamos en mirarlo distinto, criticarlo, ponerle peros. Decir que ya no es lo que era. Que la gente no es la misma. Que el ritmo ya no nos mueve. Pero es solo una mirada. Tan solo la nuestra. La que puede volver en un segundo eterno a encender las luces de la plaza, hacer sonar el acorde preciso y sacarnos de nuevo a bailar con las vecinas del pueblo.