Depongamos de forma indefinida cualquier consideración crítica. Neguemos la mayor, el análisis y el cálculo. Desmidamos las rimas. Rompamos los criterios. Desde hoy cualquier tipo de comentario de valor queda desahuciado de nuestras costumbres. Anulemos de una vez por todas estrellitas y pulgares. Ignoremos los ... antiguos escritos, las frases con doble sentido, los juicios apresurados, sesudos, sesgados o redichos. Matemos al crítico ya que matamos al artista. Obviemos al vecino. Cerremos oídos al cliché y la estratificación. Rompamos los esquemas estrechos. Abramos los brazos. Miremos al frente. Desliguémonos de lo aprendido, de lo catalogado, de lo digerido. Olvidemos, ya está bien, de una vez por todas, aquello que nos dijeron, el número exacto, la posición dentro de la constelación de estrellas de aquella pluma magnífica, de aquella voz que era la de oro. Ya está bien. Dejemos a la gente vivir. Ni un comentario más sobre lo feo o lo atroz de un pintor, de un escritor, de una obra, de un verso. Abajo los juicios, arriba las obras. Dejemos a los niños disfrutar con lo que disfruten. A los mayores descubrir lo que descubran. A los parientes recomendar a los primos. Dejemos. Dejemos de una vez por todas al arte vibrar hasta encontrar a quién vibre en la misma onda de frecuencia. Liberemos complejos y sandeces y enviemos lejos, despedidos con pañuelos, los grilletes de la opinión constante. Nadie manda en la experiencia de uno con un libro. De una con una canción. De alguien que mira un cuadro. Solo hay dos cuando alguien se acerca al arte. La obra y la persona. Que nadie más interfiera. Que nadie más constriña a nadie. Dejen en libertad las fotos, los cuadros, las melodías, para que la gente, libremente, pueda encontrar aquello que le hace feliz, que le toca, le pone a bailar o eleva su alma.

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