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José Luis Martínez Valero
Miércoles, 21 de agosto 2024, 00:11
Los pueblos de la costa tras los años sesenta son los que más han cambiado, donde no había nada surgieron urbanizaciones y barrios, muchas casas crecieron en altura. Quién iba a imaginar que aquella franja de arena y dunas que se extendía hasta el infinito, azotada por todos los vientos, pasaría a ser un gigantesco muro de segundas viviendas.
La Barra de Cabo de Palos estaba partida por una pequeña vaguada donde se paseaba sin obstáculo alguno, permitía la entrada a un terreno arenoso sobre el que se asentaría el actual puerto. El lugar, conocido como el Raso, era un amplio plano, sin apenas vegetación, con una ligera inclinación hacia lebeche, lugar excelente para realizar encuentros de fútbol. Separado de la playa de Levante por una estrecha carretera, donde en La Curva más tarde se levantaría un chiringuito, 'El Cati', hoy en ruinas. En aquellos largos inviernos, a veces, el agua saltaba la carretera, que iniciaba una ligera cuesta, y convertía al pueblo en isla. Durante semanas permanecían los restos de los charcos.
En 1935 se celebró el centenario de la muerte de Lope de Vega. Miguel Hernández trabajaba en la redacción de la 'Enciclopedia Taurina' bajo la dirección de José María Cossío, había publicado 'Perito en Lunas (Sudeste, 1933), libro gongorino. Tras colaborar en el 'Gallo Crisis', la revista católica de Ramón Sijé, ahora lo hace para 'Caballo verde para la poesía' de Pablo Neruda, amistad con Vicente Aleixandre, ambos surrealistas. Miguel se ha puesto al día, asimila, estudia, piensa, evoluciona, madura en su escritura y lo hace como si tuviese conciencia de que mañana el mundo podría acabarse.
Los noviazgos por correspondencia suelen tener una tensión especial, Miguel la vive con Josefina Manresa, su novia de Orihuela. Pide a sus amigos Carmen Conde y Antonio Oliver que lo reclamen para una conferencia. Son años difíciles, todos se sienten comprometidos. El mundo, Europa, perplejos sus ciudadanos, contemplan estos cambios.
Tras dar las gracias por la brillante intervención del poeta, Carmen propone hacer una excursión a Cabo de Palos, para que Miguel conozca la catedral civil de su faro, su campana de luz. Antonio, su marido, recuerda que estuvieron allí con las Misiones Pedagógicas. Los jóvenes se entusiasman.
Es domingo, habíamos pasado a recoger a María Cegarra en La Unión, tras poco más de una hora, hemos alcanzado nuestro destino. Una vez que llegamos a la base del faro, subimos más aprisa de lo que algunos hubiesen deseado. Desde la terraza mirábamos a un lado y a otro. Abajo las distintas calas, las pocas casas, la barra con los barcos de vela latina de los pescadores, las redes extendidas puestas a secar. Pasado el anchurón del Raso, las palmeras y, más allá, a lo lejos las salinas, a su derecha La Manga que se alargaba como un viejo alfanje más allá del Monte Blanco. Contemplar el mar no es silencio, sino palabra que acompaña.
Antonio Oliver nos pide que atendamos y comienza a contar: pronto se cumplirán treinta años, cuando ahí, entre este faro y las islas Hormigas, hubo un naufragio terrible. Recuerda a su maestro Miró. Luego, un aforismo de Juan Ramón: «el pasado es pasado, mientras que es presente». María aconseja que cuando bajemos cada uno escoja una piedra y una flor para depositarla en la tumba de la monja. Carmen habla de la nevada, también María tiene algo que decir, cita 'Cristales míos': «¡Cómo me alegró la nieve! Creí que se enfriaba el mundo y que -¡por fin!- se apagaba mi corazón». Un rayo penetró de arriba abajo y el faro quedó inútil quince días. Los barcos tuvieron que extremar precauciones. Miguel, los brazos extendidos, se muestra asombrado. Qué alta es esta torre. Cómo se oye el agua allá abajo. Luego exclama: ¡El mar no es azul, es verde, es negro, es blanco, es púrpura. Todos los colores están en él!
Algunos niños del pueblo, con los que se han cruzado, reconocen a Carmen, recuerdan que les leyó algunos cuentos, han dicho:
-¡El cine! ¡El cine! Queremos que nos lleves al cine.
Quizá también hayan leído alguno de los libros que dejaron en una pequeña biblioteca, cuando pasaron unos días como integrantes de las Misiones Pedagógicas.
El cine con la radio son ya un instrumento educativo indispensable, ha puesto el mundo al alcance de todos. La mujer lucha por su igualdad, participa. Entre los deportes triunfa el fútbol. El campo de juego, conforma un tablero donde pases, faltas, goles se viven como unos frente a los otros. Durante 90 minutos les aleja de la vida repetida, les libera.
Miguel dice:
-Podríamos jugar un partido. Lo terminamos al primer gol y nos vamos al suculento bocadillo. Si os parece cada equipo puede estar formado por mayores y menores, así participamos casi todos. Las señoras y señoritas también pueden hacerlo. Se acuerda que unos jueguen con camisa y los otros en camiseta.
Se pone el balón en juego. Alguien lanza la pelota y el Raso se puebla de risas. Algunos viejos pescadores y niños actúan de espectadores. Al poco se inicia el partido, de árbitro Antonio Oliver, serán jueces de línea Carmen y María. Con la precipitación se han olvidado algunas cosas. Se detiene el juego para marcar las porterías, se colocan unas cuantas piedras que dan cierta apariencia deportiva.
Por fin el enfrentamiento comienza. Se producen algunas entradas peligrosas que la defensa despeja. Van ya veinte minutos de partido y el marcador no se mueve. El portero lanza y el balón viene a parar a los pies del pequeño Felipe Saura, alumno de Carmen Conde. Saura supera al contrario, descubre a Miguel que se encuentra al otro extremo y le pasa el esférico, Miguel sonríe, regatea, traspasa la barrera y suena como un golpe de luz: ¡Gooooool! ¡Goool!
Sudorosos todos sonríen, el partido ha concluido. María entrega a Miguel su pañuelo como premio. Felipe recibe la felicitación de uno y otro equipo. Ahora, sentados a la sombra, algunos junto a los barcos varados, toman su bocadillo, comentan las jugadas que se han hecho y, sobre todo, las que hubiesen querido hacer. Miguel recita estos versos finales de su poema 'Elegía al guardamenta': 'A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela'. «A los penaltys que tan bien parabas / acechando tu acierto, / nadie más que la red le pone trabas, / porque nadie ha cubierto / el sitio, vivo, que has dejado muerto».
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