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Cristina Guirao
Martes, 1 de agosto 2023, 00:29
Ciertamente un mundo sin lugares es una distopía. El geógrafo chino-estadounidense Yi-Fu Tuan acuñó el término topofilia, que es el título de su ... obra más conocida, para referirse a ese amor incondicional que la especie humana tiene a los lugares y lo define exactamente como «el conjunto de relaciones emocionales y afectivas que las personas mantienen con un lugar». Amar un lugar crea un vínculo emocional con el territorio que transciende la individualidad, se trata de un vínculo afectivo que cohesiona a un grupo social. El amor a los lugares crea comunidad. Geógrafos (David Harvey), arquitectos y sociólogos (Richard Sennett) afirman que la excesiva mercantilización del espacio público y la destrucción de lugares de identidad son, también, la causa del fracaso de los vínculos comunitarios y de esta crisis del habitar en la que andamos.
En la desembocadura del Duero, en La Ribeira de Oporto, bajo el modernista puente de hierro de Luis I, se reúnen al atardecer toda una diversidad de identidades: lugareños, turistas, nómadas, artistas, ingleses, franceses, españoles, cantantes de música brasileña… dispuestos a disfrutar juntos de ese lugar tan singular que es el espectáculo de la puesta de sol en Ribeira. Nos hemos acercado hasta allí para hacer la enésima fotografía del atardecer. Pues hoy, por fin, Oporto se ha levantado, blanca y brumosa, después de algunos días de temperaturas altas, más de 30 grados, y cielos y soles mediterráneos. Dicen los expertos que Oporto puede tener los dos climas, mediterráneo y continental. El clima continental es el propio de inviernos húmedos y lluviosos, cielos soñolientos de luz blanca y nebulosa. Sin duda, es este clima nebuloso el que mejor expresa el significado de la palabra saudade, esa extraña palabra, de difícil traducción, que alude a la nostalgia y la tristeza por la pérdida de algo: un lugar amado, el recuerdo de una persona… no sé, tal vez la saudade sea un estado del alma, más que un sentimiento. Un estado del alma portuguesa que prende en el momento que sentimos haber perdido algo realmente valioso, un verdadero vínculo con el mundo. Antonio Tabucchi -el más portugués de los escritores italianos y viceversa- dice que la saudade es un concepto que sólo puede ser trasladado a otros idiomas de manera aproximativa. Se ha traducido por nostalgia, pero -sostiene Tabucchi- nostalgia es una palabra demasiado joven para un asunto tan antiguo como la saudade. El diccionario Morais la relaciona etimológicamente con la palabra 'soidade' o 'solitate', es decir, «soledad», y la define como «melancolía causada por el recuerdo de un bien perdido; dolor causado por la ausencia de un objeto amado; recuerdo dulce y triste a la vez de una persona querida».
Dulce y triste es la luz de este atardecer en La Ribeira.
Entre las muchas clasificaciones de lugares que podemos hacer: lugares emocionales cercados por recuerdos; lugares fugaces que suceden en geografía efímeras: un viaje, una fiesta, un concierto; lugares sin relato, perdidos en espacios anonimizados… creo que son los lugares de nostalgia aquellos que no elegimos, sino que nos eligen y de los que no podemos sustraernos. Suceden en nuestras vidas y nos marcarán para siempre. Se trata de lugares fuertemente ligados a los recuerdos que nos vinculan con el mundo y/o con los otros y que construyen nuestra propia identidad. Abandonarlos conlleva abandonar, también, la dimensión ética y cívica de la propia existencia. Las formas de habitabilidad y de construir comunidad.
En la novela 'Los memorables¡, que trata sobre la revolución de los claveles que acabó con la dictadura portuguesa, afirma Lídia Jorge que la democracia es triste, pues es el momento en el que lo extraordinario ha pasado y hay que luchar con la rutina de lo cotidiano, con lo banal. En este sentido la democracia es lo contrario al momento épico que es la revolución, un verdadero lugar de deseo y utopía que lo transciende todo. «Toda revolución es una alegría que anuncia una gran tristeza -dice un personaje de su novela-. La tristeza de la pérdida, saudade, de aquel momento de verdad».
Oporto tiene algo de esa tristeza democrática, esa luz blanca de la saudade, las pequeñas embarcaciones que cruzan infatigables de un lado a otro de La Ribeira, los pesados barcos que pasean su lentitud por el horizonte, el sonido bronco de los tranvías arrolladoramente graves cuando se acercan, las risas de los transeúntes cruzando el puente, los acordes atonales de las grúas soñolientas, las bocinas de barcos tristes -que diría el poeta- y el eterno aullido de las gaviotas cruzando el cielo y desequilibrando completamente el encuadre.
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