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Agitadora cultural, como ella misma se define, locutora de radio, columnista, crítica musical, DJ, encargada del bar murciano La Yesería, enfermera y madre de Bruno. Por mencionar solo algunas de las ocupaciones que Jutxa Róndenas (Roldán, Torre Pacheco 1978) desarrolla con especial pasión. Un torrente ... de energía y una mina de anécdotas, conectada desde hace años con el mundo musical, lo suyo es «cuidar al artista» tanto y tan bien como lo hace con los pacientes.
–¿Qué tiene entre manos?
–Ahora estoy con el Lemon Pop. Hemos querido contar también en esta edición con muchas bandas de Murcia, como Sistema Nervioso y Joseluis, que a su vez han pasado por Creamurcia, un certamen del que soy jurado desde hace varias ediciones. Además de estar en la promoción, yo pincho este año, el jueves 12 de septiembre, que actúa Bloody Black Soul, en Los Molinos del Río.
–¿Y qué más?
–Hay una figura indispensable en el flamenco de este país, El Cabrero. Y yo, que soy de Roldán y tenemos el Festival de Lo Ferro, he mamado muchísimo flamenco desde niña. En un pueblo de 5.000 habitantes, todo lo que llegase era bienvenido. Lo mío con El Cabrero fue una comunión espiritual, desde los 12 años. Es una adoración mutua la que tenemos. Él está ahora retirado y había que hacerle un homenaje. Con motivo de su ochenta cumpleaños se ha realizado un documental sobre su vida. Los eruditos flamencos adoran a El Cabrero. Es un tipo que ha rechazado dos veces la Medalla de Andalucía porque él lo que quería, por encima de todo, era que no hubiese censura en sus letras. Nunca ha tenido pelos en la lengua. El documental 'Mi patria es la libertad' se estrena en Sevilla el 18 de octubre y lo presentaremos en Lo Ferro, seguramente en noviembre.
–Rockera y flamenca. ¿Qué otros géneros le apasionan?
–Creo que mis mejores conciertos, donde mejor me lo he pasado, han sido con grupos indie como La Buena Vida, León Benavente y Los Planetas, con los que tengo hermandad. Escribir sobre música requiere muchísimo rodaje, no solamente de asistir a conciertos y trabajar con los grupos. Yo he estado con grupos a los he visto componer sus primeras notas. Escucho muchísima música brasileña, bossa nova, música clásica y me gusta mucho la radiofórmula, siempre que tenga algo de criterio. Ahora mismo no puedo criticar el reguetón, aunque no me parezca buena música, porque tengo un hijo de 15 años y es la música que él escucha.
–¿Canta o toca algún instrumento?
–No toco nada y cantar... solo le he hecho los coros a Nacho Vegas pero porque le falló una corista. Al final me subí al escenario en cinco conciertos con él. Dije 'mira, yo aquí con que cante flojito... si el que tiene que sonar es él'. Me apunté a guitarra de pequeña y el profesor, como yo era zurda, dijo que a mí no me enseñaba. Mi madre me había comprado la guitarra y todo. Siempre me ha gustado cantar pero tengo un problema fundamental, porque yo creo que canto bien pero soy la única que piensa que canto bien. Pero siempre canto cuando estoy con amigos. Por ejemplo, cuando estamos en Denia en casa de Carlos Tarque, nos quedamos hasta el amanecer tocando la guitarra y cantando canciones que nos sabemos todos de Calamaro, Silvio Rodríguez... Nacho Vegas tiene una parte muy divertida aunque no se le note. Decidió reclutar a un grupo de gente que no tenía nada que ver con saber cantar y así hice unos poquitos conciertos. También me he subido a algún escenario que otro con M Clan, por nuestra amistad, y con Los Zigarros.
–Siendo tan apasionada de la música y con tantas puertas abiertas, ¿por qué decide estudiar enfermería y ejercer?
–Por varios motivos, entre ellos porque parte de mis familiares son sanitarios. Yo quería hacer Periodismo o Restauración, pero algo me hizo seguir el camino de la sanidad. Tengo claro que al final lo que me mueve, también en la música, ha sido la parte de cuidar al artista, igual que al paciente. Hay personas que somos cuidadoras por naturaleza, y si además te pagan por hacerlo... Y me ha costado, me lo he currado, y he llorado, porque hasta hace cinco meses yo trabajaba durante la semana –o los fines de semana en el hospital con el contrato que me tocase–, y, como no podía perder el trabajo de encargada en La Yesería, lo compaginaba y terminaba los sábados a las 6 de la mañana. Al ser diabética, me ha encantado siempre tratar a pacientes diabéticos que a lo mejor no llevan un control óptimo de la enfermedad. Con los pacientes es muy importante hablar. Hay muchos que están muy solos. Quieren que los escuches y también escucharte. Cuando te llaman y les dices que estén tranquilos, que lo que les pasa me pasó a mí o que le ocurre a muchas personas y que tendrá solución, las palabras funcionan como un antídoto que algo está curando. Lo tengo comprobadísimo.
Un sitio para tomar una cerveza El Bar de Jo en Los Escullos, en Cabo de Gata (Almería).
Una canción La última que ha sonado: 'New Kid in Town', de Eagles.
Un libro para el verano 'The Cramps, hermosos monstruos', de Ignacio Juliá.
¿Qué consejo daría? Cuídate y cuida a los que te rodean.
Un aroma El jazmín porque me recuerda a mi abuela.
¿Con quién no cenaría jamás? Con alguien que no tenga modales en la mesa.
¿Quién dejó de caerle mal? Una exsuegra; ahora incluso quedamos para tomar café.
¿Le gustaría ser invisible? Nunca.
¿Qué le gustaría ser de mayor? Una buena madre.
¿Tiene enemigos? Creo que no.
¿Qué es lo que más detesta? La mala educación.
Un baño ideal En la playa de Sopalmo (Almería), con mi pareja.
–¿De qué forma cuida a los artistas?
–Cuando, por ejemplo, vino 'The Hole' a Murcia, se quedaron 20 días y querían un gimnasio. Yo me encargué de ello. Me acuerdo de que La Terremoto de Alcorcón no quería quedarse en el hotel y conseguí que le dejaran una casa en alquiler durante un mes, sin fianza. De todo.
–¿Qué le lleva a La Yesería?
–Empecé a trabajar en bares con 16 años. Me quedé huérfana de padre y tenía que solventar mis estudios, mi alquiler y demás. De pronto me quedé sola viviendo en Murcia, con mi madre en el pueblo. Empiezo a trabajar en bares y con La Yesería surge un vínculo porque me hice muy amiga de los dueños. Después estuve sin trabajar un montón de tiempo, tuve a mi hijo y, cuando me separe, de casualidad volví al bar a pinchar un día y tuve a la gente bailando hasta el cierre. Me dijeron que me quedara y, poco a poco, volví.
–Se ha movido mucho entre camerinos. De ahí saldrán sus mejores historias.
–Esto da para un 'best seller'. Algún día escribiré un libro que se llamará 'Memorias de un backstage'; es donde realmente se cuece todo. Mi trabajo durante un tiempo ha sido organizar los camerinos. La banda que menos te imaginas te pide lo más extraño. Si piden Gatorade, por ejemplo, no les vale Aquarius. Y, por contrato, si no está en el camerino, pueden llevarse la pasta tranquilamente y no tocar. Eso pasa. Y, claro, también en el camerino están las risas, el postconcierto y el mundo de las groupies, que tú dices, 'madre mía, si este músico, el pobre, no sabe hacer la o con un canuto y tiene una legión de fans estupendas que quieren una foto, darle un beso y, si pudiesen, ser la madre de sus hijos'.
–¿Qué mito se le ha caído tras conocerlo en el 'backstage'?
–Alaska, pero la entiendo perfectamente porque debe ser muy duro ser Alaska, pero yo me he criado con 'La Bola de Cristal' y era la moderna, la guapa, la referente... y luego la ves rechazando a gente que no quiere saludar... pero pienso que es porque está cansada, porque lleva mucho tiempo de gira... hay que entenderlo todo. Por eso, tampoco idealizo ya a mucha gente. Todos somos seres humanos y tenemos nuestros días malos y buenos. Me fastidia cuando los músicos se meten en política porque un músico tiene público dentro de todas las ideologías.
–¿Con quién ha surgido una inesperada amistad?
–Con mucha gente. A Carlos Tarque le he llegado a considerar un hermano. Con Nacho Vegas, con Fito [Cabrales]; con Eric, el batería de Los Planetas; con César Verdú, batería de León Benavente, que es murciano y superamigo... me vanaglorio de tener grandes y buenos amigos dentro de del panorama musical actual y pasado. Miguel Marañón, de Los Marañones, es como mi padre, parte de mi familia. Yo empecé siendo fan de Los Marañones y ahora es al que llamo cuando tengo tres días libres para irme a su casa a desconectar.
–¿Cuáles son sus primeros recuerdos musicales de la infancia?
–Mi madre es la artista más grande que se ha perdido este país. Mi madre canta copla, tango, boleros, flamenco. Te puedes morir de lo bonito que es. Además, siempre va vestida como Lola Flores o Rocío Jurado en un escenario. Mi madre va así vestida para ir al Mercadona. En mi casa siempre había música. Mi padre era otra versión más rock. Escuchaba a Stevie Wonder, Rod Stewart, los Beatles, los Stones... y mis tías escuchaban la música de la movida de los 80. Mi abuela hacía todas las tareas tarareando. Siempre estaba rodeada de gente que amaba la música, cada uno su estilo. Yo no concibo un día de mi vida sin música, pero ya no solo para venirme arriba, también si tengo que llorar.
–Usted también se preocupa por su imagen, ahora lleva un pelo rizado precioso.
–¡Es una peluca! [Ríe]. Trabajando con La Terremoto [de Alcorcón] me di cuenta de que ella, ahí donde la ves, parece una colegiala con el pelo. No se lo tiñe ni nada y luego la ves con esos pelucones... La costumbre de llevar peluca no se debería haber perdido. Me encantan las pelucas. Tengo 4 o 5. Y en invierno soy muy de sombreros.
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