La imagen y la semejanza
Interpretado por Irene Martínez, alumna de Arte Dramático de la ESAD de Murcia, y montaje sonoro de Iván Rosique
Secciones
Servicios
Destacamos
Diego Sánchez Aguilar
Sábado, 26 de agosto 2023
La imagen que hay en el espejo de mi cuarto de baño me mira fijamente. Intento no pensar nada mientras me escruta. Finjo que puedo esconderme en la abstracción del silencio, en la ambigüedad de lo innombrado. Pero él conoce todas las palabras, y todos ... los rincones del silencio; y por eso calla. Mejor que hablar, golpear. Levanta su mano izquierda que está conectada a mi extremidad derecha y me abofetea con todas sus fuerzas en la mejilla. Su boca parodia mi mueca de dolor, sus ojos sonríen con la ironía y la superioridad del que sabe que otorga el dolor y el placer en el mismo gesto. Ahora mando yo, parecen decir esos ojos. Sal y mira, parecen decir, y obedezco.
Salgo al balcón y compruebo que todo sigue ahí, igual que ayer. El cielo ha desaparecido. Adiós a las nubes, al color azul, al firmamento y sus estrellas y leyendas. Adiós al horizonte y sus promesas de porvenir. Lo único que hay ahí arriba somos nosotros. Quiero decir, que el cielo es, sigue siendo, no sabemos por qué ni por cuánto tiempo, un espejo. Y ese espejo celeste refleja, desde la misma línea del horizonte, todas y cada una de las realidades que se dan aquí abajo, en la superficie terrestre.
Tal vez, dentro de unos minutos, cese el fenómeno y todo vuelva a la normalidad. Pero, de momento, aquí sigue este calor de infierno, y todos levantamos la cabeza y señalamos hacia arriba y buscamos en ese cielo invertido nuestra casa, nuestra cara vuelta hacia arriba, o hacia abajo, según se mire, y nadie sabe muy bien qué decir; porque en el fondo nadie puede repetir esas teorías que oye sin sentir que se está mintiendo a sí mismo, y muchos se limitan a reír, con una cara extraña, que parece más extraña ahí arriba, como si esos seres duplicados se estuvieran riendo de nosotros.
Los pobres científicos, en la televisión, intentan explicar el fenómeno para un público que ya hace semanas los ignora. Hacen diagramas que muestran variaciones inusuales de las leyes de refracción causadas por el calor extremo que ha estado derritiendo el asfalto y el desierto durante los últimos seis meses. Los ecologistas parecen disfrutar de un inmenso «os lo dije» y organizan manifestaciones cuya ingenuidad provoca una ternura casi dolorosa. Claman al cielo, o claman contra el cielo, y ahí arriba se replica la protesta como una grotesca parodia. A veces es difícil distinguir sus gritos y proclamas de las de los otros, los que se reúnen para celebrar la Segunda Venida de Jesucristo.
Mi vecino tiene en su balcón una de esas pancartas que llenan la ciudad. Génesis 1: 26-27: Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las bestias, y sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra.
Cuando salgo a mi balcón, me mira y me regala su sonrisa extática. Es el paraíso, dice. La tierra es por fin el reino de los cielos, y ahora somos ángeles que podemos eternamente contemplar el rostro de Dios. Y Su rostro es el Nuestro. Está de rodillas y mira al cielo especular, a la imagen invertida de nuestra ciudad ardiente, con esa sonrisa llena de lágrimas de agradecimiento o de inescrutable felicidad.
Yo también miro hacia arriba y veo allí mi reflejo y el suyo y el de todos los demás. Veo a los que ríen y a los que callan, a los que protestan y a los que rezan. Pero, sobre todo, veo mi rostro, lejano y pequeño, cruel y omnipotente. Me mira con el mismo gesto del espejo del cuarto de baño. Me dice que no sirve de nada intentar huir o cerrar los ojos. Me dice que todo esto ha sido culpa mía. Sé que no puede serlo, claro, pero en esa pueril y egocéntrica conmiseración culpable me regodeo como el adicto que se rinde a la llamada de su sustancia. Tal vez fui yo quien convocó esta aparición, este cataclismo. Tal vez, todas esos meses en que estuve mirándome al espejo y golpeándome sin descanso, castigando mi vida asquerosa, mi forma de fracasar una y otra vez, fueron una especie de invocación.
Miro los balcones de todos los que no tienen la pancarta del Génesis. Arriba y abajo, a izquierda y derecha, multiplicados en los cuatro lados de la hermética cúpula que es ahora el mundo, veo otros rostros llenos de esta angustia sin sentido, veo las marcas de los dedos en las mejillas, y veo la certeza, en cada una de esas miradas abismadas, de que nos estábamos mereciendo este cielo infernal y especular; porque siempre había estado ahí, y el antiguo cielo era solo un velo que nos había protegido con su compasivo azul manchado de nubecitas de algodón, hasta que ya fueron demasiadas las mentiras y llegó la hora de que conociéramos la verdad. Y la verdad era un reflejo.
Texto Diego Sánchez Aguilar
Interpretación Irene Martínez
Realización y montaje Iván Rosique
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
El próximo podcast es exclusivo para suscriptores
Suscríbete hoy mismo y comienza a disfrutar de todo el contenido de La Verdad
Reporta un error en esta noticia
Interpretado por Salomé Martínez, alumna de Arte Dramático de la ESAD de Murcia
Interpretado por Tony Suárez, alumno de Arte Dramático de la ESAD de Murcia
Interpretado por Alfonso Martínez, alumno de Arte Dramático de la ESAD de Murcia
Interpretado por Olvido Cano, alumna de Arte Dramático de la ESAD
LA VERDAD estrena esta sección semanal de las páginas especiales de verano con un relato de Basilio Pujante, en el que es protagonista el amor juvenil, y que interpreta Natalia Benito
Este podcast es exclusivo para suscriptores
Suscríbete hoy mismo y comienza a disfrutar de todo el contenido de La Verdad
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.