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La banda se acomoda con tranquilidad sobre las tablas. Sonríen tímidamente, estiran los músculos y observan con detalle al público. Todavía no dejan intuir el despliegue de elegancia con el que reforzarán cada uno de los temas que se vayan sucediendo a lo largo de ... los siguientes noventa minutos, pero dan en la tecla exacta a la hora de tejer unas primeras notas que funcionan como perfecta alfombra roja para la entrada del gran protagonista de la velada. Y así, tras aparecer por uno de los laterales del escenario armado con su inseparable bajo y su característica camiseta ajustada, Sting arranca con una 'Message in a bottle' a la que no se le identifica una sola arruga cuarenta y tres años después de su nacimiento. Puede que no sea su canción más sobresaliente, aunque se podría debatir con entusiasmo sobre ello, pero cuesta imaginar un inicio mejor para un concierto con entradas agotadas y plenamente orientado a festejar las reconocidas virtudes de Sting como compositor, músico y cantante. Tres terrenos en los que la estrella del rock, hay etiquetas que no permiten ni un margen mínimo a la duda, se mostró pletórico, especialmente en lo que respecta a unas interpretaciones vocales de auténtica altura. Ya fuera en la cadencia del reggae, la sensibilidad del pop, el ardiente proceso de fundición del rock o en la delicadeza que exige la desnudez de la balada, la garganta privilegiada de Sting se erigió como elemento fundamental para terminar de difuminar la sensación del paso del tiempo.
Y eso que el ayer fue la férrea columna sobre la que se sustentó un repertorio donde, salvo las correctas 'If it's love' y 'Rushing water' del reciente 'The Bridge', el artista no miró más allá del año 2000. Una decisión tan comprensible como inteligente por parte de un Sting que, además de saber perfectamente lo que el público quiere (y espera) escuchar, probablemente sea consciente de la irregularidad que ha marcado los últimos compases de una trayectoria en la que, exceptuando su horroroso trabajo en la banda sonora de 'Demolition Man', cuesta encontrar un traspiés de peso desde su impresionante debut con los esenciales The Police hasta 'Brand new day', fantástico disco con el que cerró los noventa. Más de dos décadas de inspiración que Sting repasó con frescura, músculo y brío en una repleta Plaza de Toros que participó gustosa en este espléndido acto de regresión.
Un ejercicio de entrega facilitado por la apabullante energía que desprenden joyas tan poderosas como 'Every little thing she does is magic'; una brutal 'So lonely' con fabuloso guiño a Bob Marley incluido; 'King of pain', interpretada en compañía de su hijo, un Joe Sumner que ejerció también de encantador telonero; 'Walking on the moon' y su excelsa línea de bajo; o la pareja de oro formada por 'Every breath you take' y 'Roxanne'. Canciones que sonaron a la altura de su leyenda y subrayaron la relevancia, grandeza e influencia que mantiene a día de hoy un grupo como The Police. Sin embargo, la efectividad de estos temas para provocar la exaltación general se daba por hecho, es lo que tienen los clásicos indestructibles, por lo que conviene hacer un mayor hincapié en aquellos momentos que sirvieron para reivindicar los primeros discos como solista de un Sting que cautivó con las maravillosas 'Englishman in New York', 'Heavy cloud no rain' y una 'Shape of my heart' en la que estuvo acompañado por un estupendo Gene Noble; emocionó hasta liberar lágrimas furtivas con las preciosas 'Fields of gold' y 'Fragile'; y desplegó su sabiduría melódica con las irresistibles 'Desert rose' y 'Brand new day'. Tan solo una descafeinada 'If I ever lose my faith in you' se situó por debajo del nivel general, peaje insignificante dentro de un viaje repleto de estaciones musicales para el recuerdo.
Puestos a soñar, hubiera sido genial que rescatara otros diamantes de su catálogo como 'Can't stand losing you', 'Bring on the night', 'De Do Do Do, De Da Da Da', 'Wrapped around your finger' 'It's probably me' o 'I hung my head', pero no dejan de ser deseos particulares y caprichosos que quedan en nada frente a la felicidad compartida que supuso un formidable concierto capaz de contentar por igual tanto a fieles incondicionales como a personas que profundizaban por primera vez en la obra de un artista poseedor de un inagotable cofre de clásicos.
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