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Entre el sudor y la poesía. El escalofrío y el abrazo. La raíz y la liturgia. La solemnidad y la verbena. Lo efímero y lo eterno. La identidad y el reflejo. La sinfonía pop y el folclore gamberro. El oleaje que cobija y la orilla ... que acaricia. La delicadeza del silencio y el ensordecedor aplauso colectivo. Así se fue desarrollando la última jornada de una vigésimo octava edición de La Mar de Músicas que ha dejado un balance general por encima del notable y algunos conciertos destinados a ser subrayados en la memoria del festival como los de Fito Páez, Rubén Blades, Arde Bogotá, Silvia Pérez Cruz, Liliana Herrero y María Gadú, Minyo Crusaders, November Ultra o un Jacobo Serra cuya actuación supuso el punto más especial de este sábado de despedida.
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Además de por su estupenda banda, el artista albaceteño contó con la participación de un conjunto de músicos provenientes de la Orquesta Sinfónica de Cartagena en la que tardó pocos segundos en revelarse como la más acertada y hermosa de las decisiones. Y es que, de principio a fin, resultó fascinante observar el modo fluido, orgánico, inspiradísimo en el que cada pieza encajó dentro de un puzle melódico que enamora con la intensidad de un anhelo, conmueve con la precisión de una despedida a ras de raíl y deslumbra con el poder único de aquellas canciones que parecen llevar toda una vida esperándonos en la estación. Metas y sensaciones que se alcanzaron mayormente a través de la interpretación íntegra de 'Doce', último trabajo de Serra y uno de los discos más redondos de lo que llevamos de año. Partiendo de los paisajes que conforman las cuatro estaciones de cada año para desarrollar una introspectiva reflexión sobre los vaivenes de una vida que no se detiene en su balanza de luz y caos, esta pequeña gran obra de arte que habrían firmado con los ojos cerrados titanes como McCartney, Neil Hannon, Ron Sexsmith o Randy Newman extiende en el escenario su habilidad para traspasar escudos de hierro y sol, encandilando con sus prodigiosos arreglos, maravillando desde el matiz y el detalle y desarmando con su cristalina sensibilidad. De inicio a fin y con un sonido más allá del elogio, la velada se vivió con el corazón en un puño y la admiración en la palma de las manos, dejándonos a modo de recompensa momentos especialmente memorables como los protagonizados por las radiantes 'Eterno retorno' y 'La gran vida', una 'Muerte en Venecia' que es puro Rufus Wainwright, 'Te di lo que soy' o el épico tema homónimo. Algo muy parecido a un concierto perfecto.
Y así, con la belleza todavía resonando en nuestro interior a un considerable volumen, aterrizamos en el Auditorio Paco Martín del Parque Torres, el cual ha demostrado por enésima vez su condición de espacio único a la hora de vibrar con la música en directo, para asistir al esperado tributo por los cien años del nacimiento de Lola Flores, la artista que no cantaba ni bailaba, pero que no te podías perder, presentado por Califato ¾. Había mucha curiosidad sobre la manera en la que funcionaría en directo la renovada banda andaluza especializada en el 'folclore futurista' a la hora de sumergirse en la obra de La Faraona, uno de los iconos españoles más importantes del siglo XX, pero la inseguridad, al igual que ocurre con su reciente EP 'Lola', fue arrasada por un arreón de energía, fuerza y alocada genialidad marca de la casa que unió al respeto con el imparable jolgorio. Pese a que el repertorio tuvo menos piezas de la homenajeada de lo esperado, más de uno habríamos firmado una actuación basada exclusivamente en el catálogo Flores, el concierto se mantuvo constantemente al filo del delirio colectivo, la reivindicación oportuna y la gloria de lo imprevisible. No todo funcionó igual de bien, es lo que tienen los (voluntarios) saltos sin red, pero la noche dejó un buen puñado de instantes que brillaron con luz propia como el cierre con la alucinante 'Crîtto de la nabahâ' donde se funde la Semana Santa con el perreo reguetonero; las sevillanas de 'Alegríâ de la Alamea'; la rave que respira en 'La bía en roça'; la versión desnuda de 'La zarzamora'; o las colaboraciones de Tomatito, La Cebolla y el Negro Jari en un tramo final de infarto folclórico con 'Historia de un amor', 'La bomba gitana' y una '¡Ay, Alvariño!' elevada a los altares del techno. Cartas de amor a Lola Flores y su particular imaginario en forma de apasionadas interpretaciones que justificaron por sí solas todo un concierto que, para ser sinceros, solamente podía salir muy bien o rematadamente mal. Ganó la primera opción.
Respecto al prólogo y epílogo de la jornada, dos alegrías tan distintas y como disfrutables con Le Diablé a Cinq y Carlangas. En el caso de la formación canadiense, últimos representantes del país invitado de esta edición, su concierto fue un espectáculo a la altura de lo que pide (y da) el fiel público de la plaza del Ayuntamiento. Es decir, felicidad general, descubrimiento que sumar de inmediato a la banda sonora estival y ganas de ignorar las exigencias del tiempo gracias a canciones tradicionales transformadas en fiesta y coro universal por el talento, la química y la entrega de estos trotamúsicos de Quebecq. Fantásticos. Horas más tarde, ya sumidos en una madrugada de brindis y fuegos artificiales, Carlangas se apoderó del Castillo Árabe para poner el broche de oro. Realizando puntuales visitas al repertorio de su anterior proyecto, Novedades Carminha, con 'Ya no te veo' o 'Te quiero igual', y dejando claro que su debut homónimo como solista está a la altura de su pasado con canciones tan espléndidas como 'Los dineros', la eufórica 'Paseítos por Madrid' o una 'Cabeza loca' a la que sentó de lujo ir cosida a 'Regalao', el gallego, que contó con Mundo Prestigio como banda de acompañamiento, ofreció numerosas razones para confiar en esta nueva etapa de su trayectoria con un concierto rico en sonoridades y ritmos que convenció e hizo danzar con el mismo vigor. Potente final para una edición de La Mar de Músicas que, como es ya costumbre, nos deja con el sabor nostálgico de lo vivido, la impaciencia por lo que vendrá y el orgullo e ilusión de poder seguir contando en el puerto de nuestros recuerdos con un festival que es navío, faro en calma, tormenta de verano, eco sin fecha de caducidad e isla con múltiples tesoros de incalculable valor. Hasta el año que viene, amada Mar de Músicas.
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