Fontserè y Pilar Sáenz en una de las escenas de 'El Rey que fue', representada en San Javier. Guillermo Carrión / AGM
Crítica de teatro de San Javier

Els Joglars: su majestad Ramón Fontserè

Miércoles, 21 de agosto 2024, 20:42

«Fuera de Verona no hay mundo», pone Shakespeare en boca de un Romeo enfrentado a la posibilidad del exilio. Romeo prefirió la muerte, pero Juan Carlos I, el rey emérito que dio lugar a simpatías y adhesiones hasta el punto de acuñar el término ' ... juancarlismo', incluso para los republicanos, ha optado por el Golfo Pérsico. No faltan ingredientes de tragicomedia, de telenovela y de chiste fácil en el Borbón. Usando un latiguillo igualmente monárquico, El Joglars ha «pescado» un personaje como se los ponían a Felipe II. Tan llena de metáforas su vida como si la hubieran escrito al alimón Shakespeare y Albert Boadella. Si en la función de Els Joglars sobre el Emérito, el yate se llama 'Superbotín', la realidad supera a la ficción con los barcos con los que ha regateado: cambió el 'Fortuna' por el 'Bribón'.

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Boadella se ha remangado a trabajar de nuevo con la compañía que fundó en 1962 para pasárselo bomba creando este alter ego del monarca mano a mano con Ramón Fontserè, actor principal de la que es ya la compañía privada más longeva de Europa. Algo saben de teatro estos dos, de meter el dedo en las heridas de la sociedad para dejar que sangren, de desenmascarar a los poderosos, de desmontar tópicos, empezando por el nacionalismo. Hasta dónde serán capaces de hurgar en la escocedura monárquica, se pregunta uno antes de ver 'El rey que fue', la obra número 41 de la compañía catalana.

Programa de este jueves

  • 22.30 horas. 'Tiresias Clausura del Festival Internacional de Teatro, Música y Danza de San Javier con la obra 'Tiresias', en el Parque Almansa. Anabel Alonso encarna al adivino griego Tiresias con un texto de Joan Espasa en colaboración con José Manuel Mora y Carlota Ferrer. La búsqueda de la belleza y de la verdad es el eje fundamental de la obra, estrenada con éxito en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.

Lo que pasa es que el devenir real resulta ya tan increíble y esperpéntico, que más que una caricatura parece un retrato. La obra muerde, caza la pieza, pero no mata. No aprieta el gatillo, como sí hizo Juan Carlos con el elefante, y como ejecuta en la función a un delfín. Como se suele decir, la historia es para reírse si no fuera verdad. Un rey destronado, avejentado, con muchos fantasmas y dos prótesis de cadera sale al escenario, que no es más que una sección de la cubierta del velero de lujo en el que el Emérito va al encuentro de un jeque árabe -«es mi 'brother'», dice con verbo gangoso-, pero sus últimos y vanos intentos de «reinar»; sobre la grotesca tripulación, le llevan hacia otras coordenadas. «La orden de zarpar la doy yo», advierte al capitán inglés, el contrapunto del orden en la loca travesía.

Los reproches salen a flote en cuanto embarcan sus invitados: una amante-periodista que se aprovecha de su cercanía para escribir una biografía del desterrado, un amigo-cómplice de mangancias -«por las islas Caimán», brindan a bordo-, y un supuesto hijo ilegítimo-bufón que le recita a Shakespeare y le pone un espejo delante. «La corona ha devorado al que la lleva» ya sabía siglos atrás el inglés.

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En una coreografía coral, que obliga a desarrollar toda la función con el movimiento de la navegación, incluida la nefasta paella que 'Juanito' se empeña en hacer en cubierta, intenta imponerse el «campechano». Al ilustre tripulante le persiguen sin embargo Corina y sus millones «birlados», Botsuana, su acuerdo con Franco, los negocios con los regímenes dictatoriales del Golfo Pérsico, sus correrías de mujeriego, los secretos aún ocultos del 23-F, ese elefante blanco desconocido. Se lamenta de «todo lo que he tenido que aguantar, desde Sofi, que me casé con un congelador, hasta la Leti». Busca la complicidad en su victimismo de rey expulsado por «un hijo que es una marioneta de los políticos». Llora por otros tiempos de monarquías doradas, en lugar de ahora, cuando «ser rey en Europa es una mierda». Todo va saliendo como el humo de la paella que desbarata con una cocinera gallega a la que soba como privilegio real cual derecho de pernada.

Un selfi a bordo en el montaje número 41 de Els Joglars. Guillermo Carrión / AGM

Al final, la inevitable tormenta, en un barco al garete, sin rumbo ni solución. «¿Tú crees que los españoles quieren que vuelva?», le pregunta a su bufón, que le da la evidente respuesta: «No». Nadie acude ya a su llamada. Juan Carlos ve en los marineros cubiertos con capas a los fantasmas de su vida. El hermano muerto por una herida de bala mientras jugaban con una pistola, el padre al que jura que no le robó la corona, Tejero y su desbocada actuación, Cristina -«te dije, no te cases con el futbolista, que es tonto y le pillan a la primera»-. Ramón Fontserè, capaz de despertar emoción y sutileza como hizo en 'Señor Ruiseñor', ha construido también un personaje en conflicto, con sus tics, sus impulsos y andares, sus apetitos primitivos, su avaricia consentida, su soledad de altamar. Dicen Boadella y Fontserè que lo han hecho con entera libertad, saltándose cualquier censura o subvención, la nueva mordaza, para plantear una nueva controversia a su estilo, un debate que aún es terreno tan minado como los silencios de familia. Componen el coro real Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Martí Salvat, Bruno López-Linares y Javier Villena.

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Boadella logra con la dirección artística un espacio en el que se intuyen la lejanía y la clausura, el destierro, con la óptima iluminación de Bernat Jansà. A través de otro rey apartado, Lear, el inglés nos dejó dicho «que cuando estamos enfermos de fortuna, a menudo el exceso de nuestro comportamiento, hacemos culpables de nuestros desastres al sol, la luna y las estrellas: como si fuésemos villanos por necesidad; tontos por compulsión celestial; bribones, ladrones y traidores por predominio esférico; borrachos, mentirosos y adúlteros por una obediencia forzosa de influencia planetaria».

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