Que la noche iba a ser una velada la mar de festera eso ya estaba muy cantado en el cartel del jueves, y muy mal se tenía que poner la cosa para que en este templo de Lo Ferro a cielo abierto no disfrutáramos de ... tangos y bulerías luminosas.
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No menos radiantes y poéticas resultaron las palabras de José María Velázquez-Gaztelu, que vino a pregonar la 42 edición del Festival Internacional de Cante Flamenco de Lo Ferro. El poeta gaditano, con cinco décadas como divulgador del flamenco en prensa, radio y televisión, es desde 1984 director, guionista y presentador del programa 'Nuestro flamenco', en Radio Clásica de RTVE.
Vino a decir muchas cosas en unos pocos folios: «No me considero un teórico del flamenco ni nunca me lo he planteado como materia de controversia dialéctica en el campo de confrontaciones academicistas, quizá porque, desde el primer instante, mi conocimiento acerca de este género musical, tiene su origen en una base de aprendizaje empírica, más que una reflexión analítica de la metodología científica. El flamenco, el acople de su gente, la crónica palpitante a corazón abierto; el flamenco como elemento humilde con los pies hundidos en el barro caliente de la calle».
La noche comenzaba a calentarse con la trianera Remedios Amaya, aunque manifestaba venir tocada de la garganta por el frío de los aires acondicionados, dejó unos apuntes de taranto, que ya cantó Camarón: «De Cartagena a Almería / Ay, de Linares a Cartagena / De Cartagena a Almería/ donde nació la taranta / Que conocemos hoy en día / Y los mineros la cantan». Y por bulerías y tangos se arrancó una y otra vez con el acompañamiento su guitarrista 'El Perla' y sus palmeras que le marcaban el compás, con ese particular rajo gitano, que a veces se desgarraba, temeroso de que la voz le pasara factura.
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Su actuación de menos a más iba subiendo los voltios, y ya se desplazaba de un lado a otro del escenario y a veces intentaba cantar a capela, hasta llegar a un momento caliente cuando cantaba su famoso: «Tus labios 'pa' mí, turú turai». Antes echó un pequeño discurso con aires evangelistas y muy bizarro contra los males de la guerra, acordándose del mismísimo Putin.
Después volvía a manejar su barca y se acordaba de aquella canción, que con todo el cariño y respeto le dedicaba al maestro Antonio Fernández Díaz 'Fosforito', una auténtica leyenda del flamenco, que ahí estaba en primera fila, a punto de cumplir 90 años.
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En ínterin de la noche el alcalde de Torre Pacheco, Antonio León Garre, y el presidente de la Peña Melón de Oro, Mariano Escudero, entregaban al restaurante El Vinagrero de La Unión, el premio recién creado 'Sabor flamenco', que recogió muy emocionado Fernando Martínez, gerente de ese centenario restaurante.
Que la noche iba a ser la mar de bulerías, la mar del compás, y la mar de ese inigualable soniquete estaba anunciado y venía a cantarlo y a bailarlo otro señor de Jerez que lleva más de cinco décadas con ese soniquete, y que buleriando va y buleriando venía Diego Carrasco a Lo Ferro, dejando un buen ramillete de sus temas más conocidos.
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Comenzó con 'Oliva y Naranjo'. Con 'Ea' se dio una vuelta por Lebrija. Y de nuevo volvió para tierras gaditanas con su 'Poeta de Cai', dedicado a Rafael Alberti. Y ahí con su vacile sideral, con su baile, con su declamación, con su guasa jerezana, con su soniquete especial, y su compás, marca de la casa, se acordó de su composición dedicada al guitarrista Moraíto Chico: 'Entre el número 5 y número 7 de la calle Marqués de Cádiz', ahí en el barrio de San Santiago de Jerez, pared con pared, nacieron y vivieron ambos.
Sonaba el soniquete con su 'Carrasco Family', con la guitarra de Curro Carrasco, con el bajo eléctrico de Juan Cruz, con la percusión de Raúl Escandón, que tocaba por primera vez, habitualmente lo hace su hijo Ané; y con la estupenda voz de Maloko Soto, hijo de un enorme palmero, de un grande: 'El Bo'. Diego Carrasco proseguía, con sus 'Cinco toreros', con su homenaje a José Monge Cruz.
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El compás iba calando y el personal se iba calentando -¡me ha salido un pareado!-, y a esa altura de la noche había química, el mago del compás se adueñaba de la madrugada ferreña con sus alfileres de colores, que son noches para vivirlas, más que para contarlas.
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