El pintor Nono García, en el espectacular paraje de Fuente Caputa. ENRIQUE MARTÍNEZ BUESO

Nono García: «Uno de mis sueños es pintar la etiqueta de una botella de vino»

«A Pedro Cano le vendí una cámara de fotos en El Corte Inglés; sigo teniendo influencias suyas en mi obra», explica el pintor

Miércoles, 5 de agosto 2020, 16:47

Nono García (Mula, 1972) es la antítesis del pintor-divo. Con los pies en la tierra y las manos en un lienzo [o en un ... tambor cuando llega la Semana Santa], a la chita callando ha conseguido vivir de su mayor ilusión: la pintura. Artista freelance, seducido por la nostalgia de los objetos, su mundo es rico en sentido común. Acaba de ganar el LVIII Concurso de Pintura de Fuente Álamo.

Publicidad

–Antes de dedicarse en exclusiva a la pintura trabajó en El Corte Inglés. ¿En qué departamento?

–En Sonido. Vendía equipos de música, de cine en casa. Cuando el 'boom' del cine en casa, con cinco altavoces, cajones de graves, pantallas de plasma cuando empezaban y valían dos o tres millones de pesetas. La gente se hacía preinstalación para poner los cinco altavoces alrededor de la tele.

–¿Y cuándo dejó esa vida de comercial de grandes almacenes?

–Entré en el 99 y me fui en 2004. Yo siempre pinté, la verdad. Organizaba cursos de pintura cuando las cajas de ahorros hacían, me presentaba a concursos de carteles... Ese fue mi primer trabajo fijo, tenía un sueldecico todos los meses, que aunque no era una barbaridad para mí era una novedad porque cuando venía el verano todos los críos de Mula íbamos a recoger albaricoques para sacar dinero. Me compré mi piso y conocí a mi exmujer, que también trabajaba allí. Me tiré años sin pintar, pero mi madre me obligaba a hacerlo. Recuerdo que en 2002, cuando me iba de vacaciones de verano, un compañero de trabajo me dijo que si aprovecharía para pintar, y me fui al Rincón del Pintor y me compré un par de lienzos. Ese verano hice tres lienzos, que no he querido vender, y me lo había pasado bien pintando.

–¿Y pasó lo inevitable?

–Vino un cliente con el que tenía buena relación, le enseñé los cuadros que había pintado, le pregunté si conocía alguna galería que pudiera estar interesada y pasó entonces por los Nueve Pisos, entró a Kim y le dijo al galerista que tenía un amigo que pintaba y que había ganado algún premio. El cliente volvió a por mí, le pidió permiso a mi jefe para que saliera un momento, y yo le acompañé hasta la galería. Me quité la corbata para parecer un poco más artista. Le acabé llevando esos tres cuadros que pinté, y le gustaron. Y así empecé en esto. Estuve dos años compaginando la galería y El Corte Inglés, y cuando vi que era más feliz pintando tomé la decisión de irme de allí.

Publicidad

–¿Acertó o erró?

–Entre 2004 y 2008 me pillaron años muy potentes, los del 'boom' de la construcción. Había muchas paredes vacías que llenar, y esos años apreté muchísimo y tuve suerte. Tenía tantísimas ganas de dedicarme solo a esto que cuando pude hacerlo fue como si me hubiera tocado la lotería.

–¿Qué pintaba entonces?

–Entonces era muy Pedro Cano. Sigo teniendo muchas influencias suyas, lo conocí en El Corte Inglés, le vendí una cámara de fotos. Le eché morro y le dije que era admirador suyo, y era verdad. Me invitó a su estudio el siguiente domingo y pintó delante de mí. Aparte de hacer cursos con él, vino a mi estudio anterior en el casco de Mula con unos amigos italianos y en el patio me pintó unas macetas. Tenemos una muy buena relación ahora. Esos temas suyos eran los que pintaba yo al principio: las maceticas en los balcones, las puertas... Antes de conocer a Pedro Cano yo pintaba cosas viejas. Por ejemplo, un cerrojo. Era como al óleo y en blanco y negro. Y luego descubrí que él había hecho también una exposición sobre cerrojos, 'Clausuras'. Me gustaba ese punto suyo de nostalgia, de la dejadez del tiempo, extraer la belleza de las cosas que nos rodean y en las que apenas nos fijamos. Yo hacía cuadros, en realidad, muy flojos. A partir de 2007 empecé a trabajar bodegones, y comencé a estudiar a Gaya, hasta entonces no me había fijado en lo que hacía con solo dos trazos.

Publicidad

En tragos cortos

  • Una sitio para tomar una cerveza. La plaza del Ayuntamiento de Mula.

  • Una canción. 'Rock & Roll Star', de Loquillo.

  • Un libro para el verano. 'La luna roja', de Luis Leante.

  • ¿Qué consejo daría? No hagan caso de 'fake news'.

  • ¿Cuál es su copa preferida? Gin tonic de Martin Miller's.

  • ¿Le gustaría ser invisibles? A veces sí. Todos fantaseamos.

  • Un héroe o heroína de ficción. Superman, fue la primera película que vi en el cine con mis padres.

  • Un epitafio. Espero no haberos aburrido mucho.

  • Qué le gustaría ser de mayor? Lo que soy ahora.

  • ¿Tiene enemigos? Si los hay, lo desconozco.

  • ¿Qué es lo que más detesta? Que haya gente que se crea los bulos de las redes sociales.

  • Un baño ideal. Los Baños de Mula.

–Llegó a exponer su obra junto a las de Gaya en el ciclo 'Diálogos', un proyecto del Museo Gaya en el que se invitaba a artistas a reflexionar sobre la poesía del arte.

–Sí, recuerdo que el entonces director, Manuel Fernández-Delgado, me dijo que a Ramón Gaya le hubiera gustado conocerme no solo por mi pintura sino por mi forma de ser. Fue algo que me emocionó, porque me lo decía uno de sus mejores conocedores.

–¿Cómo es, en realidad, usted?

–Muy diferente en el estudio a como soy en la calle. Yo salgo con mis amigos y puedo ser muy bestia contando chistes. Y luego me dicen cómo puedo decir tantas burradas y ser al mismo tiempo tan sutil y sensible. Yo soy una persona tranquila, pienso mucho las cosas. Me meto en el estudio y me bajan las pulsaciones. Si me tomo dos cafés no puedo hacer nada.

Publicidad

–¿Qué necesita a su alrededor?

–Pues a mí me gusta mucho trabajar con fotos. Me gusta estudiar la luz. Estoy rodeado de fotos de buganvillas en este momento.

–¿Qué será lo próximo?

–Si no pasa nada, en septiembre expongo en Italia, en el Museo della Carta e della Filigrana (Fabriano). Estoy con una serie de acuarelas. Son todo bodegones. Estoy jugando con el agua y la mancha. Me gusta que tengan buena luz. Al final, lo que hago es ir simplificando. No hago una foto tal cual.

–¿Qué aprendió?

–Aprendí una cosa elemental, me lo dijo Pedro Cano: lo importante es cómo pintar, no el motivo.

–¿Por qué pinta objetos?

–Me gusta comprarlos cuando viajo, como ese vaso verde de Marruecos. Algunos son objetos de mi familia, como la caja de chapa del Niño de Mula, de esas de membrillos que luego se reciclaban para guardar fotos. Hice una exposición en Mazarrón sobre la espera en la que todo eran recuerdos familiares. Ahí me metí en la casa de mi madre y estuve casi como un arqueólogo escarbando entre recuerdos. Los sobres de correo aéreo, por ejemplo. Eso se lo enseñas a un 'millennial' y no tiene ni idea de lo que es. Antes te ibas de vacaciones 15 días y nos escribíamos cartas con los amigos.

Publicidad

–En el Palacio Almudí tuvo una gran exposición sobre relojes.

–Sí, quería hacer del reloj un icono. Es el objeto que mejor retrata el paso del tiempo. Para el catálogo me escribieron Luis Leante y Manuel Moyano. Una noche le escribí a Luis, porque tenemos amigos comunes, y me contestó por la mañana diciéndome que le encantaba mi obra. Ese mismo día me envió un texto. Luego contó en su blog el viaje que hizo desde Alicante, donde vive, a mi estudio, en el que hablaba de Ray Charles y del paisaje que se iba encontrando, como las 'badlands' de Albudeite. ¡Una maravilla! Y Moyano es muy amigo mío. Es un escritor que hace fácil el oficio de escribir, sin artificios. Aunque yo no tengo facultades para ello. Alguna vez he coincidido con su círculo de escritores, con Pascual García y Rubén Castillo, y nos hemos ido a comer gachasmigas.

–Tiene 47 años, ¿cómo imagina su vida en las próximas décadas?

–Ahora es cuando me lo estoy planteando. Recuerdo que desde una primera exposición en la sala Azarbe de la UMU no he parado. Y han ido pasando los años y el destino me ha traído aquí. He acumulado experiencias. Y contento estoy. Ojalá que llegue hasta el final de mis días pintando. Tampoco pienso en un Ferrari, pero vivo bien, tengo todo el tiempo del mundo, porque desde que me levanto hasta que me acuesto me dedico a lo que me gusta: pintar.

Noticia Patrocinada

–Pero es también una esclavitud...

–Sí, al final eres un esclavo de tu trabajo, y cuesta desconectar. Yo no necesito grandes lujos para vivir. Hay cosas por las que ya no paso, y sé decir no a cosas que no me apetecen porque a la larga me voy a sentir mucho más cómodo.

–¿Qué beneficios le han traído las redes sociales para su carrera?

–Muchos. Yo creo que el futuro de los artistas está ahí, y la galería más grande del mundo se llama Instagram. Tú cuelgas una foto de tu obra en Instagram y no sabes a dónde llegará ni qué galerista o coleccionista te va a ver. He vendido obra por Instagram y me he salvado durante el confinamiento por ahí, porque me han salido encargos y proyectos chulos de futuro. Le dedico un rato cada día, sin obsesionarme.

Publicidad

–Fue tres años a Moscú a impartir cursos de acuarela. ¿Qué hace un artista muleño en esos lares?

–Eso surgió a través de un taller que hice en Fabriano, en Italia. Unos rusos que me conocían por Instagram se apuntaron al mismo curso que yo y allí nos conocimos. Era una pareja que tenía una academia y una galería en Moscú. Supongo que volveré a Rusia, porque en mis estadísticas es el segundo país que más me sigue. Allí me siento un poco como Paco Martínez Soria. Les llevo vinos de Murcia, porque el vino español allí se valora muchísimo, y es carísimo. El otro día le dije a Nicolás de Maya que uno de mis sueños es hacer una etiqueta para un vino. Tengo dos o tres ideas en la cabeza. Y es que además lo haría sin cobrar, porque me hace ilusión.

–¿El vodka le tumba?

–Yo soy incapaz de tomarme un vodka así solo. Allí te lo ponen entre platos, para limpiar el sabor.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes por 1€

Publicidad