Paco López Mengual, en su mercería 'Las marujas', en Molina de Segura. Javier Carrión / AGM
Mercero, escritor y editor

Paco López Mengual: «Una clienta me contó que un extraterrestre la dejó embarazada una noche de verano»

«Creo que tanto [Pedro] Sánchez como Franco son marxistas, pero no de Carlos Marx, sino de Groucho Marx»

Miércoles, 7 de agosto 2024, 00:09

Prepárense para conocer en esta entrevista el motivo por el que no come pescado, ¡avisados quedan! Mercero, escritor y editor, al molinense Paco López Mengual las clientas de su mercería 'Las marujas' le surten de historias, que él escucha encantado, mientras que sus agradecidos lectores ... disfrutan a través de sus libros de los curiosos personajes que les presenta. Te sientas con él junto al fuego y podrías pasar tan entretenido todo un invierno. El buen humor no se lo deja olvidado.

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-El primer día.

-Nací el 5 de octubre de 1962, el mismo día en que los Beatles sacaron su primer tema [el sencillo 'Love Me Do']. Y a mí, igual por llevar la contraria, me gustan más los Rolling Stones que los Beatles.

-¿Quién le contó las primeras historias?

-Mi madre. Yo era un crío muy flacucho, con pocas ganas de comer, y mi madre tenía que emplearse a fondo para que yo abriese el pico. Su truco era sentarse delante de mí con el plato de lentajas, mientras yo permanecía con la boca cerrada porque no me gustaban nada, y empezar a contarme una historia; y cuando ya me tenía embelesado, me decía que o me metía una cucharada o no seguía. Barajaba muy bien la situación y yo terminaba repelando el plato.

En tragos cortos

  • Una canción 'Cadillac solitario', de Loquillo y los Trogloditas

  • Un libro para el verano 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide), de Ricardo Dudda

  • Un aroma El del masaje para después del afeitado de Varon Dandy

  • Un personaje histórico León Trotsky

  • ¿Le gustaría ser invisible? A veces

  • ¿Tiene enemigos? Alguno, el mundo de la edición es muy complicado [risas]

  • .¿Qué es lo que más detesta? El fanatismo

  • Un baño ideal La Llana, en San Pedro del Pinatar

  • Un viaje pendiente Rusia

  • Un lugar al que volver Madrid

-¿Qué tipo de historias?

-Truculentas [risas]. Mi segunda novela, 'El mapa de un crimen', surge de una historia que ella me contaba, la de un asesinato que ocurrió en Molina en 1952. Iba paseándose con un grupo de amigas por la Calle Mayor cuando vio cómo asesinaban al farmacéutico. Un barbero se acercó por detrás, con su navaja, y le cortó la yugular. Parece que se mezclaron los amores, la política y alguna que otra deuda.

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-Una historia ideal para niños tampoco es que parezca...

-...[risas] Pues yo tenía cuatro años cuando me las contaba. Me he criado escuchando historias de crímenes y, de hecho, yo que soy muy pacífico, en mis libros mato mucho. Y no sólo me contaba historias, también me cantaba, por ejemplo, canciones como la de 'Mambrú se fue a la guerra', que me dejaban derramando alguna lágrima [sonríe].

-Otra historia.

-La de un bandolero del XIX, nacido en Molina, al que asesinaron sus propios compañeros para cobrar la recompensa. Esto parecía un poco el Oeste americano. Lo mataron en Alicante, cuando estaba a punto de embarcar para Orán huyendo de la Justicia. Se llamaba Hilarito.

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-¿Consejos le daba?

-Pocos, en mi familia no somos de dar consejos. Recuerdo alguno, el de 'no destaques mucho, ni por arriba ni por abajo'.

-¿De qué se enteró un día?

-Cuando mi madre ya había muerto, de que su abuelo había asesinado a un hombre, ahí en la tienda; era el hombre que le llevaba la leña. El motivo fue también una deuda. Mi madre jamás me habló de ello, ese crimen se lo saltó.

-El aprendizaje.

-Contaba muy bien las historias, le ponía mucha emoción y se detenía en los pequeños detalles, que es algo que yo aprendí también a hacer en mis libros. Siempre he sido un buen oyente de historias, que aunque las escuches de niño no caen en saco roto. Empecé a escribir muy tarde, con cuarenta y algunos; hasta entonces había sido lector, oyente, espectador, pero nunca me había sentado a escribir, una pasión que descubrí ya en la edad adulta.

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-¿Qué se pregunta?

-¿Qué lleva a una persona a quitarle la vida a otra? Eso me interroga mucho. ¿Cómo pudo Aurora Rodríguez matar a su hija Hildegart, de 19 años? Fue una niña prodigio, licenciada en Derecho muy joven y que hablaba varios idiomas. Le pegó 4 tiros [en la mañana del 9 de junio de 1933, mientras dormía plácidamente].

-¿Se fía usted de nosotros?

-Me fío más del individuo que de la multitud, del uno a uno que del grupo. Conozco a mucha gente con ideologías distintas, y en general me puedo llevar muy bien cara a cara con cualquiera tomándonos una cerveza, pero cuando se juntan con los 'suyos', se dedican a repetir consignas y dejan de ser razonables, ya es bien distinto. Es cierto que la unión hace la fuerza, pero habrá que saber primero para qué se quiere emplear. No me interesa cualquir fin, ni es verdad eso de que la mayoría siempre tiene la razón.

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-¿Le gustan las historias de fantasmas?

-Sí, me interesa mucho todo lo sobrenatural, pero yo me no creo nada de nada. Recuerdo la historia que me contaron de San Pascual Bailón, que estuvo en Jumilla: si te comprometes a rezarle un 'Padre Nuestro' cada noche, él se compromete a avisarte de tu propia muerte, o de la de un ser cercano, dando tres golpes en la ventana de tu cuarto. A una clienta le contó su hermana que había escuchado los tres golpes en su ventana, y a los tres días justos falleció. El mostrador de mi tienda es el balcón desde el que yo miro al mundo y donde escucho historias a diario. Desde niño he sido muy curioso y 'oliscón' y lo sigo siendo.

«Mi madre iba paseándose con un grupo de amigas cuando vio cómo asesinaban al farmacéutico»

-¿De qué historia dudó desde el principio?

-Otra clienta del barrio me contó que la había dejado embarazada un extraterrestre una noche de verano. Contaba, con total naturalidad, que el extraterrestre se coló por el balcón.

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-¿Y qué pasó?

-Por lo visto, discutió con el extraterrestre, que estaba en el espacio sideral, y este le envió un rayo que acabó con el embarazo.

-¿Qué le provocó pena?

-Escuchar a una abuela contarme cómo había sido atropellada su nieta pequeña al cruzar la calle; vio a su madre y salió corriendo hacia ella con los brazos abiertos...

-¿Reír qué le hace?

-Suelo reírme mucho, para empezar de mí mismo; yo soy de quien más me río porque soy bastante patético [risas].

-¿Qué llegó a hacer?

-Con el carné recién sacado, atropellé a un minusválido y me di a la fuga.

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-Ah.

-Era un hijo de puta, un personaje bastante siniestro; de hecho, llevaba un agujero en la frente. Su suegro, harto de que maltratase a su hija, le pegó un tiro en la cabeza y la bala se le quedó encajonada. Yo iba en el coche con mi mujer, que entonces era mi novia, por la zona del Castillo, y le di un golpe, por su culpa, a la 'motoreta' en la que iba. No paraba de llamarme hijo de puta, se quitó la pierna ortopédica y empezó a darle golpes sin parar al capó del coche. Me puse tan nervioso que me fui de allí. Unos meses después lo mató un coche en la Calle Mayor.

-¿A qué ha enseñado a su hija?

-A que disfrute de la vida, porque parece muy corta, pero pasa en un vuelo. Y, para mí, disfrutar de la vida implica el consumo de cultura, que es algo que te enriquece mucho. Me encanta el teatro, la música, la pintura, la historia, la literatura...; les debo mucho y forman parte de lo mejor de mi día a día.

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-¿No se cansa del trabajo en su mercería?

-No, la montó mi abuelo y yo he crecido allí. Ya mi bisabuelo, a finales del XIX, vendía artículos de mercería. Yo digo, parafraseando a Antonio Machado, que mi infancia son recuerdos detrás de un mostrador. Es un lugar en el que me encuentro muy bien.

-La política.

-Siempre he sido de izquierdas, lo que pasa es que ahora no me identifico con este Gobierno de [Pedro] Sánchez.

-¿Por qué?

-Sánchez cada día se parece más al Caudillo en varias cosas. Una de ellas, por la suerte que tiene. No olvidemos que Franco se mantuvo 40 años en el poder y creo que este va por el mismo camino. Por otro lado, creo que los dos son marxistas, pero no de Carlos, sino de Groucho. Al igual que Groucho Marx, cada uno de ellos también tiene sus principios, pero si tienen que cambiarlos, no hay problema. Franco lo mismo se aliaba con Hitler que se hacía amigo de los americanos, el caso es seguir manteniéndose en el poder. En mis tiempos mozos llegué a pertenecer a la Unión de Jóvenes Maoístas (UJM). Hoy, ni soy maoísta, ni tampoco joven. El caso es que la derecha no me interesa, y que me parece trágico que este país lo hayamos montando para los grandes y los poderosos; nunca los bancos y las grandes empresas han ganado más que todo el dinero que están ganando ahora.

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Paco López Mengual. Javier Carrión / AGM

Cataratas de Iguazú

-¿Qué lugares le impactaron?

-Me encanta viajar; de hecho, en unos días, ¡un martes y trece!, nos vamos a Praga los tres, treinta años después de que fuésemos solos mi mujer y yo. Nunca me olvidaré del [glaciar] Perito Moreno, ni de [las cataratas de] Iguazú, en Argentina; ni tampoco de las cataratas Victoria [frontera de Zambia y Zimbabue], que sobrevolamos en helicóptero. También me impresionó mucho Nueva York, pese a no ser yo precisamente muy capitalista [ríe].

-¿Qué le resultó curioso?

-Tenía un abuelo de derechas y otro de izquierdas, y cada uno me contaba una versión muy distinta de la Guerra Civil, un tema que siempre me ha interesado. Que este país no haya sido todavía capaz de cerrar esa herida me resulta increíble, y no se ha cerrado porque hay gente empeñada en que permanezca abierta.

-¿Se tiene algo prohibido?

-No como pescado.

-¿Y eso? [¡Atentos!]

-Precisamente, por una de las historias que mi madre me contó. Su padre, que era panadero, en los años 20 atravesó una crisis económica bastante fuerte y se marchó a Francia con sus tres hijos; allí nació el cuarto y cuando tuvieron unas perricas, después de tres años, decidieron volverse de nuevo al pueblo. Entonces, el hijo mayor, que tenía 7 años, enfermó de forma repentina. Decidieron acelerar el viaje y hacerlo en barco, desde Marsella hasta Cartagena, con tan mala fortuna que a las pocas millas de navegación el crío falleció. El capitán del barco dijo que posiblemente se habría debido a una epidemia contagiosa que en ese momento había en Francia, y ordenó que tiraran el cadáver al mar.

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-Vaya...

-... le quitaron a la madre el cuerpo de su hijo, lo envolvieron en una manta, le rezaron un 'Padre Nuestro' y lo echaron por la borda. Cuando mi madre me contaba esa historia de su hermano Fulgencio, que así se llamaba, yo siempre imaginaba cómo el crío iba descendiendo y cómo, cuando llegaba al fondo, miles de peces se arrimaban, lo picoteaban y se lo comían. Le cogí manía al pescado. Sin embargo, al marisco no. Nunca me he imaginado a las gamba, las cigalas y los pulpos comiéndose al crío.

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