Montserrat Abumalham: «Nos conocimos en un pasillo de la Complutense y ahí nos quedamos, ya son 49 años de matrimonio»
Estío a la murciana ·
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Estío a la murciana ·
«Yo no me he sentido nunca especial ni exótica, sólo que mi padre nació en Líbano»Montserrat Abumalham (Tetuán, Marruecos, 1949) y su marido, Luis Girón, ambos profesores de lenguas de la Universidad Complutense de Madrid, ya jubilados, crearon de la nada una pequeña organización no gubernamental, Asociación Tacaná, para apoyar a las niñas acogidas en el Hogar Luis Amigó Quetzaltenango ... de Guatemala, en colaboración con las hermanas Terciarias capuchinas, tres de las cuales, por cierto, ganaron el Jubileo este verano en Caravaca de la Cruz. «Entre parientes y amigos tenemos unos 200 miembros», calculan. Su base de operaciones está en el barrio de Vistalegre de Murcia, desde donde recaudan los fondos -«podemos asegurar unos 10.000 euros al año y nunca hemos alargado la mano más de lo que teníamos, cada año proyectamos con el fondo que tenemos»- para mantener el proyecto. «Básicamente para apoyar al maestro y a la psicóloga de este hogar, pues son dos elementos fundamentales». A ello contribuye también desde su faceta de escritora. Abumalham, de padre libanés y madre catalana, nacida en Tetuán, criada en Ceuta, con dos hijos en Extremadura y Madrid y domicilio en Murcia, la encontramos estos días en su casa de Torre de la Horadada, donde ha escrito algunos de los pasajes más hermosos de su trilogía de novelas formada por 'Todos extraños' (Tirano Banderas), 'Trapos sucios' (La Fea Burguesía) y 'Cuando el cielo era azul' (Avant Editorial), tres historias cuyos protagonistas se buscan, no solo espiritualmente, sino identitariamente. Todos somos extranjeros.
-¿En qué cree más?
-En los seres humanos. En el futuro, en el progreso. Estamos yendo a Guatemala desde hace 11 años. Cuando declararon la pandemia en marzo de 2020 estábamos allí y nos tuvieron que repatriar. Cierre en España y cierre allí. Estuvimos diez días confinados, el Ministerio de Asuntos Exteriores mandó un avión a recoger a todos los españoles y europeos que andábamos por allí. Hicimos escala en El Salvador y en Honduras, tardamos 36 horas en llegar a Barajas. Creímos morir.
-Estuvieron de nuevo en marzo pasado, ¿qué se encontraron?
-A veces pensaba, ¡Guatemala! ¡Qué país! ¡Esto es imposible...! ¡No tiene redención! Pero no. Guatemala avanza, progresa. La gente trabaja, prospera. La gente se educa, medra. Nosotros vamos a una zona rural, y en los 11 años que estamos yendo hemos conseguido que asfalten la mitad del camino por un lado y la mitad por el otro. Era un camino de tierra indecente, y todavía no se han juntado los asfaltados, pero pronto lo harán. Lo que ha pasado es que al lado de la casa de las monjas, que era un páramo, resulta que han montado tres o cuatro casas más, y justo enfrente un tipo autóctono, que ha vivido muchos años en «los Estados», como llaman a los Estados Unidos, ha montado un espacio para degustaciones de vinos, cosa que en Guatemala es lo más exótico y restringido del mundo. Es un emprendedor nato, y es un tipo majísimo y divertido, y solo quiere que nosotros le demos el visto bueno a los vinos. Pues esta se ha convertido en una calle algo chic.
Un sitio para tapear Cualquiera al borde del mar.
Una canción 'Yesterday', de los Beatles, y 'Mediterráneo', de Joan Manuel Serrat.
Un libro para el verano 'El Quijote', de Cervantes. Este verano he leído 'La fuente de la edad', de Luis Mateo Díez, que me ha gustado mucho, y 'El caballo dorado', de Sergio Ramírez, muy recomendable.
¿Qué consejo daría? Vive y deja vivir.
Un aroma que recuerdes El sándalo me gusta.
¿Con quién no cenaría jamás? Ni con Donald Trump, ni con Putin ni con Meloni.
¿Quién dejó de caerle mal? No quiero decirlo, me he acostumbrado a la timidez de esa persona.
¿Qué le parece mágico? Una noche de luna.
Una película. 'Lo que el viento se llevó' (Victor Fleming, 1939), 'El golpe' (George Roy Hill, 1973) y 'Matar a un ruiseñor' (Robert Mulligan, 1962)...
¿Qué don le gustaría tener? Me gustaría poder volar.
Un baño ideal En el Mediterráneo.
-En el mundo globalizado, ¿le importa a alguien la causa indígena? De Guatemala es la activista Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz y Premio Príncipe de Asturias.
-Rigoberta Menchú está muy desaparecida, le mataron a su padre en el asalto a la Embajada española en 1980, y retomó un poco la antorcha de lo indígena, pero ella siempre ha jugado un papel muy ambiguo. Los indígenas allí no les importan ni a los propios indígenas. Es más, ellos mismos dicen 'yo no soy indígena', aunque sean idénticos a los que hicieron las estelas mayas de Quiriguá. ¡Y a mucha honra! Yo he tenido peleas con las niñas del hogar porque muchas no quieren vestir de corte, con el traje étnico, una falda enrollada, una blusa bordada... Ellas quieren vaqueros y playeras, pero yo les digo: 'Están ustedes muy equivocadas. Porque este traje tiene miles de años y lo han pensado para que estén realmente guapas y airosas, con unos colores preciosos! Tuvimos la suerte de tener a una psicóloga que iba de corte todo el tiempo y las niñas empezaron a identificarse con ella. Y ahora incluso las que no son indígenas nos lo piden para días de fiesta.
-En muchas de estas comunidades no se habla el español.
-No, sobre todo las madres no hablan español. Hablan lenguas mayenses, sea la que sea, la que le toque en cada barrio, porque hay muchas, y, además, distintas, y cada una presume de la suya. En el hogar encontramos a niñas de familias, que tienen sus padres, pero cuando rascas un poco los problemas se parecen. Hay problemas, sobre todo, de pobreza. A partir de los 18 años se van del hogar, y se procura que tengan una titulación. Lo que hacen las monjas es que les buscan trabajos pero procuran que sigan estudiando, sobre todo los sábados y los domingos, porque son los días que pueden ir a la universidad, y nosotros les apoyamos en ese camino y les damos becas para completar los gastos del estudio. Es un plus para matrículas y para libros básicamente. Algunas tienen que ir a escuelas privadas, que son más caras, y allí todas van uniformadas.
-Deben ser conocidos ya allí...
-Sí, nos llaman «el Padrecito y su señora». Porque vamos con las monjas, y mi marido tiene la pinta que tiene, le toman por gringo (norteamericano) y por cura.
-A este proyecto ustedes han involucrado a mucha gente del barrio murciano de Vistalegre...
-Sí, de Vistalegre al mundo. Se ha implicado mucho la asociación de vecinos, de comerciantes, la propia parroquia, la gente del barrio sí conoce la oenegé, y tenemos una comida anual de confraternización. No hemos conseguido crecer más de 30 o 40 personas, pero se mantiene suficientemente con este tamaño. Estamos registrados y reconocidos por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECI). Hemos hecho otras obras de las Terciarias, porque hicimos un proyecto para Panamá, otro para Nicaragua y otro para Honduras. Otras veces hemos ido a colaborar dando cursos de formación básicamente.
-La vida le lleva a América, pero usted tiene un vínculo con el Magreb y Medio Oriente.
-Mi abuelo emigró intencionalmente a Ceuta, quería quedarse allí y abrirse camino, pero luego sus hijos emigraron a Tetuán y no siguieron sus negocios. Era un hombre muy buscador, y había montado cosas de autobuses, una báscula de peso de mercancías, desguaces de barcos... los primeros bloques de hormigón en la construcción en Ceuta los puso él. Mi padre se fue por tres años. Decía que era extranjero, que no conocía bien el idioma y que mi madre le engañó [sonríe]. Pero ya se quedó allí toda la vida. Yo soy hija única. Y en Ceuta ya no tengo allí a nadie.
-¿Dónde se conocieron sus padres [libanés él; catalana ella]?
-En Marruecos. Salieron unas plazas de profesores de Árabe para el Centro de Estudios Marroquíes, que formaba a intérpretes y traductores de árabe, y contrataron a mucha gente de Líbano en la primera tacada. Eran cristianos la mayoría de ellos, y que hablaran árabe y que luego fueran a misa descolocó a muchos marroquíes.
-¿Pudo viajar a Líbano con él?
-No, con mi padre no, pero sí con mi marido. Traduje la novela de un autor libanés y me invitaron a la Universidad Americana a la presentación y fuimos. Al día siguiente bombardearon la universidad. Fue en 1991 y teóricamente la guerra había terminado, una parte del país estaba ocupada por Siria y la otra por Israel. Todo podía haber acabado ese día... Luis, mi marido, es catedrático de Hebreo e íbamos mucho a Israel para estancias largas y congresos. Una vez fuimos a un congreso y nos montaron una visita al Líbano, un viaje de un día, y al día siguiente volaron la sede de las Falanges Libanesas, y saltó por los aires, cobrándose la vida de Bashir Gemayel, que había sido elegido presidente de la República de Líbano.
-Siempre le despertó interés el mundo árabe... ya desde chica.
-El mundo árabe era lo evidente, yo no me he sentido nunca especial ni exótica, sólo que mi padre nació en Líbano. Hice Semíticas y me metí de lleno en ese ambiente. Luis y yo nos conocimos en la universidad, no éramos compañeros de carrera, pero coincidimos en la Complutense. Nos conocimos en un pasillo y ahí nos quedamos, los 49 años que llevamos de matrimonio, y unos cuantos antes de noviazgo.
-¿Ha sido todo mejor juntos?
-Sí, está bien. No conocemos otra vida. Qué pereza a estas alturas explorar otros campos. Hemos tenido una profesión que nos ha permitido una libertad y una vida relativamente cómoda, el hecho de poder tener vacaciones escolares facilita la vida con los hijos, es una vida amable, la verdad.
-El 3 de septiembre cumplirá 75 años. ¿Todo marcha como quería?
-En el fondo sí, no me puedo quejar. Yo nací en un medio muy plural, pero no era consciente de esa realidad. En el fondo, era una vida muy provinciana, tanto en Tetuán, donde nací, como en Ceuta, donde viví por seis años. Eran espacios como vivir en un pueblo de la provincia de Málaga. Había moros, hindúes, guiris... se hablaba inglés, francés, alemán, árabe o español, y te parecía lo normal. Pero Ceuta era una plaza militar y había una vida muy cerrada y reglada, así que llegar a la Complutense fue descubrir un universo que para mí no había existido hasta entonces. He dado clases toda la vida en la Facultad de Filología de la Complutense, salvo un periodo en que di clases de árabe en la escuela de idiomas de las Fuerzas Armadas, donde por cierto tenía un contrato de palabra de caballeros. Y ahora en la jubilación pues me dedico a la escritura, a la investigación y a las cosas de Guatemala, y a disfrutar de mis tres nietos.
-¿Le ha acompañado la suerte?
-En realidad, no tenía una ambición concreta, salvo ser rubia y tener ojos verdes, pero eso no se me arregló... Una compañera me decía que tenía que optar a la cátedra, pero, aparte de que no salían plazas, no tenía necesidad de pelearme con el mundo. Parece lo natural, pero yo no tenía esa ambición. Sucede lo mismo con la escritura, acepto mi realidad con alegría y pienso que la vida se me hace así más amable. He tenido épocas malas, como todo el mundo, pero reconoces que esas épocas malas te hacen madurar y te aportan un poso de análisis sobre las cosas, que te sirve de algo. Si reflexionas, al final pienso que no estoy tan mal. Los 75 años me parecen una edad muy noble, mi padre no se veía nunca con esa edad, y a mí me sucede lo mismo, he ido gestionando la vida tal como me venía.
-¿Qué fue un acierto?
-Poder jubilarme con 60 años con el sueldo completo hasta los 70 gracias a un programa de renovación de plantillas de un rector. Es la mejor cosa que he hecho. He seguido vinculada al Instituto Universitario de Ciencias de las Religiones de la Complutense, desde el que se promueve el estudio de las tradiciones religiosas antiguas y actuales, su cultura y el desarrollo de la investigación desde perspectivas filosóficas, históricas, filológicas, psicológicas...
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