Llanos Girón: «Necesito el limón en mi vida, es fundamental»
La propietaria de La Joya del Valle de Ricote se asombra de que aún muchos murcianos no conozcan un «paraíso» con tantos atractivos
De orígenes murcianos por parte de madre, Llanos Girón nació en Madrid en 1968. Decoradora de profesión, es una entusiasta viajera, desde antes incluso de ... su nacimiento, y amante de los animales y la naturaleza. Casada con Asís Pazó, marino de profesión, exgerente del Puerto de Alicante y durante años alto ejecutivo en potentes empresas, lleva 14 años al frente de la finca de la que su familia es propietaria desde 1840: un paraíso llamado con razón La Joya del Valle de Ricote, que ofrece tres alojamientos con encanto y que se ha convertido en un reino de los cítricos y sus maravillas.
–¿Y si yo le digo gin-tonic?
–Yo le aseguro que aquí se tomará el mejor del mundo [ríe], sobre todo gracias al limón que vamos a utilizar. Una exquisitez.
–¿Qué hizo desde bien pronto?
–Viajar; antes de nacer ya lo hacía en la barriga de mi madre, otra viajera apasionada que tuvo la suerte, también mi hermana y yo, de que mi padre fuese piloto [ahora jubilado] y de que le gustara que su familia volase con él.
–¿Cómo llama usted a su finca en la intimidad?
–El patio de mi recreo, en homenaje a la canción de Antonio Vega y porque aquí me he sentido muy feliz desde que pasaba las vacaciones con mis abuelos siendo una chiquilla.
–Sus padres.
–Siempre han sido muy liberales y bastante avanzados para su tiempo. Yo estudié en el [prestigioso] Colegio Estudio, que tenía una forma de educar muy interesante y alternativa, y donde el inglés nos lo metían con calzador desde el principio. Le debo mucho de mi forma de ser a la educación allí recibida, que agradezco. Mis padres estaban empeñados en que tuviésemos una mente abierta, una formación multicultural y herramientas para saber desenvolvernos en la vida ante cualquier situación.
–¿Cuándo viajó usted sola por vez primera?
–Tenía once años. Me enviaron a Inglaterra a estudiar inglés, con una familia que vivía en medio de la nada y sin que hubiese ningún español a cien kilómetros a la redonda. Querían que me espabilara rápida.
–¿Lo consiguieron?
–¡Y tanto! Incluso desde antes ya estaba yo espabilada y nunca he dejado de estarlo [risas]. Soy una persona que no le tiene miedo a los cambios, que considero que son buenos. No he tenido miedo a poder equivocarme por las decisiones que he ido tomando; ni a cambiar de país, ni de trabajo, ni de casa...
–Su primer trabajo.
–Cuando terminé los estudios me ofrecieron irme a Estados Unidos a trabajar, me lié la manta a la cabeza y me fui para allá.
–¿Acertó?
–Totalmente, lo fundamental porque allí conocí a Asís, mi marido, que curiosamente también es medio murciano; nuestras abuelas fueron juntas al colegio en Murcia, y esta finca era de su familia antes de pertenecer a la mía. Cosas de la vida, llámalo suerte, llamalo karma o digamos que estábamos predestinados el uno al otro.
–¿Cómo terminaron aquí?
–A la vuelta de Estados Unidos nos instalamos en Madrid. Estuvimos diez años trabajando allí, pero queríamos cambiar de modo de vida y otra vez tocaba liarse la manta a la cabeza, esta vez los dos juntos. Nos vinimos a Murcia, donde yo trabajé unos años en Polaris... Pero hace 13 años decidimos cortarnos la corbata y convertir las casas que había en la finca, destinadas en su día a los trabajadores, en alojamientos con encanto, y aquí seguimos. Era un sueño que teníamos; hemos viajado mucho por todo el mundo y siempre nos ha gustado alojarnos en sitios pequeños, familiares, encantadores, y no en grandes hoteles.
«Cuando nos vinimos a Murcia, hubo gente que nos dijo: '¿Pero cómo vais a renunciar a la buena vida que tenéis y de repente os vais a hacer jipis?' [Risas]»
–¿Qué les dijeron?
–Cuando nos vinimos a Murcia, hubo gente que nos dijo: '¿Pero cómo vais a renunciar a la buena vida que tenéis y de repente os vais a hacer jipis?' [Risas] Es que yo no creo que nada sea permanente, y a lo mejor quién sabe si un día nos volvemos a liar de nuevo la manta a la cabeza y nos vamos a no sé qué lugar del mundo. Somos dos personas que no tenemos miedo al movimiento.
–La pareja.
–Llevamos 30 años juntos, formamos un buen equipo y somos íntimos amigos, además de matrimonio [ríe]. Creo que somos un poco el yin y el yang. Yo soy como la parte más inquieta, más nerviosa, más lanzada, y él es la parte más cerebral, más reposada. Nos completamos bien, porque cuando yo me lanzo demasiado, él me para; y cuando yo lo veo demasiado parado, la que lo lanza soy yo.
–Hijos.
–No tenemos. Hay demasiada gente en el mundo [dicen ambos al unísono]. Tampoco ninguno de los dos somos muy chiquilleros. Creemos mucho en la 'familia de saliva', que es la formada con esa gente de la que te rodeas porque conectas a la primera. Tenemos mucha 'familia de saliva' y muchísimos amigos repartidos por todo el mundo.
–¿Cómo vive?
–Constantemente en mi presente, apenas pienso en el futuro; ya iré viendo qué voy haciendo con lo que me traiga cada nuevo día. Tampoco miro mucho al pasado. Y así me ha ido bien, me siento una afortunada porque he tenido una vida muy feliz.
–¿Qué es un placer?
–Para mí, guiar a los visitantes en la que llamamos 'ruta de los cítricos'. Me encanta enseñarles todo lo que surge alrededor de la citricultura, y me encanta ver cómo pasan las estaciones y llega cada nueva floración; y este placer no se agota.
–¿Qué suele hacer?
–Animal abandonado que veo, animal que recojo e intento colocar [lo dice acariciando a Rurrú, una gata que es una belleza]. Rurrú es una superviviente: fue atropellada por un coche y ahora es la gata más feliz del mundo; ejerce de gobernanta de la finca, está siempre pendiente de quién entra y de quién sale y muchos clientes se encariñan con ella. Se hace amiga de todo el mundo.
–Usted y la política.
–No me interesa nada. Estoy muy desconectada de ella, vivo en una especie de micromundo. La actualidad me deprime si estoy muy atenta a ella, porque no puedo entender cómo teniendo un mundo tan impresionante, tan hermoso, lo tratamos tan mal. Pensamos en ir a Marte mientras nos cargamos nuestro propio planeta; actuamos a lo loco en temas tan importantes como el cuidado de la tierra, de los mares, del aire... El hombre es destructivo por naturaleza, casi todo lo que toca se lo termina cargando. Tenemos el poder de hacer grandes cosas, pero al final terminamos agrediendo y agrediéndonos.
–¿Qué suele tomar?
–En vez de azúcar, miel de azahar. Le dimos permiso a un apicultor para poner en la finca unas colmenas, y a cambio él nos da miel.
En tragos cortos
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Un sitio para tomar una cerveza. El Carril, en Archena.
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Una canción. 'El patio de mi secreto', de Antonio Vega.
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Un libro para el verano. 'Meridiana', de Asís Pazó.
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¿Qué consejo daría? Disfruta de la vida.
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¿Le gustaría ser invisible? A veces sí.
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Su héroe o heroína de ficción. No tengo.
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Un epitafio. No quiero morirme.
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Su copa preferida. Gin-tonic con limón de mi finca.
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¿Tiene enemigos? Pienso que no.
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Lo que más detesta. El maltrato animal.
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Un baño ideal. En Calblanque.
–¿Alucinante qué es?
–Entro a un supermercado cercano y resulta que las naranjas que te venden son sudafricanas, ¡alucinante! Me tengo prohibido comprar naranjas y limones en los supermercados.
–¿Qué más?
–Me parece un pecado comprar las mandarinas ya peladas.
–¿Y un disparate?
–Este año la cosecha de naranjas la hemos vendido a 25 céntimos el kilo, que no da ni para cubrir costos; y el limón a 35 céntimos el kilo, ¡y tenemos que darnos con un canto en los dientes! Al mismo tiempo, te vas a Suiza y te puedes encontrar con que un kilo de limones, que te anuncian como de Murcia, no baja de los 8 o 9 euros; lo pienso y me dan los temblores, estamos perdiendo el rumbo.
–Una propuesta.
–La economía de proximidad. Me gusta mucho, por ejemplo, llevarle manos de Buda a Freddy Salmerón, el chef del restaurante OXOS 131 en Ojós. En la finca, además de los cultivos de cítricos tradicionales, trabajamos en un proyecto de recuperación de variedades antiguas, como el limón poncil, autóctono del Valle de Ricote, y también hemos plantado variedades nuevas que se conocen en las culturas asiáticas desde hace miles de años. La mano de Buda se utiliza en Japón tanto como ambientador como en la alta cocina.
Paraíso
–¿Qué más han plantado?
–Caviar cítrico, que es de origen australiano y de muy pequeño tamaño. Cuando lo partes por la mitad y aprietas, salen unas bolitas deliciosas que te explotan en la boca cuando las comes; se paga entre 100 y 200 euros el kilo para su utilización en la alta cocina.
–¿Qué cítrico no falta en su casa?
–Yo le pongo siempre limón al agua que bebo y a todo. Hago, por ejemplo, una pasta con brócoli, limón y piñones que te mueres... Yo necesito el limón en mi vida, para mí es fundamental.
–¿Nos morimos y ya?
–Pues no lo sé, vamos a ver qué pasa en el futuro [risas].
–¿Lo ha tenido más difícil usted por ser mujer?
–En la parte laboral, trabajando en empresas privadas, sí. He notado que mi trabajo estaba menos valorado, he tenido la sensación de que tenía que demostrar más mi valía, mi profesionalidad. Y, evidentemente, mi sueldo siempre ha sido inferior al de mis compañeros a igualdad de responsabilidades. Sí, creo que a las mujeres nos cuesta más que se reconozcan nuestro talento y valía.
–¿Qué reconoce?
–Soy superexagerada para el orden y la limpieza, todo tiene que estar exageradamente perfecto.
–La Región.
–Es un paraíso que puedes recorrer con mucha facilidad. Tiene una variedad espectacular de paisajes y atractivos y un potencial de desarrollo brutal por desarrollar, pero sigue siendo la gran desconocida, ¡menos mal que ahora tenemos a Carlos Alcaraz! También creo que está infravalorada incluso por los propios murcianos. El Valle de Ricote, por ejemplo, está a 20 minutos de Murcia y hay muchísimos murcianos de toda la Región que no lo conocen. ¡Increíble!
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