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José Antonio Carrillo (Cieza, 1956), fundador del Club Athleo y entrenador de atletas. En París 2024 ha cumplido su gran sueño, el triunfo olímpico: un oro y un bronce para Álvaro Martín, 30 años, extremeño. Hasta llegar ahí, por detrás hay nada menos que 40 años metiéndoles caña a marchadores de grandes triunfos como Miguel Ángel López, Fernando Vázquez, Manuel Bermúdez o Juanma Molina. Dicen de Carrillo sus amigos que «no hay un corazón más grande que el suyo». Tiene mujer, Paquita Ruiz; y dos hijas y dos nietas.
-Rodeado de mujeres.
-[Sonríe] Yo soy profundamente creyente, y creo que a mí el Señor en ese aspecto me 'castigó', porque yo tenía el sueño de tener un hijo. Cuando nació nuestra primera hija, Sonia, reconozco que en el parto esperaba a un niño, algo que me recriminó mi suegra porque, cuando nació y vi que era una cría, me quedé un poco desangelado.
-¿Y ahora?
-Son las dos niñas de mis ojos [risas]. Hubo un tiempo en el que, como mi mujer sabía lo que me hubiese gustado tener un hijo, me propuso que fuésemos a por el tercero, pero yo pensé que lo que en realidad podría pasar es que viniese otra hija y que ya tuviéramos que ir pensando en montar un equipo femenino de algún deporte [ríe]. Ahora, en París, me he sentido muy arropado por las cinco mujeres de mi vida, que llegaron después de la que me dio la vida, mi madre, que falleció en 2018.
-Los primeros recuerdos.
-Una vida siempre al aire libre, jugando mucho al fútbol, bañándonos en el río, cogiendo higos y albaricoques de los árboles, pasando el día entero en el monte...; ahora los críos no son felices si no están con el móvil. Recuerdo cuando subíamos la cuesta de las Cabras y nos deslizábamos sobre cartones en plan tobogán, o cuando nos hacíamos con un neumático de una rueda de camión y bajábamos un montón de críos varios kilómetros por el río...
-Los padres.
-Mi padre fue albañil y mi madre ama de casa. Yo estudié el Bachillerato nocturno porque durante el día procuraba trabajar en lo que podía. Durante un tiempo lo hice en los seguros Santa Lucía, en la oficina y también saliendo por las calles con una campanilla para anunciar que se había muerto algún vecino o vecina del pueblo. Por 25 pesetas extras, yo iba por el pueblo con mi campanilla anunciando el nombre del muerto, la hora en que sería el entierro y todo eso. Si había mercado, me iba directamente allí porque era donde más gente se juntaba.
-¿Algún trabajo de ese tipo más?
-Soy uno de los devotos más fieles que tiene el Santo Cristo del Consuelo, que aquí en Cieza es muy querido por todos. Los fieles le ponían en su ermita una gran cantidad de velas largas, que luego apagábamos cuando se cerraba la ermita para evitar el riesgo de que se prendiera fuego. Como no se consumían del todo, luego yo era uno de los que las vendía por las calles del pueblo, a cinco o seis pesetas; el dinero se lo quedaba el sacristán, que por cada vela vendida me daba una peseta.
-La Universidad.
-Estudié Medicina en Murcia, pero acabé la carrera y jamás ejercí. Mi gran pasión, lo que más me ha motivado siempre en esta vida, lo que me hace feliz y por lo que llevo luchando tantos años, es el atletismo; y, más que practicarlo yo, que lo hice durante años, entrenar a otros para que cumplan sus sueños, que yo hago míos. Y tuve la suerte de tener el apoyo de mi mujer, que apoyaba mis decisiones por muy locas que pudieran parecer. Además, estudiar Medicina me vino muy bien. Los entrenadores solían tener conocimientos de Fisiología y Anatomía muy elementales, pero yo disponía de unos conocimientos mucho más completos y amplios, y los he utilizado en las investigaciones que he ido llevando a cabo sobre el comportamiento del cuerpo en los deportistas, sus procesos metabólicos, la alimentación más idónea, los tiempos de entrenamiento, los descansos, la intensidad, los riesgos que se corren y cómo evitarlos... Siempre he estado investigando sobre cómo mejorar el rendimiento y el bienestar de mis atletas, no he buscado resultados a cualquier precio. Lo primero para mí es su bienestar.
-Los inicios.
-Cuando hacíamos carreras, parecíamos el ejército de Pancho Villa, cada uno vestido con lo que tenía y calzados con aquellas tórtolas del mercado que creo recordar que valían veinte duros. Pero no vea lo felices que éramos [ríe]. Y un buen día, el 25 de abril de 1981, fundamos en Cieza el Club Athleo, que hoy sigue en activo porque desde 2004 la UCAM nos esponsoriza y podemos funcionar. Entonces, tuve un sueño: que desde un pueblo como Cieza, donde nos entrenábamos a la orilla del río, ladeándonos cuando pasaba un tractor, y donde los lanzamientos de peso los hacíamos precisamente con piedras del río, y las jabalinas las construíamos con cañas a la que poníamos un cuchillo en la punta, pudiesen salir medallistas olímpicos.
-Fernando Vázquez.
-[Se emociona] Ya sabe que a mí ver la película 'Carros de fuego' [(Hugh Hudson, 1981)] me marcó mucho. Fue a partir de verla cuando me pregunté por qué yo no podría tener alguna vez a algún atleta en los Juegos Olímpicos. ¡Y Fernando Vázquez fue mi primer atleta en Atlanta 96! Hasta conseguir llegar allí hubo muchos sinsabores, incluidos que había quienes le decían que aquí no teníamos los mejores medios y que a lo mejor yo no era el entrenador que le convenía. Y lo conseguimos, porque a los Juegos Olímpicos sólo van los elegidos. A partir de entonces, mi nivel de exigencia como entrenador se disparó todavía más, y aquellos Juegos los celebramos ya mucho mejor que cuando otros éxitos anteriores los habíamos festejado con unos buenos caracoles de Cieza, unas patatas asadas y dos litros de Coca-Cola [risas]. Qué tiempos aquellos en que a los atletas los sentaba en una silla y les ponía dos sacos de sal atados en el tobillo para que, en 30 segundos, hicieran todas las extensiones de piernas que pudieran [sonríe]. Fíjese, hasta ahora he llevado atletas a siete Juegos Olímpicos y a unos Juegos de la Juventud Europea, a los que también es muy difícil llegar.
-Un viaje complicado.
-A los juegos de Atlanta. Dos días antes de que yo partiera para allá, un avión explotó en el aire y no vea el caos que había montado en [el aeropuerto de] Barajas. Y yo allí, sin papa de inglés por entonces, porque yo había estudiado, por decir algo, francés. Hablé con medio Barajas, porque yo tenía que volar como fuese a Nueva York para allí coger otro vuelo a Atlanta. El caso es que Iberia, después del rollo que les metí, me arregló el tema, sin corresponderles, y pude viajar. A la hora de regresar, también hubo otro gran lío con el billete de vuelta y tuve que montar la de Dios es Cristo. Menos mal que apareció un canario por allí de la compañía que había armado el lío, le explique la situación y, finalmente, me pude venir en primera clase, donde creo que costaba viajar medio millón de pesetas. Volaron conmigo dos señoras de muy alta alcurnia que comieron y bebieron lo que no está escrito.
-El dopaje.
-¿El dopaje? ¡Prevalón, Pharmaton! [Risas] Yo jamás lo habría permitido, y además a mis atletas les hago firmar de su puño y letra que, si alguna vez dieran positivo en algo, para mí morirían en todos los sentidos. No admito ni la más mínima trampa en el deporte. Y le digo más: al deportista que se dope yo lo sancionaría de por vida.
Un sitio para tomar algo con amigos Restaurante OXOX 131 Ruralfood, en Ojós.
Una canción 'El último romántico', de Nicola Di Bari
Un libro 'El código Da Vinci', de Dan Brown
¿Qué consejo daría? Ten educación y respeto
Un aroma Azahar
Un viaje pendiente Argentina.
¿Le gustaría ser invisible? A veces.
¿Qué es lo que más detesta? La falta de educación y que se pierda el respeto
Un baño ideal Aquellos baños de mis primeros años en el río.
Un héroe o heroína de ficción. Mi gran heroína es mi mujer, con la que me volvería a casar sin dudarlo ni medio segundo.
-París 2024, ¡enhorabuena!
-¡Gracias! Tenía el pálpito de que haríamos algo importante, y sentía que el Santo Cristo del Consuelo quería que yo cumpliese mi sueño. Ya había puesto en mi camino a Álvaro, que entrenaba en Madrid y a quien por diversas circunstancias he terminado entrenando yo. Nunca pensé que recalaría conmigo porque yo he sido y soy un entrenador de formar a gente aquí en mi pueblo; soy como un huertano que va haciendo crecer al arbolico poco a poco. He conseguido que cuatro atletas, a los que conocí de críos, hayan estado en unos Juegos Olímpicos. Cuatro atletas de aquí, de Cieza, y del Club Athleo: Fernando Vázquez, Juanma Molina, Benjamín Sánchez y Miguel Ángel López, que aunque es de Llano de Brujas, desde los 14 años lo he tenido yo aquí y ha pertenecido al Club Athleo hasta que formó su club propio.
-El sombrero de paja.
-¡Qué ganas tenía ya de romperlo, diablos! Me lo regalaron [por su obsesión con 'Carros de fuego' y el sombrero que allí aparece] en 2015 y ha viajado mucho conmigo. Ahora lo echaré de menos, porque ya no me lo voy a llevar a ningún sitio.
-¿Qué es usted?
-Quizá demasiado sensible, porque hay que ver lo que lloro, lo que me emociono, lo que se me acelera el corazón, las lágrimas que derramo...; es que, fíjese, yo, por ejemplo, a Benjamín lo conozco desde que era un bebé porque a su padre lo entrené yo. Y verlo en unos Juegos, allí los dos representando a España, escuchando el himno..., ¿es que podía yo parar de llorar? En la inauguración de los Juegos, recuerdo que Rafa Nadal me dijo: '¿Qué coño haces llorando? ¡No me jodas!'. Y yo: 'Pues mira, esperando a cuando tengas un hueco para poder hacerme una foto contigo!' [Risas] Y Rafa, de guasa: 'Es que no me hago fotos con entrenadores llorones'. Y yo secándome las lágrimas a toda leche [risas].
-La Reina Letizia.
-Es encantadora, en París le regalé cuatro pulseras del Santo Cristo del Consuelo que se hacen para ayudar a Manos Unidas.
-¿Taurino?
-No, no, no. Una vez estuve en una corrida en barrera y lo pasé muy mal, me emocioné muchísimo viendo sufrir al toro, no podía de mirar [se le saltan las lágrimas]. No iría a montar un pollo en la puerta de la plaza de toros, pero no puedo ver sufrir a ningún animal. Si veo matar a un conejo, aunque para ganar mi salvación tuviera que comérmelo, no lo haría.
-¿De qué viaje no se olvida?
-El verano pasado por fin viaje a Saint Andrews [en Escocia], para correr en su playa vestidico igual que Harold Abrahams en 'Carros de Fuego'. Lo tengo grabado [sonríe] y, por supuesto, se escucha la música de Vangelis. Esa experiencia fue maravillosa [traga saliva].
-¿A qué le da vueltas?
-Mi hija la que vive en Alemania se ha echado ahora un novio de allí.
-¿Y qué?
-¿Cómo qué y qué? Para empezar, yo de alemán ni papa, nada de nada. Y, luego, que los alemanes son muy suyos. Pero mi hija es muy lista, sabrá lo que hace.
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