Abogado penalista, nacido en Murcia en 1987. Sus viajes, para conocer a los habitantes de los fondos marinos o acceder a lugares remotos y bellísimos, ... son de ensueño. Conoce a los tiburones como a sí mismo. Goza y exprime el tiempo.
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–Águilas.
–Cuando me preguntan que de dónde soy, digo que de Murcia, pero que mi corazón es aguileño; de Águilas es mi familia, es una tierra que quiero mucho y que visito todo el año.
–¿De pequeño qué quería ser?
–Seguro que abogado no. Durante un tiempo decía que quería ser arqueólogo, porque me fascinaba Egipto. Luego empecé a decir que quería ser notario, pero mis ganas de estudiar no iban en consonancia con mi ambición [ríe]. El caso es que nunca he tenido una vocación clara. Estudie Derecho, dejé la oposición a juez al año de empezar a prepararla, y ahora agradezco mucho la decisión que tomé. En mi familia son todos funcionarios, y me inculcaron la seguridad de un puesto fijo, pero al final me lancé a probar por mi cuenta. Y ahora sí que tengo plena conciencia de que me dedico a lo que me gusta y a lo que se me da bien; ya no haría otra cosa.
–¿Qué ha tenido siempre?
–Mucha facilidad para relacionarme con todo tipo de personas. Tengo un punto macarra, un punto malote [ríe], y no tengo ningún problema en relacionarme según con qué tipo de gente y de delincuentes. Yo empecé como abogado sin tener ningún mentor y sin que en mi familia haya ningún jurista, y no me puedo quejar.
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–¿Qué más se le da bien?
–Además de ser abogado penalista, se me da muy bien bucear con tiburones.
–Su primera aventura.
–Empecé a viajar tarde porque para los viajes que quería hacer se requerían recursos de los que no disponía. Tardé en cruzar el charco, y la primera vez que lo hice, hará como diez años, fue para ir a Costa Rica. Pero cuando empezaron para mí los viajes de verdadera aventura fue durante la pandemia, creo que en 2021, que fue cuando llegué a las Islas Galápagos por primera vez. Me había sacado el curso de buceo, pero hasta entonces no pude realmente bucear en los fondos con los que yo soñaba. Y ahí estaba, en ese lugar del planeta tan salvaje. Me fui con un amigo. Llegamos a las islas más recónditas de Galápagos, Wolf y Darwin, donde se supone que tienes que ser un buceador experimentado; pero nosotros fuimos allí con diez inmersiones cada uno, recién salidos del cascarón.
–¿Con qué se encontraron?
–Con otro mundo, con tiburones ballena de 14 metros, con cientos de tiburones martillo, con un mundo a 30 metros de profundidad que te sobrecogía. Volví enamorado de aquel lugar.
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–¿Y a partir de ahí?
–No me plantee viajar de turismo a grandes ciudades, por muy bonitas que sean, a compartir masificación y colas. Quería viajar a sitios lo más inaccesibles posible, tener la sensación de que estás descubriendo mundos alucinantes, poco explorados, que reconozco que no están al alcance la mayoría. Tengo la suerte, que me gano con mi trabajo, de tener el tiempo y el dinero para poder viajar a ellos, y me he hecho adicto.
–Su próximo viaje.
–Salgo [este lunes, 22 de julio] para Colombia. Seremos diez buceadores, en un barco de expedición, rumbo a una roca en el Pacífico que se llama Malpelo, y que está a más de un día de navegación desde Buenaventura. Todos llevaremos GPS, porque hay buceadores que desaparecen y a los que no se les vuelve a ver. Imagínese en mitad del Pacífico para bucear en unos fondos con miles de tiburones.
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–El miedo.
–No lo tengo. Recuerdo que, en Galápagos, una pareja que iba en otro barco fallecieron en un accidente de buceo..; pero yo no he tenido miedo, se trata de un deporte muy seguro, aunque si hay un accidente suele ser trágico. Yo no he tenido ningún accidente grave, aunque sí me he llevado algún susto.
–¿De qué tipo?
–Algún cabezazo de tiburón tigre en Maldivas. Estás manipulando bestias de 800 kilos, de 1.000 kilos, que miden 4 o 5 metros. Y, en otra ocasión, en Mozambique, buceando a treinta y tantos metros de profundidad, se me reventó la máscara y ahí sí que puedo decir que llegué a sentirme perdido y a la deriva. Pero comprobé que, en efecto, es en esas situaciones de pánico cuando tienes que empeñarte en mantener la calma. Y yo lo conseguí.
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–¿Qué viaje recomienda usted... en superficie?
–Ir a África: Kenia, Tanzania, Uganda...; ver a los gorilas de montaña es una experiencia que no se olvida, estar compartiendo espacio con ellos es alucinante. Sólo 15 o 16 familias dejan que se les acerquen los humanos, conocer el Bosque Impenetrable de Bwindi es un lujazo. Como también lo es un safari en Masái Mara [Kenia]. Ver una cacería de leonas te deja sin palabras... A veces les digo a algunos amigos: 'Dejaos ya de plantearos hacer la Ruta 66 y de querer ir a Las Vegas, y nos os perdáis las maravillas de las que os hablo [ríe]'.
–¿Qué monumento arqueológico le deslumbró?
–Si no has visto Abu Simbel no sé a qué esperas [ríe]. Todo Egipto es fascinante. Abu Simbel lo visité en pandemia, ¡vacío! Y no hay que perderse un viaje en globo sobre el Valle de los Reyes.
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–¿Se imagina sin estos viajes?
–No. A veces, cuando mis padres ven mis vídeos, donde aparezco manipulando, lo mismo una morena de dos metros que un tiburón toro, no pueden evitar decirme que si no me daría igual hacer los viajes que hace todo el mundo [risas], pero no voy a dejar de vivir con la intensidad que lo hago ahora, aunque sé que corro riesgos. Si mi vida tiene que terminar en un lugar como Galápagos, doy por bueno ese final.
–El futuro.
–En mi trabajo he visto muchas veces cómo la vida le cambia radicalmente a la gente en unos segundos; un cambio radical para mal, claro. El Gordo de Navidad le toca a muy poca gente, pero esa lotería de la vida que reparte mala suerte por las esquinas le toca a mucha gente. Yo he tenido clientes a los que he representado que, sin haber tenido ni una multa de tráfico en sus vidas, y siendo buenos padres y unas personas normales, un mal día se les cruza un cable, hacen algo que no debían y destrozan la vida de alguien y la de su familia, y las suyas propias y las de sus propia familias. O atropellas a una persona y la matas por un despiste... La vida te cambia por completo en un momento.
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–¿Su lugar favorito?
–Tengo muchos, pero Masái Mara es uno muy especial, también porque allí tengo un buen amigo, Jorge Alesanco, que ha hecho series documentales como 'El rey de la sabana'. Los vi a él y a su mujer, Mariola, en un programa de 'Madrileños por el mundo', y les escribí un correo. Cuando llegué allí me enamoré. Tienen un campamento con muy pocas cabañas, donde te estás tomando un café viendo a los hipopótamos y los cocodrilos. Él es un tío muy auténtico, que cambió de vida radicalmente. Procuro ir una vez al año.
Un sitio para picar con amigos Mercado de Verónicas, en Murcia
Una canción 'Zapatos de gamuza azul', de Elvis Presley
Una película 'Huevos de oro', de Bigas Luna; «me gusta mucho Javier Bardem»
Un libro 'El poder del perro', de Don Winslow
¿Les gustaría ser invisible? No, a mí lo que me gustaría es volar.
Un viaje pendiente A Rumanía con mi padre
¿Tiene enemigos? No abiertamente, pero seguro que sí.
¿Qué es lo que más detesta? La lentitud
Un baño ideal Playa de la Higuerica, en Águilas.
–¿Dónde estuvo hace poco?
–En Sudáfrica, viendo ballenas jorobadas de esas que con un coletazo se cargan a un tío. La naturaleza te coloca ante auténticos prodigios y nunca deja de sorprenderte.
–¿Y después de Colombia?
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–En agosto me voy a un atolón perdido de la Polinesia. También le digo que me encanta irme, pero también me gusta volver, porque aquí tengo a mis padres, a mis [dos] hermanas, a mis [tres] sobrinos, y también tengo a muchos amigos; yo soy muy social, y disfruto mucho cuando toca salir en Murcia a pasarlo bien, pero también me saturo rápido y necesito escaparme lejos.
–¿Curioso qué le resulta?
–Dormía mucho mejor que ahora en los tiempos en los que sólo contaba con la 'paga' que me daban mis padres [sonríe]. Y ahora que me va bien en la vida, me cuesta más dormir; son las obligaciones, la edad y el trabajo.
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–¿Qué tiene?
–Muchos clientes que ya son amigos, y muchos amigos por todo el mundo.
–La maldad.
–Conozco a gente mala, pero no todos los delincuentes lo son, aunque tengan una dedicación en la vida que es ilegal, porque una ley dice que lo es. Hay quienes son unos psicópatas, hay personas a las que la vida maltrata desde la infancia..., y también conozco a gente realmente mala a la que yo no defendería.
–¿Futbolero?
–Nada.
–¿Taurino?
–Nada.
–¿Vegetariano?
–Nada. Soy carnívoro.
–¿Cocina?
–No, ¡menos mal que vivo en Santa Eulalia y que tengo mi [restaurante] Salzillo al lado [risas].
–¿Se plantea usted tener su propia familia?
–Por ahora no, pero tengo 37 años y me queda margen. Mis clientes me requieren mucho tiempo, y yo ahora tengo mi vida estructurada entre el trabajo, los viajes y pasar tiempo con mi familia.
–El padre.
–Lo primero que ponía en la pizarra cuando entraba en en el aula [su padre, el profesor de Filosofía y expolítico del PSOE, Jorge Novella, llegó a darle clase] es que 'se vive como se sueña, solo'. Tanto él como mi madre, que es una mujer muy inteligente y luchadora, me han enseñado muy buenos valores; mi padre –hay mucha gente que me dice que me parezco a él– también me ha enseñado el amor por la lectura.
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–¿Cómo no le veremos?
–Con corbata.
–¿Qué deporte practica?
–Me gustan los deportes de contacto. Hago 'kick boxing'. El tenis ahora lo sigo como aficionado, pero lo practiqué durante muchos años.
–España.
–He dado la vuelta al mundo, visito más de diez países al año, y le digo que como en España, por mucho que nos quejemos y que haya muchas cosas que deberían mejorar, no se vive en ningún sitio. El otro día me dijo quejándose un tipo que llevaba un Rolex de oro que en España cuando se vivía bien era hace 40 años; se escucha cada cosa [risas].
–Sueñe en voz alta.
–El año que viene iré a las Islas Neptuno, en el sur de Australia, para bucear sin jaula con el tiburón blanco. Seguro que lo cumplo, me gusta cumplir los sueños y hago todo por conseguirlo.
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