La arqueóloga María Inés Fregeiro posa en la recreación de una vivienda de la sociedad argárica, en el yacimiento de La Bastida. Javier Carrión / AGM

María Inés Fregeiro: «Soy una especie de bruja buena que resucita a los muertos»

«No he querido tener hijos ni hijas para disponer de más tiempo para leer, porque todo tiempo para leer es siempre poco», asegura la arqueóloga del yacimiento de La Bastida

Antonio Arco

Murcia

Jueves, 20 de agosto 2020, 18:55

María Inés Fregeiro (Montevideo, Uruguay, 1969). Arqueóloga del yacimiento argárico de La Bastida, en Totana, donde lleva viviendo once años. Hija de Julio Osvaldo Fregeiro, ... pionero de la neurocirugía en su país, militante del Partido Comunista y pintor que nunca quiso vender un cuadro; y sobrina de Enrique Tarigo (vicepresidente uruguayo entre 1985 y 1990, en el primer período democrático tras la dictadura). Contagia su pasión por la arqueología, y su vitalidad es un festivo estallido de curiosidad insaciable y de deseos de libertad. Ella, que adora ese mar sin tregua para la fascinación que recorrieron los héroes que inmortalizó Homero, es en sí misma un oleaje imprevisible, cargado de misterio.

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-¿Qué tuvo que vencer?

-hUna gran timidez y un gran complejo de patito feo. De niña era muy reservada, aunque ahora resulte difícil creerlo [ríe]. Era una niña muy acomplejada, que usaba gafas porque no veía nada: tenía miopía, astigmatismo y era estrábica. De adolescente seguí con un complejo de fea que no veas, y lo positivo de ello fue que tuve que aprender a arreglármelas sola. Qué sé yo, por ejemplo: para no llevarme el planchazo de que ningún chico me sacase a bailar, pues salía yo a la pista y me ponía a bailar sola. Veinte años después, durante el típico reencuentro de exalumnos, y hablando de aquel complejo mío de patito feo, los chicos me dijeron: '¿No tenías idea de por qué no nos acercábamos a ti? Porque no sabíamos qué hablar contigo, eras tan inteligente que nos dabas miedo'. ¡Imbéciles! [Risas] Pero, a partir de los 17 años, mi vida cambió, y fue a mejor año tras año. Cada vez disfruto más porque cada vez estoy más asentada, aunque ahora me toca, al estar en este proceso menopáusico, adecuarme al cambio que está experimentado mi cuerpo, al que le ha dado por ponerse gordo [ríe].

-¿Qué ha sido usted siempre?

-hMuy lectora, desde siempre. De hecho, no he querido tener hijos, ni hijas, para disponer de más tiempo para leer, porque todo tiempo para leer es siempre poco. Y no los echo de menos en absoluto, ni me siento tampoco incompleta. Le digo lo de que me siento completa porque un día mi padre, que era comunista y supuestamente muy progre, pero mentira, porque era muy conservador, como les pasa a muchos progres, me dijo que una mujer que no es madre es una mujer incompleta. ¡Por favor! Yo no estoy determinada y obligada a ser madre; tengo el cuerpo para ser madre, pero no quiero serlo. Mis otras dos hermanas tampoco tienes hijos, por distintos motivos.

-¿Qué más le dijo su padre?

-Él era un gran y prestigioso neurocirujano. Me dijo que no estudiase Arqueología, que eso era para aristócratas. Mi padre estuvo dos años preso, de diciembre del 75 a febrero del 78, y antes dos meses desaparecido. Lo torturaron, lo sometieron a lo que se conocía como 'la máquina de picar carne'. Después pasó un año preso en un cuartel, y el siguiente en el Penal de Libertad, ¡vaya ironía! Él no era de la guerrilla armada, no defendía la violencia. Cuando salió libre, le ofrecieron la posibilidad de ganar muchísimo dinero con su profesión, tanto en Europa como en Estados Unidos, pero no quiso marcharse. Hubo un tiempo en el que también me gustaba mucho la oceanografía, porque todos los de mi época somos hijos de Jean Cousteau, pero en mi país, en ese tiempo, esta disciplina la dirigían los militares, así es que descarté esa idea.

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-¿Y al final?

&ndashEstudié primero Antropología, porque me interesan mucho las relaciones humanas y me interesaba la antropología social, pero en 1998 excavé mis primeras tumbas y me enamoré de ellas.

-¿Por qué?

-Las tumbas me interesan por todo. Cada uno de nosotros somos una síntesis social, encerramos un montón de información sobre nuestro mundo y sobre nosotros mismos. El enterramiento te habla de la comunidad, que te ha querido hacer perdurar, y los huesos encierran la historia de tu vida, que es lo que desentrañamos. Soy como una bruja buena que resucita a los muertos, porque sus historias vuelven a cobrar vida.

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-¿Qué le apasiona también?

-La filosofía.

-¿Cómo somos?

-Muy creativos; inventamos, imaginamos, fantaseamos. Nos inventamos a los dioses, creamos las religiones, y somos capaces de idear algo tan maravilloso como la escritura. La transmisión del saber a través del tiempo es algo increíble. Me gusta leer porque me gusta aprender. Lo que hace que la vida sea interesante es que puedes no dejar de aprender nunca, hasta el último día.

-¿Qué más?

-No somos ni buenos, ni malos, somos buenos y malos, tenemos luces y sombras; mañana nos cambian las circunstancias, y usted y yo podemos ser unos auténticos monstruos. O podemos dejarnos someter, o ser unos cabrones que, para sobrevivir, podemos, por ejemplo, delatar a otros, traicionarles...; podemos hacer cosas que en condiciones normales nos parecen aberrantes. Y el caso es que la Tierra seguirá existiendo aunque nos matemos entre todos y no quedemos ni uno.

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Invento

-¿Y el Más Allá?

-Otro invento. Tenemos tanto pavor a la muerte, porque somos conscientes de que existe, que es muy tranquilizador pensar en un Más Allá, en la reencarnación o en que hay un Dios que nos protege. Yo tengo claro que, cuando me muera, seré un riquísimo alimento para los gusanos. Y fin.

-¿Ha tenido usted alguna experiencia que se salga de lo racional, misteriosa, extraña...?

-Sí, una vez. Excavando una de las tumbas, la BA 40, hallamos una alabarda, un arma que se encuentra en la Edad del Bronce. Para cogerla, había que meter la mano muy al fondo. Y, cuando la cogí, la verdad es que sentí que había conectado en el tiempo con quien la había depositado allí. Fue muy emocionante, fascinante: el encuentro del pasado y el presente en un instante.

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-¿Qué no le gusta de usted?

-A veces soy sarcástica y cruel; la otra cara de la inteligencia es ese punto maligno, y no me gusta. Desearía erradicarlo.

-Hábleme del amor.

-Es una maravilla. Yo he tenido varios amores, y he aprendido de todos ellos, de los que yo he dejado y de los que me han dejado a mí. Mantengo de todos muy buenos recuerdos, y sé que ellos también me recuerdan. Amar y ser amado es importante, pero el amor se acaba porque nosotros cambiamos, y entonces aumentan las expectativas, o también sucede que las que tenías no son colmadas. Yo no quiero estar con nadie por costumbre.

-¿Cómo está ahora?

-Estoy sola, feliz, disfrutando de un momento dulce. Vivo, a seis minutos de La Bastida, en un lugar muy pequeñito, pero que tiene jardín y vistas a Sierra Espuña; tengo dos enormes pinos, que son tres veces más grandes que mi casa, y que me proporcionan sombra y el sonido de los pájaros cantando, y dos perros: un pastor alemán divino, Tikis, y una perrita, Luna, que apareció una noche de luna llena, muerta de frío y de hambre, y que no se asustó al ver al pastor alemán. Se llevan muy bien los dos, y tanto Tikis como yo tenemos claro que ella es la jefa de la casa.

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-¿Qué es curioso?

-Mi madre es tan madraza que todos los amigos de mis hermanos y míos la llaman madre.

-¿Lo ha tenido más difícil por ser mujer?

-Por ser mujer, por ser sudamericana, por ser extranjera. Pero yo he renunciado a todas las facilidades que podría haber tenido en mi país. Mi familia tiene, digamos, una buena agenda social. Mi tío Enrique Tarigo, un hombre de derechas, llegó a ser vicepresidente de la república, y más tarde embajador en España. Pero llevo once años viviendo en Totana, desde que conocí La Bastida y me fascinaron este yacimiento y la sociedad argárica. Y no tengo ninguna intención de marcharme. Ni de aquí, ni de España.

-¿Qué le gusta de España?

&ndashDe España y de los españoles me gusta todo: la alegría de vivir, esa idiosincrasia fresca, ese estar quejándose mucho de todo, pero, al mismo tiempo, brindando con una cerveza o un tinto de verano y deseando ¡salud! En España se sabe vivir.

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En tragos cortos

  • Un sitio para tomar una cerveza. Bar La Cruz. Cerca de La Bastida.

  • Una canción. 'El violín de Becho', de Alfredo Zitarrosa.

  • Un libro para el verano. 'Los demasiados libros', de Gabriel Zaid.

  • ¿Qué consejo daría? Vive el aquí y el ahora.

  • ¿Le gustaría ser invisible? ¿A quién no? ¡A ratos!

  • Su héroe o heroína de ficción. Diotima (se menciona en 'El Banquete' de Platón).

  • Un epitafio «Ser feliz no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace».

  • ¿Qué le gustaría ser de mayor? Una mujer sabia.

  • ¿Tiene enemigos? Puede.

  • Lo que más detesta. La hipocresía.

  • Un baño ideal. En una cala pequeñita.

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