José María Falgas, en Murcia. Nacho García / AGM

José María Falgas: «Lloré cuando acabó la Guerra Civil»

Estío a la murciana ·

Quiere pintar un lobo, un lobo auténtico, dice rodeado de cuadros familiares que reconoce bien. Han salido de su estudio. Lleva 70 años aferrado a la pintura, y veinte más acumulando experiencias

Domingo, 21 de julio 2019, 14:03

Quiere pintar un lobo, un lobo auténtico, dice rodeado de cuadros familiares que reconoce bien. Han salido de su estudio. Lleva 70 años aferrado a la pintura, y veinte más acumulando experiencias. Habla en compañía de uno de sus sobrinos -con quien comparte nombre y primer apellido-, y de un amigo. «Son personas de mi confianza», afirma José María Falgas (Murcia, 1929). En la escena aparece también 'Canela', su perro; y un gato, el único, apunta Falgas, que «me reconoce como amo». Es mediodía y fuera cae con fuerza el sol.

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Doce tragos

  • 1 -¿Un sitio para tomar una cerveza? -La plaza de las Flores, en Murcia.

  • 2 -¿Una canción? -La banda sonora de 'Desayuno con diamantes'.

  • 3 -Libro para el verano. -Cualquiera de la saga 'La comedia humana', de Balzac.

  • 4 -¿Qué consejo daría? -Ninguno.

  • 5 -¿Cuál es su copa preferida? -Vino murciano.

  • 6 -¿Le gustaría ser invisible? -Sí, por husmear.

  • 7 -¿Un héroe o heroína de ficción? -Caperucita roja.

  • 8 -Un epitafio. -'La vida puede ser maravillosa'.

  • 9 -¿Qué le gustaría ser de mayor? -Astronauta.

  • 10 -¿Tiene enemigos? -Que yo sepa, no.

  • 11 -¿Lo que más detesta? -El oportunismo.

  • 12 -¿Un baño ideal? -En el Jordán.

-¿Por qué un lobo?

-He pintado ardillas, gatos, perros; esa de ahí [señala Falgas uno de los lienzos que cuelgan en su salón] es una perra que recogí de la calle y que me trajo once cachorros. Colocamos ocho, y tres nos los quedamos.

-¿Le gustan los animales?

-En casa siempre ha habido gatos, se encargaban de que no hubiese ratones, aunque a mí me divertía escucharlos zascandilear por el techo de mi dormitorio. Me aficioné a la convivencia con ellos.

-¿Y el verano, le agrada?

-Sí.

-¿Por qué?

-Por el calor.

-Pues está usted con el aire acondicionado.

-Sí, pero por las visitas.

-Dígame qué le resulta apetecible del calor.

-Estimula el sueño, el reposo y la reflexión. Hasta cierto punto, es un aliado. Yo lo prefiero al frío. Es más, cuando el frío impera, nos refugiamos en él.

-¿De niño, qué hacía?

-Salía a corretear por la calle y a la huerta. Era un diablejo, hacía todo lo que no querían que hiciera.

-¿Rebelde?

-No, no era rebeldía. Simplemente yo tenía una idea de libertad de movimiento y de la curiosidad que me forzaba a hacer cosas atrevidas. Recuerdo que una vez, estando en la pastelería de mis tíos, me metí en el alcabor, que era un espacio cerrado encima del horno. Había estado junto con unos amigos destapando unos tarros con almíbar y dulces que mi tío Mariano tenía al lado del horno, y cuando lo escuchamos llegar, nos escondimos corriendo en el alcabor. Allí estuvimos hasta que no aguantamos más el calentor. ¡Qué susto le dimos a mi tío Mariano! [Risas].

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-¿Quién le enseñó a pintar?

-Yo tenía el vicio de la lectura, leía todo lo que caía en mis manos, y ese vicio me puso en contacto con las biografías de las grandes figuras del arte universal. Ello se unió a un instinto natural de dibujar palotes, rayas, que poco a poco iba rellenando. Fui absolutamente autodidacta.

-¿Aprendió rápido?

-Fue algo progresivo. Mi primer cuadro lo pinté en 1945, en uno de esos días de calor asfixiante. Lo tengo colgado en mi estudio. Es un bodegón.

-Tiene usted buena memoria.

-Para las cosas de antes, sí; para las de ahora, no. Tengo que apuntarlo todo en mi diario, porque si no, se me olvida.

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-¿Se siente satisfecho?

-Sí, he dejado muchas obras en el tintero, pero el tintero lo tengo, y pienso seguir pintando.

-¿Qué tiene claro?

-Cada día me importa mucho más lo que extraemos del interior que lo que hay fuera.

-¿Y qué extrae?

-Lo que me emociona y me atrae.

-¿Por ejemplo?

-Pues por ejemplo, dos gatos jugueteando; uno pone su manecica encima de la oreja del otro y este guiña el ojo. Eso que es casi un cómic, me obligó a hacer un cuadro.

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-¿Escribe poesía?

-La practico como una salida y un deseo de que no se pierdan ciertas ideas, conocimiento o emociones. No me considero poeta ni escritor, pero escribo, con más o menos acierto, según mis amigos.

«La primera vez que fui al Museo del Prado me dije: '¡Esto lo hago yo!' Hay que estar loco para eso»

-¿Tiene muchos?

-Más de los que me imaginaba. Últimamente he tenido la oportunidad de demostrármelo a mí mismo con los reconocimientos que he recibido.

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-¿Por qué quería ser militar?

-Por lo que tiene de acción. También va un poco en los genes, mis dos abuelos fueron militares, de los que hicieron la guerra, la del Rif y la de Cuba. Después, el conflicto civil marcó mi infancia. Mis tíos y mi padre estaban movilizados, y mi casa estaba en manos de mujeres que tenían que ocupar las 24 horas del día para ver qué se comía, por tanto, la vigilancia de un niño que no va al colegio, porque no hay colegio, es muy poca. Teníamos una gran libertad de movimiento; a las seis de la mañana, estando mi abuela durmiendo, salíamos a la calle. Nos dedicábamos a pelearnos y a romper cristales, y a quedar admirados con los desfiles militares. Estaba rodeado de un ambiente febril en el que los propios juguetes eran tanques y camiones de tropas. Recuerdo que, cuando terminó la guerra, me dio por llorar, porque se acababa. Esto parece un disparate decirlo, pero es verdad, y a la verdad no hay que tenerle miedo.

-¿Era consciente de la realidad del conflicto?

-No. Entonces veíamos la guerra a través del heroísmo. Después, en los Maristas, me enseñó a jugar al frontón un miembro de la cuarta División Navarra mutilado de un brazo.

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-¿Qué le hizo cambiar?

-Me dieron un premio que consistía en un viaje a Madrid para conocer el Museo del Prado. Cuando llegué, me entró una especie de seguridad y asombro, de decir: '¡Esto lo hago yo!'. Ya hay que estar loco para eso, pero lo pensé. Cuando volví a casa le dije a mi padre que iba a hacer pintura, y casi le da un ataque, porque era cambiar una carrera segura por la aventura del arte, que en Murcia no se sabía lo que era. A partir de ahí se sucedieron una serie de situaciones que solo se pueden explicar por el destino: una beca para estudiar Bellas Artes, una exitosa exposición en el Palacio Velázquez de Madrid, contactos..., de todo; también fracasos.

-¿Cuáles?

-Algunos que llegaron como consecuencia de la desviación en la naturaleza de la vida bohemia, la noche y las mujeres. El mundo de la aventura, en unas palabras.

-¿Se ha arrepentido mucho?

-Me he arrepentido de algunas cosas, pero el balance no es negativo.

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-¿Y ha lamentado no haber apostado por algún amor, quizá?

-Bueno, en el capítulo de los recuerdos hay figuras que perduran, personas con las que la convivencia fue posible. Tuve la oportunidad de ir a la Argentina con una célebre actriz, pero se impuso más terminar unos bodegones en la escuela de Bellas Artes que la aventura argentina. Hubo un tiempo en el que me arrepentí, pero ya no tenía arreglo.

-¿Se casó?

-Sí, en el año 60, y con la misma señora vivo. Tengo tres hijos y tres nietos.

-¿Pintan?

-Mi hija mayor podría haber hecho lo que hubiese querido, pero no tiene vocación. Le tiró más la vida privada que la aventura artística.

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-¿Qué imagen es imborrable?

-Dos: el desierto y la huerta. La huerta es el fruto que la tierra te da, y el desierto te lo niega todo, menos la fe.

-¿Tiene?

-Sí, Fe con mayúsculas.

-¿Qué deseó hacer y no pudo?

-Volar, pero en un aparato de ataque, por lo que tiene de emoción y de peligro. En la guerra, hubiera sido piloto de combate por elección.

-¿En su vida, ha arriesgado demasiado?

-Por inconsciencia, en varias ocasiones. Esto de la rodilla [Falgas camina apoyado con bastón] es consecuencia de ello, y de una caída practicando alta montaña en el Pirineo hace diez años, quizá más.

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-¿De qué está orgulloso?

-No tengo tendencia a sentirme orgulloso de nada, porque creo que lo humano es bastante frágil. De lo que estoy orgulloso es de haber evitado el mal en determinados momentos de mi vida, y de sentirme heredero de la Historia y la cultura española. Si me dieran a elegir, volvería a ser español; eso, sin ninguna duda.

-¿Cuál es el principal enemigo del ser humano?

-La codicia.

-¿Y el suyo?

-El aburrimiento.

-¿Cómo lo combate?

-Con la fantasía de la literatura.

-¿Quién le impresionó?

-Varias personalidades, y en concreto, dos personajes que están en diferentes polos de la Historia: el Papa Juan Pablo II y Muamar el Gadafi.

-¿Por qué?

-Por un carisma personal. Puede llevar a escándalo a quien lo escuche, y merece explicación. Juan Pablo fue un hombre de Dios, y Gadafi un hombre convencido de que venía de la mano de Dios; para mí, el primero es la verdad, y el segundo un personaje que me crucé en la vida y en el que pude apreciar virtudes.

-Sus finales fueron muy distintos.

-El mayor fracaso que Gadafi pudo tener en su vida fue que lo pudieran asociar con el terrorismo, por lo demás, es un hombre que pasará a la historia por haber encontrado agua en el desierto.

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Rezar

-¿Cuánto tiempo estuvo usted en el desierto?

-Varios meses. Fui a visitar y a conocer aquello invitado por los gobiernos egipcio y libio, y me puse en contacto con la historia del mundo. El desierto no es lo que reflejan las películas, ni lo que nos han enseñado, es distinto.

-¿Qué es lo maravilloso de él?

-La posibilidad de encontrarte solo con tu mundo interior. Es un lugar para rezar.

-¿Volvería?

-Sí.

-¿Cómo se ve la vida a su edad?

-Con mucha mayor desenvoltura y mucho menos temor. Le tienes menos miedo a las cosas, empezando por el hecho, evidente, de que a los 90 años no te queda mucha cuerda, pero esa cuerda te divierte. Se tiene mucho menos miedo al futuro, porque no tienes futuro.

-¿Qué temores sí permanecen?

-No ser capaz de lograr tu propio propósito. Pienso: 'Mira que si ahora me da por trabajar menos...', pero no, me he demostrado a mí mismo que no. Desde hace un par de años estoy pintando más que en toda mi vida, y no he dejado nunca de hacerlo. Me refiero a la intensidad y a la variedad de mis obras.

-¿Es feliz?

-La felicidad es un estado de ánimo optimista de acuerdo con el sabor que te proporciona un momento determinado. Sí, soy feliz. He tenido momentos más o menos fuertes y amargos, pero eso forma parte también de cualquier resfriado: mientras estás tosiendo, estás molesto.

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-¿Qué haría si pudiera?

-Subir al Aneto.

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