Teresa Vicente
Sábado, 19 de agosto 2023, 17:57
Llovía en Madrid. La atmósfera era gris, tintando todos los elementos que componían la ciudad. La mujer bajó del taxi, abrió el paraguas y se dirigió entre el gentío hacia la explanada del Museo del Prado. No podía creer que todas las personas que esperaban ... ante las taquillas formasen una cola tan disciplinada, que se perdía a la vuelta del edificio. La siguió y se encontró que casi llegaba a la siguiente esquina también. Una vez que se ubicó la última, un hombre retrocedió dos puestos y se puso a su altura para comentarle que no era normal tanta afluencia; debía de ser que el plan de visitar el museo era perfecto para un día de lluvia.
Publicidad
La mujer, educada, le contestó que sí: evidentemente no era día para pasear, ni ir de compras. Él no se movió y se quedó a su lado. Empezó a explicarle que había estudiado arte y volvía de vez en cuando al museo para ver a Goya y Velázquez. Continuó con una seria de obviedades de alguien que repite clichés, y a ella le desconsoló oírlas. La mujer tenía la intención de ver la exposición de Guido Renni. Habían traído lo mejor de su obra, totalmente restaurada, y en particular el cuadro Atalanta e Hipómenes, que le fascinaba desde la carrera.
Ella sí había estudiado Arte, aunque no podía afirmar con certeza que él no lo hubiese hecho. En ese momento ella se fijó en él. Era muy alto y espigado, bien parecido, llevaba gorra, y sobre los vaqueros se ajustaba una gabardina beige rozada en los bordes. «Perdona», le dijo la mujer, «tengo que hacer unas llamadas». El hombre se apartó dos pasos y sacó un libro de su bolsillo que exhibía notoriamente para que ella se fijase.
Cuando al rato acabó con el teléfono, él se acercó de nuevo y la citó por su nombre, disculpándose por haber estado oyendo, sin querer, cómo la llamaban. Pensó que tenía que haber estado bastante cerca de ella, porque si no, de qué manera hubiese él podido oír su nombre. No era maleducado, pero a ella le estaba molestando su intromisión. De la conversación telefónica, él también dedujo que iba a ir a la Feria del Libro. Le preguntó sobre ello y la vanidad de ella la empujó a comentarle que iba a firmar sus libros.
Esto a su vez le dio pie a él a explayarse sobre la literatura, centrándose en el Siglo de Oro, trayendo a colación que su padre había escrito un libro sobre las excelencias de su pueblo y él mismo había escrito otro sobre los personajes más sobresalientes de esa misma localidad. El hombre no paraba de hablar y ella apenas le miraba, y contestaba con monosílabos, intentando que la dejase en paz. En uno de los instantes en que ella miró su rostro, observó que la humedad se había cuajado en su nariz y, como ocurre con los niños, una vela traslúcida se abría paso hacia sus labios. ¡Horror! Ya no pudo fijarse más en él, no pudo evitar que le repugnase.
Publicidad
El hombre de la cola del Museo del Prado recordaba etapas felices de su vida, cuando era despreocupado y solo le interesaba estudiar un poco, ligar si pudiera, e ir al Prado a ver arte. Ahora siempre iba con la esperanza de que, algún día, los encuentros fortuitos que propiciaba le hiciesen olvidar su vida actual, convertido en un hombre mayor y solitario. Esperando en la cola, la había visto cuando lanzó su mirada hacia atrás: entre oscura melena su rostro era el sol luminoso que le faltaba al día.
Ella no era joven: estaba en los cincuenta y llevaba un abrigo de piel negro que le daba un aspecto de actriz de Matrix; una mujer interesante, de las que le gustaban él. E iba a ver arte sola... Siempre era preferible compartir la belleza y él estaba dispuesto a hacerlo con ella. Se puso a hablarle con los temas que pensó que le podrían interesar. Pero cuando la oyó hablar por teléfono se enteró de que una hija la esperaba.
Publicidad
Esto último no le gustó. Ella no podría estar con él todo el tiempo. Empezó a darse cuenta de que sacarla de la fila iba a ser imposible. Se tendría que olvidar de lo que estaba elucubrando desde que la vio: un aperitivo, compartir la siesta en su hotel… luego ya se vería. Tuvo la sensación de que no había triunfado en impresionarla, pero no quería darse por vencido hasta el último momento.
Tras doblar la esquina, ambos notaron que la cola se empezaba a mover rápido. Cuando llegaron a las ventanillas se despidieron amablemente y, mientras que ella se encaminó a una segunda cola que se había formado para entrar al museo, observó que él no fue a la taquilla, sino que le pareció que de nuevo enfiló a la cola de entrada, libro en mano, como un cazador con su rifle.
Publicidad
Texto Teresa Vicente
Interpretación Salomé Martínez
Realización y montaje Iván Rosique
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.