Que no se acabe el verano, por favor. Os juro que no es un deseo fruto de mi amor por el 'no hacer nada' propio de las vacaciones, ni por las comidas caseras de mi madre, ni por las siestas de campeonato que terminan cerca de las siete de la tarde.

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Lo cierto es que vivo completamente aterrorizado viendo todos los avances que se están publicando sobre las nuevas temporadas de series que siquiera he empezado a ver.

Recuerdo la época en que, habiéndome quedado fuera de todas las conversaciones, me tuve que chutar todas las temporadas de 'Juego de Tronos' en una semana porque mi vida social había dejado de existir. Un padecimiento que antes se había repetido con 'The Wire', 'El Ala Oeste de la Casa Blanca' o 'Sexo en Nueva York'.

Ahora la fiebre seriófila nos vuelve a invadir con las prometidas entregas de 'El Cuento de la Criada', 'The Walking Dead', 'El Hombre en el Castillo' o 'Orange is the new Black'. Una epidemia que ha llegado a mancillar la paz que vivíamos los amantes de la filosofía en nuestros bares de toda la vida, a los que ya no podemos acudir a refugiarnos porque hasta allí se han mudado los enganchados de Netflix y HBO, esa casta.

Confieso que no he encontrado armas capaces de enfrentar la situación y que solo espero, estoico yo, a que esta moda pase como pasó la de las revistas de cotilleo, la de los musicales o la no menos preocupante moda en la que si no te hacías al menos la mitad de la ruta de los festivales de música de España eras un apestado.

Vecinos todos, os digo que no dispongo de tiempo material para hacerme con todos los argumentos de todas las series que estáis viendo y afirmo, con el mando a distancia en mi poder, que muy pocas de vuestras 'series que son una pasada' sobrepasan, objetivamente, el concepto de sopor insufrible que roza lo denunciable en el cuartel más cercano de la Guardia Civil.

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Dramas aparte, haré el esfuerzo por integrarme, de verdad, pero no os prometo nada.

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