De padre español y madre italiana, Kevin de la Torre Fornaciari es el último hombre bala en España. Kevin Dola, su nombre artístico, es también uno de los cuatro virtuosos que realizan este arriesgado número en los circos de toda Europa, aunque los otros tres son norteamericanos. Nacido hace 28 años en Almería («aunque podía haber nacido en cualquier sitio porque en el circo naces donde te toca», apunta), Kevin lleva toda su vida trabajando bajo la carpa, en su caso la del Coliseo, el circo de su familia, formada por «generaciones y generaciones» y con un bisabuelo, el gran Míster Sabas, que ya domaba leones hace más de un siglo en Canarias.
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El último hombre bala de España lleva ocho años saliendo disparado de un cañón construido por un relojero suizo en 1954 y que heredó, a modo de legado, de la familia Muñoz, una saga estadounidense de hombres bala con décadas a sus espaldas protagonizando el número estrella de las pistas. Uno de los Muñoz trabajó en el Coliseo hasta que se retiró (con 64 años fue el hombre de más edad en salir proyectado) y le propuso tomar el relevo a un jovencito Kevin, «todo un honor y un reto para mí».
Kevin ejercía como maestro de ceremonias del Coliseo sin mayores aspiraciones que seguir presentando los números de los artistas, hasta que le brindaron la oportunidad del cambio de papeles que ha marcado su vida. «Antes de mi primer salto oficial estuve un año preparándome», recuerda.
En todo ese tiempo, y como sigue haciendo ahora, tuvo que fortalecer los músculos de las piernas, que son las que recibirán el primer impulso para emerger del fondo del cañón, recorrer los ocho metros de longitud del tubo y salir propulsado a 90 kilómetros por hora antes de caer sobre una red situada a 35 metros de distancia (si el número se realiza en el exterior) o a 26 metros (si se desarrolla en el interior, todo el ancho de la carpa). Son sólo dos o tres segundos suspendido en el aire, «¡pero son los mejores dos o tres segundos de la vida!», exclama por teléfono desde Pineda de Mar (Barcelona), donde recala estos días con el Circo Coliseo.
«Al principio», rememora el artista, «entrenaba con saltos muy cortos que íbamos ampliando poco a poco, y en tomar cada vez más y más impulso». Así es como fue dominando una audaz técnica que sólo él en España ejecuta con una precisión que ha de ser milimétrica para evitar estamparse contra el suelo. «Nos elevamos a once metros de altura, cualquier caída te puede pasar factura», dice sobre su profesión.
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Diez, nueve, ocho, siete... cuando empieza la cuenta atrás y una vez dentro del cañón, el «increíble hombre bala» (como lo presentan a todo trapo por la megafonía), enfundado en su mono de Capitán América y protegido con casco y gafas, sabe lo que tiene que hacer. Lo primero ponerse «bien rígido» para soportar ese impacto súbito que llevará a su cuerpo de 0 a 90 kilómetros por hora en milésimas de segundo. «Tienes que colocar bien las piernas y la posición del cuerpo y sobre todo coger aire y mantener la presión, ir bien erguido, bien duro, para que los órganos estén contraídos y soporten el golpe«.
Entonces, tras el redoble de tambores que tensa el silencio de las gradas, se escucha el 'booooom', y el público contempla con asombro cómo nuestro protagonista sale disparado por la boca del aparato. Dice que esos segundos suspendido en el aire son «la libertad total». «Es una sensación que no puedes describir, en esos instantes el mundo se para. Vas viendo cómo es volar y al mismo tiempo ves al público en silencio y a los niños mirándote alucinados. Parecen una eternidad, pero para mí son los mejores segundos de la vida«, insiste.
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Pero ni mucho menos el riesgo acaba ahí. Porque mientras Kevin encara su vuelo hacia la red, debe ir girando su cuerpo para garantizarse un aterrizaje seguro. «Cuando salgo disparado tengo que mantener la trayectoria recta, siempre enfilando la red y girar para caer de espaldas para que la red soporte el impacto, porque de otro modo la atravesaría». Cuando rebota en la malla da una especie de voltereta hacia atrás y amortigua el golpe, una técnica que ensaya a diario «para estar muy bien preparado ante el impacto. Ya me ha pasado entrar de piernas y romper la red, aunque afortunadamente no llegué al suelo, pero casi».
Casado y padre de un bebé de ocho meses («él todavía no es bala es balín», bromea«), Kevin quiere mantener viva »por muchos años« esta tradición centenaria que tantas emociones y alegrías le regala en cada función (unas siete a la semana). »Cuando caes sobre la red se hace el silencio. El público tarda unos segundos en reaccionar. Te levantas, empiezas a saludar y todavía hay gente que está como preguntándose '¿pero cómo ha salido disparado? ¿Estará bien?'. Los niños flipan. Lo puedes ver en el brillo de sus ojos... y esto es muy bonito porque es parte de la magia del circo«.
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Los aplausos del público son su mejor recompensa. «Eso significa que valoran lo que haces. Este número no es solo colocarte dentro y lanzarte, hay toda una preparación detrás, tanto física como mental, y también la propia preparación del cañón, que hay que revisar a conciencia porque es el bien más preciado«, explica el artista.
El suyo, decorado con los colores de las barras y estrellas, a juego con su disfraz, lo construyó un relojero suizo hace 70 años. «El mecanismo es el original. No se ha tocado nada. Hacemos una inspección profunda cada año, una especie de ITV. Eso sí, cada día hay que revisarlo todo bien y dedicamos hasta tres y cuatro horas para prepararlo antes de cada disparo, chequeando el engranaje, la temperatura, los dispositivos de seguridad...«, enumera. Tres hombres bala, uno en Inglaterra y dos en Estados Unidos, fallecieron realizando la acrobacia «porque el cañón falló, ellos no llegaron a la red y cayeron al suelo de cabeza desde una altura de más de diez metros». Y sobre el engranaje de proyección del artilugio guarda una largo silencio antes de decidirse a confesar: «¡Ahhh eso es un secreto! Nadie se imagina cómo está hecho por dentro. Por eso no hay más cañones!«, zanja.
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Pese a los riesgos del oficio, él se enorgullece de ser el único hombre bala de España. De momento no hay sucesor a la vista. «Pensar que cuando lo deje seré el último cuesta, porque me apasiona y le tengo mucho respeto». Pero de momento con Kevin, con sus ganas y juventud, hay hombre bala para rato. «Llevaré miles de saltos, no los he contado, pero quiero dar muchos más», apostilla.
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