Fotografía: Pepe H. | Tipografía: Nacho Rodríguez

Qué larga espera

Una palabra tuya ·

Por unos días han vuelto en el País Vasco los lazos azules en recuerdo a todos los asesinados y a cuantos clamaron ¡basta ya!

Que conste que usted y yo estamos vivos, al contrario que los muertos por ETA. No está mal recordarlo en este momento, cuando la banda terrorista ha escenificado de modo vergonzoso su disolución definitiva, vencida por la democracia que hemos logrado como país, y por la acción de la Justicia y de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, y cuando por unos días han vuelto en el País Vasco los lazos azules en recuerdo a todos los asesinados y a cuantos clamaron '¡basta ya!'. Y me he acordado de todas esas personas, de las que debemos sentirnos también orgullosos, que en su día, guardando silencio y dando la cara, sin decir ni una palabra pero significándose valientemente en las calles y plazas de sus pequeños pueblos y ciudades, hicieron un servicio a toda la sociedad española que provoca emoción y gratitud. Me refiero a Gesto por la Paz, la organización pacifista que resistió 28 años luchando contra la violencia etarra. Sus miembros soportaron en sus narices multitud de incomprensiones, miradas despectivas o furiosas, risas, burlas y, claro, amenazas y contramanifestaciones histéricas de la izquierda abertzale. Hoy, gracias en parte a ellos, la sociedad vasca vive una normalidad, todavía muy perfeccionable, que resultaba inconcebible hace tan solo unos años teñidos de sangre.

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Cada vez que ETA mataba, se concentraban en las asustadas plazas vascas, con sus pancartas de condena y sus silencios que clamaban al cielo, y se tragaban el miedo y la rabia porque les interesaba mucho más conquistar la paz. A todos ellos, gracias. Recordarlos ahora, en el que ya sí que parece el definitivo adiós a los criminales, te devuelven intactas todas las lágrimas derramadas por las familias rotas y cómo han llovido odio y balas sobre gente corriente, sin motivos y sin piedad. Llovía sangre y llovía odio en este país; esa lluvia ha cesado y eso nos debe infundir ánimos en estos momentos, en los que son otras nubes negras, cargadas de otras violencias, desconciertos y confusión de lenguas, las que van descargando temor y temblor sobre nosotros.

Gesto por la Paz salía a la calle, a veces perdiendo amigos por ello y a plena luz del día, cuando llovía metralla sobre cualquier lugar donde pudiera quedar tendido un cadáver. Disparos y bombas-lapa por las buenas. Y secuestros. No en el lejano Oeste, no en tiempos de las cavernas, no para liberarnos del faraón que nos oprime. Llovía sangre por el placer de matar, llovía odio por el placer del odio, llovía locura por el placer de la locura. Eso era muy doloroso: no poder entender tanto placer inútil.

Un día pensamos que la gota que colmaría el vaso se llamaba Miguel Ángel Blanco, pero no. Continuó lloviendo sangre, y amenazas e insultos sobre los familiares de los asesinados y sobre los políticos (PP y PSOE), y Gesto por la Paz siguió jugándosela. Las cabezas bien altas, las caras bien visibles, quietos, en mitad de las plazas, en silencio. Eso es coraje.

Llovió también sangre sobre algunos empresarios, y no llovió sangre sobre el pintor Agustín Ibarrola porque se ve que Ana María Matute tiene razón y los duendes existen. Deben de ser ellos, habitantes del fabuloso Bosque de Oma pintado por el creador vasco, quienes lo han protegido de la pólvora.

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Llovía monotonía, llovía cansancio, llovía impotencia, llovían más víctimas. Qué curioso: en mitad de la lluvia había gente que optaba por no ponerse a salvo, que no buscaba refugio. Hablo también de las fuerzas de seguridad; admirables. Y de algunos políticos, a los que respetaba cuando los veía caminar sobre los charcos de sangre sin refugiarse en la renuncia.

Y siguió lloviendo sangre, continuó ETA saqueando la felicidad de las familias, la paz de los campos, la esperanza de todo un pueblo, la alegría de los días de fiesta; de pronto, sonaban disparos que casi nunca dejaban de dar en el objetivo: expandir el terror. Pero ahí estuvieron, durante 28 años, gentes de todas las edades, crimen tras crimen, condenándolos a pecho descubierto ante la cobarde faz del monstruo. Con qué dignidad aguantaron el tipo, y qué necesarias son esas personas que, en circunstancias adversas y con una generosidad que les honra, dan la cara por el bien de todos.

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